«Consecuencias irreparables», «destrucción total», «es solo el principio», «el mínimo movimiento contra nosotros desencadenará una tormenta de misiles», «y tú más», «rendición incondicional», «no nos rendiremos», «tú, en mi búnker, no entras», «no nos detendremos», «no saldrá impune», «respuesta aplastante», «no escapará», «la región arderá», «nuestro alcance es mayor», «golpearemos donde no lo esperen»…
Estas frases, pronunciadas en los últimos días por líderes de Israel, Irán y otros actores globales, no son meros titulares: son semillas de conflicto, profecías autocumplidas de violencia. Como cristianos, sabemos que las palabras no son neutras, sino que poseen peso específico y eco eterno (Mateo 12:37). Detrás de cada amenaza hay un relato que busca dominar la narrativa del miedo.
La guerra retórica
Con este tipo de declaraciones se construye hoy gran parte del relato geopolítico mundial. No es solo una guerra de misiles, drones o sabotajes: es una guerra de palabras. Una guerra de relatos. Y en esta era de redes, cámaras y percepciones, el que domina el relato, muchas veces domina la narrativa global.
Sí, la retórica de la guerra —o lo que podríamos llamar también guerra retórica— es, sin duda, un modo de manipulación. Y lo es en varios niveles: psicológico, político, ideológico y espiritual.
1. La retórica como arma
Las palabras no solo describen la realidad; también la construyen. Cuando se utiliza un lenguaje cargado de amenazas, absolutismos y deshumanización del otro, se prepara el terreno para justificar acciones extremas. Se genera miedo, odio y un sentido de urgencia artificial que puede llevar a las masas a aceptar lo inaceptable. Como escribió George Orwell: «El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen veraces y el asesinato respetable».
2. La manipulación emocional
La guerra retórica busca moldear emociones: infundir temor, suscitar indignación, reforzar la identidad tribal (nosotros contra ellos), y crear una narrativa de víctima o héroe, según convenga. En este terreno, la verdad se vuelve relativa y lo importante es quién tiene el mejor altavoz.
3. La batalla por el relato
En el conflicto entre Israel e Irán, pero también en muchos otros, no solo se disparan misiles: se libran batallas en medios de comunicación, redes sociales, foros internacionales. Cada parte quiere controlar el relato. El que logra presentarse como víctima o como justo, gana el favor de la opinión pública global. Pero como cristianos, sabemos que el verdadero juicio no está en la corte de la opinión pública, sino ante el trono de Dios.
4. Una advertencia profética
En Apocalipsis, el engaño y la propaganda tienen un rol central en el conflicto final. Se habla de una bestia que «engaña a los moradores de la tierra» (Apocalipsis 13:14) y de espíritus inmundos que «van a los reyes de la tierra… para reunirlos para la batalla» (Apocalipsis 16:14). La profecía no solo presenta guerras físicas, sino una guerra de ideas, de palabras, de narrativas.
5. La respuesta cristiana
Frente a esta manipulación, el seguidor de Cristo no puede limitarse a repetir discursos. Está llamado a ser sal y luz (Mateo 5:13-14), a buscar la verdad, a discernir los espíritus (1ª de Juan 4:1) y a hablar con gracia y verdad (Efesios 4:15). La iglesia no está para amplificar el ruido del mundo, sino para anunciar un mensaje radicalmente diferente: paz en Cristo, esperanza eterna, y un reino que no se sostiene en bombas, sino en la cruz.
En definitiva, la guerra retórica sí es manipulación. Pero también es una oportunidad para la iglesia: una oportunidad para hablar con voz profética, para ofrecer una visión diferente del poder, la justicia y el futuro.
Narrativas para dividir y destruir
Como cristianos y estudiosos de las Escrituras y la profecía bíblica, no podemos escuchar esta escalada de amenazas sin recordar las palabras de Jesús: «Oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin» (Mateo 24:6). La guerra, tristemente, no es una anomalía en la historia humana. Es una constante desde que el pecado entró en el mundo, y lo será hasta el regreso de Cristo. Pero nuestra esperanza no está en los comunicados de prensa ni en las cumbres diplomáticas, sino en la promesa de que «los mansos heredarán la tierra» (Mateo 5:5).
