Cada año, el último viernes de noviembre, mientras las grandes ciudades rebosan de luces, anuncios y colas infinitas, algunos colectivos celebran el Día del No Comprar. Es una jornada simbólica que denuncia el consumismo desmedido y propone una pausa para reflexionar sobre nuestros hábitos. Paradójicamente, este día coincide con el inicio de la temporada navideña, el período de mayor consumo del año, en el que se conmemora el nacimiento de Aquel que vino al mundo sin posesiones, envuelto en pañales y recostado en un pesebre (Lucas 2:7).
El contraste es profundo: mientras las multitudes celebran el nacimiento del Salvador comprando sin medida, Jesús nos dio ejemplo de humildad, sencillez y desprendimiento, recordándonos que el valor de la vida no está en acumular, sino en amar y servir.
Mucho antes de que existiera esta iniciativa anual moderna, Dios ya había establecido un día semanal para recordarnos que la vida no consiste en un torbellino de trabajo y consumo: el sábado.
El consumo que consume
Vivimos en una sociedad que confunde «necesidad» con deseo y «valor» con precio. El consumo ya no es sólo una práctica económica, sino una forma de identidad y de evasión emocional, una ilusión que promete felicidad a cambio de acumulación. Compramos no sólo para tener, sino para ser, intentando llenar con objetos el vacío de significado que deja una vida desconectada del Creador y de la creación.
Sin embargo, ese modelo de vida tiene un costo devastador. El planeta gime bajo el peso de nuestro consumo excesivo: los bosques desaparecen para sostener la industria y la ganadería intensiva, los ríos se contaminan con los residuos de la producción, la atmósfera se sobrecarga de gases, y miles de especies se extinguen cada año. El cambio climático no es sólo un problema ambiental, sino una consecuencia moral de una humanidad que ha olvidado el equilibrio original establecido por Dios.
Las comunidades humanas también sufren las consecuencias: desigualdad creciente, trabajo precario, explotación infantil, migraciones forzadas y una ansiedad colectiva que crece en proporción al vacío interior. En lo espiritual, este ritmo incesante nos aparta del sentido del ser y nos hace olvidar al Dios Creador, quien instituyó límites sabios para proteger la vida y enseñarnos que el verdadero bienestar nace del descanso, la justicia y la comunión (Génesis 2:2–3; Salmos 46:10).
El consumo sin medida nos promete libertad, pero nos esclaviza. El descanso divino, en cambio, nos libera del ciclo de la prisa y del deseo, recordándonos que somos más que consumidores: somos hijos de Dios y cuidadores de la creación.
El sábado: el primer «Día del No Comprar»
El sábado bíblico es mucho más que un día de descanso religioso: es una institución ecológica, social y espiritual profundamente transformadora. En su esencia, representa un acto de confianza en Dios y una interrupción sagrada del ritmo frenético del mundo. Cada séptimo día, el Creador nos invita a detener el ciclo del consumo, a suspender la producción y la adquisición, recordándonos que la vida no depende de lo que poseemos, sino de Aquel que la da.
«Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas» (Éxodo 20:9–10).
El mandamiento no se limita al individuo: se extiende a toda la comunidad y a la creación misma. Dios ordena que descansen también el siervo, el extranjero, los animales domésticos y aun la tierra (Éxodo 23:12; Deuteronomio 5:14). Nadie debe trabajar para otro, ni siquiera indirectamente. Guardar el sábado significaba renunciar no solo al propio esfuerzo, sino también al beneficio derivado del trabajo ajeno. En términos actuales, esto implica no hacer trabajar a otros para nuestro descanso: no acudir a un restaurante, ni generar consumo que obligue a otros a laborar mientras nosotros reposamos.
Declaración de igualdad y compasión
El sábado, así entendido, es una declaración radical de igualdad y compasión: todos los seres —humanos y no humanos— comparten por igual el derecho al reposo. El extranjero, el jornalero, el animal y hasta la tierra misma son incluidos en el mismo pacto de descanso.
Al cesar toda actividad comercial, el sábado se convierte en un día de no comprar, de no trabajar, de no vender y de no acumular, un paréntesis que interrumpe la lógica del mercado y nos enseña a vivir con suficiente. Es también un día de restauración integral: la tierra recupera su aliento, las relaciones humanas se sanan y el alma vuelve a su fuente.
Dios no solo buscaba que en el sábado recordáramos su poder creador y redentor, sino que participáramos de su obra restauradora, preservando el equilibrio natural y social que sostiene la vida. En ese sentido, el sábado es una declaración semanal de sostenibilidad, un día para reconectar con la naturaleza, valorar la sencillez y restaurar la comunión con Dios, con los demás y con toda la creación.
