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Familia cocina publicidadVivimos en una sociedad saturada de publicidad. En España, como en buena parte del mundo desarrollado, los anuncios han colonizado nuestros hogares, nuestras calles y nuestras pantallas. Pero no se trata de una simple molestia o de una cuestión estética: esta omnipresencia publicitaria está transformando, de forma profunda y peligrosa, nuestra relación con la comida. La alimentación ha dejado de ser un acto consciente y equilibrado para convertirse en una respuesta automática a deseos inducidos por una maquinaria publicitaria perfectamente orquestada.

La nutrición saludable se enseña en los hogares, pero ¿quién educa cuando los padres no están presentes? ¿Cómo incitar a los niños a alimentarse con vegetales frescos o frutas, si la televisión, la tablet y el móvil están repletos de contenidos y anuncios que muestran deliciosas hamburguesas?

La infancia española, blanco de la publicidad

Los niños y adolescentes están creciendo rodeados de pantallas que los bombardean constantemente con publicidad de bebidas y comidas ultraprocesadas, cargadas de azúcares, grasas y aditivos. La franja de dibujos animados o los canales infantiles siguen siendo vitrinas de bollería industrial, snacks salados, refrescos azucarados y cadenas de comida rápida que ofrecen juguetes junto a menús hipercalóricos.

Por otro lado, con ambos padres trabajando dentro y fuera de casa, los niños pasan demasiado tiempo frente a la televisión, con la tablet o el móvil, algo profundamente perjudicial, no solamente para su vista o su mente (¡indudable!), sino también para su salud física. Y no solamente por el sedentarismo al que se ven abocados, sino también por terribles hábitos como comer mientras ven la tele o juegan con la tablet. Una costumbre que, lejos de ser inocente, es especialmente perjudicial para los niños por varias razones, tanto físicas como emocionales y conductuales.

Razones por las que nunca deben comer delante de la televisión, el móvil o la tablet

📺 1. Desconexión con las señales de hambre y saciedad

Cuando un niño come mientras está distraído viendo la televisión, no presta atención a su cuerpo. Esto puede provocar que:

  • Coma en exceso, porque no se da cuenta de que ya está lleno.
  • Coma sin hambre, simplemente por hábito o aburrimiento.
  • Pierda la capacidad de autorregular su alimentación, algo crucial para mantener un peso saludable a lo largo de su vida.

🍭 2. Asociación comida-diversión

Ver la tele mientras se come puede crear una asociación emocional peligrosa:

  • El niño aprende a relacionar la comida con entretenimiento, no con nutrición.
  • Puede empezar a buscar comida cada vez que se aburre o necesita consuelo, lo que fomenta el hambre emocional.
  • Se refuerza el hábito de comer por impulso, no por necesidad.

🍔 3. Elección de alimentos menos saludables

Cuando los niños comen frente a la televisión, tienden a elegir:

  • Snacks procesados, golosinas o comida rápida, fáciles de consumir con la mano y asociados a la diversión.
  • Además, durante los programas (especialmente los infantiles), se emiten anuncios de alimentos ultraprocesados, lo que influye directamente en sus elecciones.

🛑 4. Sedentarismo y sobrepeso

Comer frente a la tele forma parte de un estilo de vida sedentario, que es uno de los principales factores de riesgo de obesidad infantil.

Se sustituyen actividades físicas o sociales (como comer en familia o jugar al aire libre) por estar sentado frente a una pantalla.

🍽️ 5. Perdemos la oportunidad de educar en la mesa

Las comidas en familia son momentos ideales para:

  • Fomentar la conversación, los modales, la escucha y la conexión emocional.
  • Enseñar a los niños sobre nutrición, porciones y alimentos saludables.
  • Observar sus hábitos alimenticios, preferencias o rechazos.

Comer frente a la televisión rompe ese momento educativo y relacional. Por lo tanto, los niños deben comer en la mesa, sin pantallas. La comida debe ser un momento de atención plena: hablar, saborear, masticar bien.

El círculo vicioso: publicidad, sedentarismo y comida basura

El estilo de vida que promueven los anuncios —consumo inmediato, satisfacción instantánea y sedentarismo— es parte del daño. En muchos hogares españoles, el televisor sigue siendo el centro de ocio familiar. A eso se suma el mencionado uso de móviles y tablets, que, lejos de fomentar el movimiento, mantienen a los jóvenes inmóviles y expuestos a más publicidad.

