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La letra H no se pronuncia en la lengua de Cervantes. Es un silencio que no implica la ausencia de la letra. No se debe confundir su ausencia de sonido con su ausencia de presencia. No es lo mismo decir “hecho” que “echo”, aunque suene igual.

La idea de hablar “a tiempo y fuera de tiempo” permea en la sociedad actual, en el sentido de hacer ruido, protestar, e intentar convencer.

La presencia del silencio siempre cambia las cosas, incluso de forma dramática. Recientemente en la plaza de Taksim en Estambul se vio un ejemplo casi dramático del grito del silencio. En medio de las protestas y las revueltas que estaban desangrando la capital turca, Erdem Gündüz, artista turco ofreció una alternativa, permanecer en pie y en silencio ante la “sordera” e intransigencia de las autoridades anatolias y su falta de deseo de dialogar.

Erdem Gündüz se convirtió en una letra “H”, su presencia silenciosa fue un clamor en Taksim y más allá de Turquía. Muchos le imitaron, ese silencio irritó a las autoridades y desalojó a los “silenciosos”, revelando las intenciones de cada cual.

Jesús nos dejó una lección de presencia silenciosa, y de cuándo convertirnos en letras H.

Pilato le preguntó:

¿No oyes lo que estos están testificando contra ti?

Pero Jesús no le contestó ni una palabra, de manera que el gobernador se quedó muy extrañado.” (Mateo 27:13-14 BLP).

A Jesús jamás le taparon la boca. Esa fue la única ocasión en que voluntariamente se convirtió en H. Cuando alguien toma una resolución, es inútil seguir conversando. Jesús sabía que su suerte estaba echada y no merecía la pena seguir gastando saliva. Su silencio no fue una resigna sino el último argumento que señalaba las intenciones finales de cada uno, obstinación por un lado y comprensión de la realidad por otro.

El silencio de Jesús habló más fuerte que su propia voz, pues el gobernador se maravilló por los argumentos silenciosos de Jesús y no por los gritos de los falsos testigos.

Es necesario aprender a callar a tiempo sin abandonar. En un principio nadie se da cuenta del silencio, pasará desapercibido y podrá ser confundido con resignación, pero como sucedió con Erdem Gündüz y con Jesús, el silencio presente habla, es elocuente y desenmascara las intenciones del que no calla y, aparentemente, se sale con la suya. Por ende, los silencios de Dios, son sus últimos y mejores argumentos. Los silencios de sus hijos deberían serlo.

Foto: (cc) Sean Loyless/Flickr. Esquina superior: Pedro Torres.

Revista Adventista de España