«Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio» (Juan 16: 8).
Muchos años después de que Elías pidiera fuego, otro hombre llegó y habitó a orillas del río Jordán. Desde allí, le recordaba al pueblo la hazaña del profeta en el Carmelo. Este hombre usaba un vestido confeccionado «de pelo de camello, tenía un cinto de cuero alrededor de su cintura» (Mateo 3: 4) y clamaba: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (versículo 2).
Su nombre era Juan el Bautista. Él profetizó: «Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento, pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mateo 3: 11).
Inmediatamente después de que Juan proclamó la venida del Mesías, Jesús entró en escena. «Entonces Jesús vino de Galilea al Jordán, donde estaba Juan, para ser bautizado por él» (versículo 13). Con Dios, todo es cuestión de tiempo.
Jesús, el carpintero, fue bautizado por Juan. «Y Jesús, después que fue bautizado, subió enseguida del agua, y en ese momento los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y se posaba sobre él. Y se oyó una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”» (versículo 16-17).
Bautismo en Espíritu Santo y fuego
Juan dijo que el Mesías, que vendría detrás de él, «os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mateo 3: 11). Jesús mismo fue bautizado con el Espíritu Santo. Como él bautizaría a otros con el Espíritu Santo, sería primero bautizado por agua y el mismo Espíritu. «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto […]. Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor» (Lucas 4: 1, 14).
Este mismo Jesús, después de morir en la cruz y resucitar de la tumba, pero antes de regresar al cielo, profetizó: «Porque Juan ciertamente bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días» (Hechos 1: 5). Diez días después, el día de Pentecostés, todos los creyentes estaban reunidos en un solo lugar. «De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran» (Hechos 2: 2-4).
Los creyentes que eran tímidos, temerosos o marginados, debido a todo tipo de pecados pasados e historias oscuras, fueron llenos del Espíritu Santo. Oraron, se humillaron y se arrepintieron. Ahora estaban llenos, hasta rebosar, con el regalo que Jesús había prometido. Hablaron con audacia en los idiomas de los muchos peregrinos que se habían reunido en las calles para la Pascua. La multitud testificó: «¿Cómo, pues, los oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?» (versículo 8).
Vidas transformadas
Pedro, quien había declarado públicamente que no sabía nada de Jesús, cuando en realidad lo había seguido durante tres años, se puso del lado de los discípulos. Pedro, el discípulo que había guardado silencio cuando la multitud gritó: «¡Crucifícale!», alzó su voz y declaró con firmeza: «En los postreros días —dice Dios—, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños» (versículo 17).
Este Pedro, que una vez estuvo lleno de sí mismo, sumergido en su propia agenda, ahora estaba lleno del Espíritu Santo. Arriesgó su vida para comunicar el mensaje recibido por el Espíritu Santo. La multitud se conmovió y clamó: «Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: “Hermanos, ¿qué haremos?” Pedro les dijo: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame”» (Hechos 2: 37-39).
¡Es hora de que el fuego vuelva a caer!
Medita
«Si hubiera una convocatoria de todas las iglesias del planeta, deberían unirse con el objetivo de clamar por el Espíritu Santo. Cuando lo tengamos, Cristo, nuestra plena suficiencia, estará siempre presente. Cualquier necesidad quedará satisfecha. Tendremos la mente de Cristo» (Elena de White, Manuscritos inéditos, tomo 2, página 28).
En la práctica
- Ora hoy de manera especial pidiendo que Dios derrame su Espíritu Santo en ti.
- ¿Te ha transformado el Espíritu Santo? Escribe tu testimonio y alaba a Dios por obrar en tu corazón.