En cada guerra que se libra, la humanidad repite el ciclo de violencia y se encierra en sí misma. Pero hay una diferencia hoy con respecto a otros conflictos pasados: la retórica se amplifica. Las redes sociales, los medios y los discursos políticos convierten las amenazas en armas psicológicas. Cuando un líder dice «la región arderá» o «nuestro alcance es mayor», no solo habla a su enemigo, sino a las generaciones que crecerán con ese odio. El enemigo de Dios, el padre de la mentira (Juan 8:44), usa estas narrativas para dividir y destruir.
La última palabra
La guerra actual entre Israel e Irán nos sitúa ante una profecía en desarrollo. No porque podamos señalar con exactitud un versículo que prediga este enfrentamiento específico, sino porque este conflicto forma parte de una dinámica profética mayor: el conflicto entre las fuerzas del bien y del mal, entre la fidelidad a Dios y la exaltación del poder humano.
En medio del ruido, Dios sigue escribiendo la historia. Mientras los hombres gritan «¡no nos rendiremos, arderéis!», Cristo dice: «Venid a mí, todos los que estáis cansados» (Mateo 11:28). Mientras prometen «respuesta aplastante», Jesús ora: «Padre, perdónalos» (Lucas 23:34).
El conflicto en Medio Oriente o cualquier otra guerra, no es algo ajeno al plan divino. Pero el relato final no lo marcan los misiles, sino el Cordero que venció sin violencia (Apocalipsis 5:6).
Pero, ¿quién escribe el relato? ¿Quién tiene la última palabra? Mientras los imperios humanos intentan escribir la historia con pólvora y miedo, los cristianos estamos llamados a contar otra historia: la del Cordero que fue inmolado y que, sin disparar una sola flecha, venció por medio del amor, la verdad y el sacrificio. Nuestra misión no es alimentar el relato del odio, sino anunciar el evangelio eterno: «Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado» (Apocalipsis 14:7).
La verdadera batalla
Que este conflicto regional escale a un conflicto mundial es una posibilidad real. Los cristianos no vivimos en una burbuja. Si a miles de kilómetros ya respiramos la ansiedad que transmiten estos discursos inflamados y retóricas agresivas, ¿cómo no vamos a ser sensibles a la realidad palpable de quienes viven en medio del conflicto? Las terribles consecuencias —vidas arrebatadas, hogares destruidos, futuros truncados— no pueden dejarnos indiferentes.
A esto se suman las repercusiones económicas globales que podrían desencadenarse: no olvidemos la posición estratégica de Irán como nexo entre Oriente Medio y el Lejano Oriente, el papel clave del Estrecho de Ormuz, y el impacto económico derivado de un posible bloqueo de recursos estratégicos como el petróleo y el gas, lo que podría traducirse en un aumento de precios, subidas de los tipos de interés y una nueva crisis económica global.
Además, el solo hecho de que se mencione la posibilidad de una confrontación nuclear —aunque sea como disuasión— nos recuerda cuán frágil es la paz cuando se juega con fuego en un mundo cargado de pólvora.
Pero frente a esta guerra de narrativas, los cristianos no podemos caer en el juego del miedo. La verdadera batalla no es entre Israel, Irán y otros actores internacionales, sino entre el Reino de Dios y el de este mundo (Efesios 6:12).
Llamado a la esperanza
Querido lector, tres aplicaciones prácticas:
- Oración por la paz, pero sin ilusiones humanistas: Sabemos que la paz duradera solo vendrá con Cristo (Isaías 2:4; Juan 14:27).
- Rechazo a la propaganda del odio: No repitamos consignas de violencia. «Bienaventurados los pacificadores»(Mateo 5:9).
- Enfoque en la misión: Mientras el mundo grita «¡es solo el principio!», nosotros proclamamos: «¡La venida de Jesús está cerca!» (Apocalipsis 22:20).
No sabemos qué ocurrirá mañana en Tel Aviv o en Teherán. Pero sí sabemos cómo termina esta historia. Y no termina con una última y gran explosión, sino con una voz que dice: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21:5).
Las palabras de los hombres pasarán. Sus amenazas de «destrucción total» quedarán en nada cuando «todo ojo» vea a Jesús (Apocalipsis 1:7).
Mientras tanto, seamos luz. Porque al final, solo habrá un grito verdadero:
«¡El reino del mundo ha venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo!» (Apocalipsis 11:15).
Esa es la historia que el mundo necesita oír. Esa es la historia que nosotros, como iglesia, debemos contar.
Autor: Samuel Gil Soldevilla, responsable del Depto. de Comunicaciones de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España y director de la productora HopeMedia.