El sábado nos enseña a vivir sin explotación ni prisa, reconociendo que la verdadera adoración incluye también la justicia ecológica y social. Al dejar de producir, comprar o hacer trabajar a otros, proclamamos que la tierra no nos pertenece, sino que solo somos sus guardianes, fieles al Creador.
El descanso como resistencia
Guardar el sábado en una cultura dominada por el consumo es un acto profundamente contracultural. Es levantar una voz silenciosa que dice al sistema: «No todo se compra, no todo se vende, no todo tiene precio». En un mundo que mide el valor de las personas por su rendimiento o por su poder adquisitivo, el creyente que descansa el sábado está proclamando una verdad distinta: su dignidad no depende de su productividad ni de su capacidad de consumir, sino de su identidad como hijo de Dios.
Este descanso no es un ocio vacío ni una evasión del deber, sino un descanso redentor: una pausa que restaura, sana y devuelve sentido. En él, el alma se libera de la presión del rendimiento constante para contemplar, agradecer y servir, redescubriendo que la vida es un don, no una mercancía.
El sábado, señal de redención y libertad
El sábado es también una señal de redención (Deuteronomio 5:15). Así como Dios liberó a Israel de la esclavitud de Egipto, hoy nos libera del nuevo faraón del siglo XXI: el consumismo, que exige producir sin descanso y gastar sin medida. En ese sentido, cada sábado se convierte en un acto de libertad espiritual y social, un recordatorio de que no somos esclavos del mercado ni del reloj, sino hijos libres del Creador.
Cada vez que dejamos de comprar, de vender y de producir para detenernos ante Dios, estamos diciendo al mundo que hay una esperanza más allá del tener. El sábado no solo nos invita a descansar del trabajo, sino también del afán, del deseo insaciable y del egoísmo que agota tanto a la tierra como al alma. Es, en esencia, una revolución pacífica, una práctica semanal que anticipa la libertad eterna de:
«…la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Romanos 8:21).
Jesús y el dinero: una relación reveladora
Jesús, quien se declaró «Señor del sábado» (Marcos 2:28), no solo reivindicó el descanso como un don divino de libertad, sino que vivió toda su vida como una crítica silenciosa —y a veces muy explícita— al materialismo y al afán de posesión que dominaban su tiempo. Su relación con las riquezas terrenales fue inexistente e incluso desafiante, y su enseñanza resultó profundamente subversiva frente a la lógica materialista de su tiempo.
El evangelio muestra que Jesús nunca tocó el dinero. No construyó templos, no acumuló bienes, no vendió la salvación. Su ministerio fue puro servicio: sanar, enseñar, alimentar y liberar. En contraste con un mundo donde el valor de las personas se medía por lo que poseían, Jesús enseñó que el verdadero tesoro está en el corazón y en el Cielo (Mateo 6:19–21).
Cuando los líderes religiosos convirtieron el templo —la casa de oración— en un mercado, Jesús reaccionó con firmeza:
«Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado» (Juan 2:16).
Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios
Su enfrentamiento con el consumismo religioso del templo fue directo. No podía haber redención donde se comerciaba con ella. Para Él, el culto no podía medirse en ofrendas monetarias, sino en la entrega del corazón. Por eso denunció todo sistema religioso que mezclara lo sagrado con la codicia. Más tarde, cuando le mostraron una moneda con la imagen del César, Jesús respondió: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22:21).
Con esa frase, separó magistralmente las esferas política y espiritual, recordando que el dinero pertenece al orden terrenal, pero la vida, la conciencia y la creación pertenecen a Dios. La respuesta de Jesús no fue una evasión, sino una enseñanza de equilibrio y discernimiento: usar los recursos con responsabilidad, sin adorarlos ni permitir que nos posean.
En un mundo donde el consumo se ha convertido en religión, Jesús encarna la sobriedad divina, el desapego total frente al poder del dinero. Él nos invita a vivir con la mirada puesta en un reino que no es de este mundo (Juan 18:36), a servir en lugar de poseer, y a entender que la verdadera riqueza consiste en amar, compartir y cuidar la creación del Padre.
Así, el ejemplo de Jesús une su señorío sobre el sábado con su distancia del dinero: ambos son llamados a la libertad. El sábado nos libera del trabajo sin fin; su ejemplo, del consumo sin alma. En conjunto, nos enseñan que la verdadera plenitud no se compra, se recibe en comunión con Dios y su creación.
Consecuencias del consumismo exacerbado
El consumismo compulsivo afecta todos los niveles de la existencia humana, erosionando tanto la naturaleza exterior como la interior del ser.
- Medioambientalmente, agota los recursos naturales, acelera el cambio climático, multiplica los residuos no biodegradables y destruye ecosistemas enteros, alterando el equilibrio que sostiene la vida.
