Cómo tener sensibilidad moral e influencia espiritual.
Él no es tu contrincante acostumbrado de ajedrez que mira el tablero y estudia el próximo movimiento. Como a todos los cuerpos humanos “reales” de la exhibición Body World, le han quitado completamente piel para exponer músculos, tendones y ligamentos. También, han eliminado los músculos de la espalda hasta los nervios de su espina dorsal, y le han quitado el cráneo para mostrar el cerebro. En la parte superior de la cabeza, este sobresale en su frente. Desde atrás, se puede seguir la columna vertebral desde la base del cerebro hasta la primera vértebra lumbar, donde se ramifica en las radículas del nervio ciático y los nervios que se extienden hasta los pies. Se pueden observar las raíces dorsales, la duramadre, la arteria vertebral y los ganglios de la raíz dorsal, que se extienden a otras partes del cuerpo. ¿Lo obvio? El cerebro está íntimamente ligado a cada parte del cuerpo. Después de todo, se necesita del cerebro para jugar al ajedrez, o para hacer cualquier cosa con el cuerpo.
Este jugador de ajedrez sin vida acentúa la inevitable verdad de que los seres humanos somos mucho más que un cuerpo y un cerebro. Fisiológicamente hablando, el cerebro es fundamental para la existencia y la identidad humanas. Es difícil imaginar que este órgano (de 1,4 kg y 100.000 millones de neuronas que manejan 70.000 pensamientos, regulan 103.000 latidos, 23.000 respiraciones y más de 600 músculos cada día), también desempeña un papel primordial a la hora de determinar la naturaleza y el valor de nuestra vida. Dentro de cada cerebro, existe un mundo escondido de pensamientos, que Body World no puede disecar ni mostrar; un mundo de conciencia propia, intelecto, razonamiento, imaginación, emociones, valores, anhelos, discernimiento moral, espiritualidad, convicciones, voluntad, personalidad y carácter.
Percepción espiritual
Las Escrituras incluyen este mundo escondido de la mente en su visión de la vida transformada: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12: 2; ver Efe. 4: 23). Una mente renovada genera transformación en la vida, a pesar de la incesante presión de nuestro mundo contemporáneo.
Al comienzo del libro de Romanos, Pablo traza la espiral descendente del pensamiento humanista, que conduce a la disfunción moral y al rechazo de Dios (Rom. 1: 18-32). Sin embargo, existe la promesa de que esta declinación moral puede ser revertida a medida que nutrimos nuestros pensamientos con lo que es importante para Dios: lo bueno, aceptable, y moral y espiritualmente perfecto (telos, maduro). La manera en que aplicamos estos consejos de exposición moral y espiritual determina nuestra batalla contra Satanás: “Pero quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Rom. 16: 19). Es el principio de la inocencia moral. No se puede encontrar una percepción más clara de la mayordomía de nuestra mente. Cuando consideramos cómo el reavivamiento y una vida transformada se entrecruzan en nuestro corazón, nuestra vida interior de pensamientos pasa al centro de la escena.
Mejor que Apple
Retina Display es una marca usada por Apple, Inc. para las pantallas de cristal líquido, de las que Apple afirma que tienen suficiente densidad de definición en píxeles como para que el ojo humano sea incapaz de notar la pixelación a una distancia normal. El término es utilizado para varios productos de Apple, y cada uno está diseñado para una experiencia visual óptima. Pero, ninguna tecnología punta puede compararse con la mente humana: ver, oír, imaginar, sentir o visualizar la realidad a través de nuestra conciencia. La verdadera Retina Display se halla justo entre nuestros oídos. Los tejidos de nuestra mente han registrado y almacenado miles de millones de millones de recuerdos: el sonido de un susurro treinta años atrás; el sueño acariciado desde la niñez; la delicia nunca experimentada, pero a menudo imaginada; la presión exacta de un solo dedo sobre una sola cuerda; la curva exacta de un labio, de una colina; una ecuación; el olor de un jardín; la visión de una brizna de hierba; todos los libros leídos y las pe- lículas vistas; los mensajes vistos en una cartelera; una melodía escuchada en la radio; los himnos cantados y las oraciones expresadas… Todo está allí. Nuestra mente es una biblioteca viviente.
Lo interesante es que la suma total de todo lo que ponemos en ella conforma la clase de persona que somos hoy y que seremos mañana. No comprendemos plenamente de qué manera esta vasta biblioteca se manifiesta en nuestra conducta diaria, pero sabemos que, a medida que pasan los años, llegamos a ser más y más “prisioneros de nuestra biblioteca”. Una vez que las imágenes, las experiencias y las ideas son almacenadas en los archivos de nuestra mente, no existe botón de borrado.
