Cada año, la Navidad nos devuelve a un relato que, lejos de agotarse, sigue interrogando nuestro presente. En medio del ruido y la prisa, el nacimiento de Jesús nos recuerda que la grandeza de Dios se revela en lo pequeño y silencioso.
Cada Navidad nos recuerda que Dios actúa de manera diferente a nuestras expectativas. No irrumpe con estruendo ni reclama protagonismo; llega en silencio, en lo pequeño, y se hace presente donde la vida parece más frágil. El Evangelio sitúa el inicio de esta historia en un contexto humilde y cotidiano: la promesa de Dios no se abre camino desde los lugares de poder, sino desde la confianza.
Una joven virgen acoge una palabra que no comprende del todo, pero que discierne y acepta con libertad. En este gesto se condensa una enseñanza fundamental: «Dios no anula la conciencia humana, la honra». La fe que inaugura la Navidad no nace de la imposición, sino del encuentro. El Dios que nace en Belén no empuja la historia; la acompaña. No invade la vida humana, la habita.
María
La figura de María ocupa un lugar central en este relato. No como un símbolo idealizado, sino como una mujer real, con una vida concreta, llamada a confiar en medio de la incertidumbre. Su respuesta no nace de la pasividad, sino de una fe reflexiva, capaz de escuchar y asumir riesgos. En ella vemos cómo Dios se acerca con respeto, sin anular la libertad ni la conciencia. La Navidad comienza así con un gesto de confianza mutua.
Este rasgo cobra especial relevancia hoy, cuando muchas personas, y muy particularmente muchas mujeres, atraviesan cansancios profundos y responsabilidades que pesan, sosteniendo expectativas y silencios que apenas encuentran espacio para ser nombrados. Frente a ello, el mensaje navideño no añade carga, sino que ofrece descanso. No exige fortaleza, sino apertura. La cercanía de Dios no depende de nuestro rendimiento, sino de su gracia. La paz que Dios trae no es una meta que alcanzar, sino un don que se recibe.
Fe y confianza
La celebración de la Navidad subraya que la fe es un don liberador, un espacio de encuentro y no de presión. No se trata de obligaciones, sino de una relación sostenida por la confianza. Dios afirma la dignidad de cada persona y la acompaña en los procesos reales de la vida. En este horizonte, la Navidad ilumina la experiencia de tantas mujeres que han sostenido la vida en medio de la discreción y el silencio, convirtiendo esos gestos cotidianos en espacio de revelación.
Al cerrar el año y abrirnos a un tiempo nuevo, el relato del nacimiento de Jesús nos invita a mirar la vida de manera diferente: con fe como espacio donde respirar, descansar y recomenzar.
El video que acompaña este texto se suma a ese espíritu, recordándonos, con palabras sencillas, que Dios sigue caminando con nosotros y nosotras, incluso cuando el camino se hace pesado.
Que esta Navidad nos permita escuchar ese silencio habitado y confiar, una vez más, en que la esperanza ya ha comenzado a tomar forma.
Autora: Mercedes Martínez Bou, directora del Ministerio de la Mujer de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.