- Socialmente, fomenta la desigualdad, la explotación laboral y la alienación, convirtiendo a las personas en meros engranajes de producción y consumo, más preocupadas por poseer que por ser.
- Políticamente, alimenta la corrupción, el cortoplacismo y la sumisión de las decisiones públicas a los intereses económicos, debilitando la justicia y el bien común.
- Religiosamente, engendra una nueva idolatría: el culto al dinero, al éxito inmediato y a la apariencia, sustituyendo la fe por la fascinación de lo efímero.
Cada compra innecesaria, cada deseo artificialmente inducido, refuerza un sistema que degrada la creación y nos distancia del propósito original de Dios para la Tierra. Por eso, el llamado a la moderación, la sobriedad y la gratitud no es solo una cuestión ética o ecológica, sino una respuesta espiritual y redentora: una forma de honrar al Creador preservando su obra.
La espiritualidad de la sobriedad
En medio de una cultura que mide el éxito por la abundancia de cosas, la Biblia nos recuerda que la verdadera riqueza no está en poseer, sino en pertenecer: pertenecer a Dios, a la comunidad de sus hijos y a la Tierra que nos sustenta. La espiritualidad bíblica nos invita a reencontrar el equilibrio perdido, aprendiendo a vivir con sencillez, agradecimiento y propósito.
El apóstol Pablo escribió:
«Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto» (1ª de Timoteo 6:8).
Estas palabras, sencillas pero revolucionarias, nos animan a reconocer que el valor de la vida no depende de lo que acumulamos, sino de la comunión vertical y horizontal que cultivemos.
Desde Naturalia 7.0 te invitamos a redescubrir esta espiritualidad de la sobriedad: una forma de vivir donde lo suficiente es abundante, y donde el consumo deja paso al cuidado del otro y del entorno. Recuperar la sobriedad no significa volver atrás, sino avanzar hacia una existencia más consciente y solidaria, donde cada recurso se utilice con gratitud, equidad y respeto por la creación.
Decir «basta», cuando el mundo dice «más»
Practicar la sobriedad es aprender a decir «basta» cuando el mundo insiste en decir «más». Es elegir la oración sobre la autosuficiencia, la colaboración sobre la competencia, la contemplación sobre la prisa. Es descubrir que la felicidad florece cuando el alma se libera del peso de lo innecesario.
En Naturalia 7.0 creemos que este cambio no es solo personal, sino también colectivo. Vivir sobriamente es un acto de justicia hacia los demás y hacia las generaciones futuras. Es una forma de adoración al Creador, que nos confió un planeta hermoso para cultivarlo, no para agotarlo.
Te invitamos a sumarte a este movimiento de esperanza: a vivir con menos para vivir mejor; a elegir la sencillez como camino de libertad; a restaurar, con cada gesto consciente, la armonía que une a Dios, al ser humano y a la naturaleza.
«El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel» (Lucas 16:10).
Que nuestra fidelidad comience por lo cotidiano: un consumo responsable, una vida agradecida, un respeto profundo al sábado, y una fe que florece en la sobriedad.
Conclusión
El Día del No Comprar puede ser una ocasión excelente para dar testimonio de nuestro modo de vida adventista, mostrando al mundo que ya tenemos un día semanal de no comprar, de no vender: el sábado. Este día santo nos recuerda quiénes somos —hijos del Creador— y cuál es nuestro propósito —y cuidar la creación—.
En la práctica sabática, los adventistas poseemos ya el principio más avanzado de ecología espiritual: un día sin comercio, sin consumo, sin contaminación, dedicado a la adoración, la familia y la naturaleza.
En un mundo agotado por la prisa y el deseo, Dios sigue invitándonos:
«Deteneos, y conoced que yo soy Dios» (Salmo 46:10).
Ese descanso no es pasividad, sino el punto de partida para una vida activa de servicio, cuidado y esperanza. El sábado —y cada decisión de consumo responsable— son maneras de proclamar que la Tierra no es nuestra propiedad, sino un hogar temporal que debemos administrar sabiamente nuestro ministerio.
Invitación
¿Amas la naturaleza? ¿Te conmueven los animales? ¿Te preocupan los desafíos ecológicos? ¿O simplemente quieres conocer más sobre el Dios Creador de este maravilloso planeta? En Naturalia 7.0 te invitamos a unirte a una comunidad de personas apasionadas por la vida, la tierra y su cuidado. Hazte socio con una pequeña cuota anual y participa en proyectos, actividades y reflexiones que conectan el amor por la creación con una fe viva y responsable.
Escríbenos a: info@naturaliaonline.org
¡La creación te necesita… y nosotros también!
Autor: Dirección de Naturalia 7.0. Redactado por Sergio Martorell, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.