Moldeados por la mente divina
La advertencia de Pablo es gráfica por una buena razón: “No dejen que el mundo los meta en su propio molde, sino permitan que Dios los recree para que toda su actitud mental sea cambiada” (Rom. 12: 2, traducción de la versión inglesa The New Testament in Modern English). El apóstol nos recuerda que una fuerza permea, moldea y amenaza nuestro pensamiento, carácter y conducta. Alude al poder que tienen los grupos sociales, las normas culturales, las instituciones, las cosmovisiones, los medios, el entretenimiento, la música, la ficción, la moda, los deportes y las tradiciones para moldear a la persona. Cuando Pablo contrasta el ser renovados en nuestra mente con la presión de esta era, nos invita a estar mentalmente vivos para Dios más que para el mundo.
Cuando conocemos a Jesús y le rendimos nuestra vida, nuestra mente adquiere una nueva forma de pensar y una nueva capacidad para purificar antiguas formas de pensamiento. Llegamos a ser una nueva persona, con nuevos deseos y valores (2 Cor. 5: 17). El mismo “espíritu” de nuestra mente es renovado (Efe. 4: 23; Rom. 12: 2; ver 1 Cor. 2: 12-14; Efe. 1: 18, 19). Por medio de nuestra relación con las Escrituras, se incrementa nuestra capacidad de lidiar con dilemas morales (Heb. 5: 14). Cristo se convierte en el centro (Fil. 1: 21). Su “cruciformidad” llega a ser nuestra (Fil. 2: 1-8; 1 Cor. 2: 16). De la misma manera en que Jesús nutrió la inocencia moral llenando su mente con las Escrituras, siempre buscando lo que era puro y agradable ante su Padre, y edificante para otros (Luc. 2: 40). Nosotros también podemos hacerlo.
Ejercitar la mente
Debemos ejercitar nuestra nueva capacidad de pensar, fijando nuestra mente en las cosas del Espíritu más que en las cosas de la carne (Rom. 8: 5-8). Debemos dejar que el cielo llene nuestra mente, y no pensar solo en las cosas terrenales (Col. 3: 2). Al contemplar a Jesús, cada día seremos más semejantes a él en nuestro pensamiento (2 Cor. 3: 18; Heb. 12: 1-3).
En pocas palabras, necesitamos que algunas cosas no sean oídas, vistas, leídas, experimentadas, habladas, visitadas, imaginadas o conocidas… Nuestros “pensamientos deben ser atados, restringidos; debe impedírseles que se desvíen en la contemplación de cosas que solamente debilitan y contaminan el alma” (Hijos e hijas de Dios, pág. 109). Lo logramos al mantener nuestra mente centrada en Jesucristo (Rom. 8: 5-8) y al ser renovados diariamente por la influencia del pensamiento y la voluntad de Dios encontrados en las Escrituras (Rom. 12: 2; Sal. 1: 2; 119: 9-16, 99).
Mayordomía de la mente
Dado que no existe refugio de la presencia casi universal de la cultura popular, somos llamados a ser mayordomos de nuestra mente. Existe una diferencia entre lo que escogemos ver o experimentar, y lo que nos viene en el flujo de la vida. No se conformen; “dejen que Dios los transforme en personas nuevas, al cambiarles la manera de pensar” (Rom. 12: 2, NTV). En una era en la que todo pensamiento e imaginación eran consistente y totalmente malignos, Enoc se retiraba con el propósito de refrescar su propia mente en la santa presencia de Dios. José, viviendo en Egipto y rodeado por imágenes y sonidos de vicio, respaldados por la riqueza y la cultura de la nación más desarrollada de entonces, “permaneció como quien no veía ni oía. No permitió que sus pensamientos se detuvieran en asuntos prohibidos” (Patriarcas y profetas, pág. 215). La sensibilidad moral y la influencia espiritual se incrementaron en los dos al ser mayordomos de su mente para Dios.
Hay una canción popular acerca de alguien que se pasa la vida metiéndose en problemas. “Sé cuáles eran mis sentimientos –dice–, pero ¿en qué estaba pensando?”
Cuando consideramos nuestra vida mental, Jesús nos invita a preguntarnos: “¿En qué estoy pensando?”
Preguntas para reflexionar y compartir
1. ¿Qué imágenes y pensamientos llenan nuestra mente cada día?
2. ¿Nos concentramos, mayormente, en lo que es bueno y puro, o en lo que es malo y profano?
3. ¿Qué podemos hacer para convertirnos en mejores mayordomos de nuestra mente?