Foto: (cc) Flickr / MikeWebkist. Esquina: Brendan Tucker.
En un estudio reciente dirigido por la revista científica Pediatrics, se averiguó que un asombroso 94% de las películas más populares de los últimos 25 años contenían al menos una (si no más) escena de violencia.
Recuerdo haber visto Parque Jurásico III, a los ocho años, esperando ver dinosaurios y muchas dosis de aventura. Lo que conseguí ver fue una horrible escena donde vi a un montón de velociraptor despedazando a un pobre desgraciado. Esta película fue calificada como “M” (mayores de 14 años en Australia, ver cuadro de calificaciones), y con acierto, pero parece que la cantidad de violencia y crueldad permitida está entrando cada vez más en las películas calificadas como “PG” y “G” (todos los públicos y con supervisión). Un artículo publicado recientemente en la CNN en Estados Unidos decía que “la violencia por arma en las películas para menores de 13 años se ha triplicado”.
Esas cifras son alarmantes, y más aún, preocupantes. Está emergiendo una nueva tendencia que está permeando profundamente la cultura popular.
Así que, como cristianos, ¿qué deberíamos hacer? ¿Deberíamos preocuparnos? Después de todo, la Biblia contiene su propia dosis de violencia: Pedro cortó la oreja de un soldado; Jael atravesó con una estaca la cabeza de un hombre mientras dormía; Jesús mismo fue azotado y brutalmente golpeado antes de ser crucificado. ¿Es hipocresía protestar ante el incremento de violencia en el cine?
Por supuesto que no.
No es la violencia en sí misma la que preocupa; lo verdaderamente preocupante es la accesibilidad a esa violencia, en particular por parte de los niños. Al poner contenido violento en cine para todos los públicos, la industria del cine está diciendo tácitamente que es correcto que los niños vean este tipo de contenidos. Más aún, las películas son objetos visuales, un medio que es increíblemente invasivo, prestándose a la angustia y la impresionabilidad. Es decir, las películas tienen efectos psicológicos significativos.
Si miramos a la Biblia, uno debe reconocer que este santo Libro está de hecho lleno de escenas de violencia. Pero es algo que se espera. Es inevitable que la Biblia refleje la cultura en la que fue creada. Echemos un vistazo más de cerca aún y nos daremos cuenta de que la Biblia también desafía la cultura. No la acepta solamente.
Quizá deberíamos hacer lo mismo.
Jesús dijo que su “reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Pero las películas pueden ser entretenidas y relajantes. ¿Está mal el hecho de simplemente ver una película?
No lo creo, pero debe tenerse en cuenta el equilibrio. La violencia debe ser moderada, llevada a sus límites históricos de modo que no nos envuelva por todas partes. Los niños tienen mentes muy moldeables, y rodearlo de escenas de violencia y crueldad puede tener un efecto pernicioso.
Es una enfermedad de la sociedad actual que debe ser curada. Y si no puede ser curada, debemos comenzar a preservarnos de ella.
El hecho de que una película tenga la calificación “para todos los públicos” o “con supervisión” (amarillo 7+) no significa que sea aceptable para los niños.
En una cultura como la nuestra, debemos vigilar constantemente.
De la misma forma que debemos vigilar el cine y la televisión que ven nuestros niños debemos ser cuidadosos en cómo les presentamos la Biblia. La Biblia no fue escrita pensando en que los niños la leerían, fue escrita para adultos. Eso no quiere decir que los relatos o los principios que contiene no sean valiosos para la educación y formación moral y espiritual de los niños. Los niños deben conocer las Escrituras. Pero debemos plantearnos si determinada historia es adecuada a la sensibilidad de cada niño o no. El autor ha mencionado la historia de Jael. ¿Es adecuado contársela a un niño de 6 años? Mi opinión es un no rotundo. Ese relato no le aporta nada a su vida espiritual o moral, al contrario, le puede producir miedo y una imagen equivocada de Dios. Pero es una historia muy rica en matices para trabajar con adolescentes.
Cuando contamos las historias bíblicas a los niños debemos adaptarlas a su capacidad de comprensión y su sensibilidad pero sin distorsionar el mensaje o el principio que nos enseña.
Deleitarnos en la violencia de algunas historias bíblicas, incluído el martirio de Jesús,además de ser innecesario para ellos, puede generar el rechazo a Dios de nuestros niños o lo que es peor, construir una imagen de un Dios justiciero, vengativo que justifica la violencia y que la usa para conseguir la obediencia de sus hijos.
Entonces nuestros hijos no encontrarían diferencia entre la Biblia y El Señor de los anillos.