Y mientras tanto, los anuncios apenas muestran frutas, legumbres o platos típicos mediterráneos. Lo que reina en las pausas publicitarias son las hamburguesas XXL, los batidos azucarados, los cereales con forma de dibujos animados y los dulces que prometen felicidad con cada bocado.

España es mundialmente conocida por su dieta mediterránea, reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Nuestra Iglesia Adventista del Séptimo Día es mundialmente conocida por su dieta ovolactovegetariana, sus consejos de salud y su acróstico ADELANTE (que promociona la salud a través de Aire, Descanso, Ejercicio, Luz solar, Agua, Nutrición, Temperancia y Espiritualidad) y sus altos índices de longevidad. Sin embargo, cada vez nos alejamos más de estos modelos alimenticios. Las generaciones jóvenes, influenciadas por las campañas de marketing global, están sustituyendo el aceite de oliva por margarina, el pan integral por bollería industrial y el gazpacho por refrescos.

No comemos cerdo, pero nos hinchamos a pizza y bebidas carbonatadas. 

Uno de cada tres niños, en España, tiene sobrepeso u obesidad

El resultado de todo lo mencionado anteriormente es visible y alarmante: uno de cada tres niños en España tiene sobrepeso u obesidad, según datos de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN).

En otras palabras, nuestros hijos están siendo bombardeados desde pequeños con publicidad y hábitos que les llevan a perder el control y a desear alimentos que, aunque atractivos y sabrosos a primera vista, comprometen su salud a largo plazo. Ya no es raro que la diabetes tipo 2, tradicionalmente asociada a personas mayores, se diagnostique en adolescentes.

La solución empieza con la educación en casa

Es cierto que en nuestro país, en los últimos años, se han impulsado medidas como limitar la publicidad de alimentos no saludables dirigida a menores. Pero la autorregulación no ha sido suficiente. La legislación debe ser más firme. Necesitamos políticas públicas claras, similares a las aplicadas al tabaco o al alcohol, que protejan a los menores de la influencia nociva del marketing alimentario.

Y siendo realistas, no podemos hacer mucho al respecto a nivel social, pero sí podemos cambiar la situación de nuestro hogar.

En casa, la solución empieza con la educación. Volver a llenar nuestras neveras con alimentos saludables: frutas de temporada, legumbres, pescado azul, frutos secos, pan integral y aceite de oliva virgen extra. Relegar los alimentos poco saludables a celebraciones puntuales, no a premios semanales o meriendas diarias. Y, sobre todo, dedicar tiempo a cocinar en familia, inculcar buenos hábitos y reducir el consumo pasivo de televisión y redes sociales.

El desafío está servido

Muchos recordamos con cariño cómo nuestros padres preparaban guisos caseros, verduras, potajes, pisto o lentejas. No había lujos, pero sí equilibrio. Podemos recuperar ese modelo, adaptado a nuestros tiempos, luchando contra las trampas del marketing.

Hagamos ollas grandes de comidas saludables y congelemos o conservemos al vacío (hervir, meter en tarros con tapas «pop-up», cerrar, poner boca abajo y cuando se enfría, guardar en la nevera. Dura más de una semana). Busquemos trucos que nos ayuden a nutrir a nuestras familias, y no solamente a sobrevivir a base de precocinados. Alejemos la publicidad alimentaria de nuestros hogares, todo lo que nos sea posible.

Y sí, el helado puede seguir siendo parte de nuestras vidas, pero solo si lo hacemos en casa. Reinventemos opciones saludables como helados de fruta y bebida de avena, sin azúcar ni chocolate. Lo saludable no tiene por qué ser aburrido. ¡Investiguemos! ¡Busquemos alternativas sanas!

Lo sé. Es una lucha contra el tiempo y el estrés en el que vivimos la inmensa mayoría de familias en las que ambos progenitores trabajamos. Pero la salud de nuestros seres amados lo merece. ¿Estás dispuesto a hacer el esfuerzo?

La lucha contra la obesidad infantil no se ganará solo en los hospitales ni en las escuelas. Se ganará —o se perderá— en casa. Es un desafío personal al que te invito a unirte. ¡Recuperemos el control de la alimentación y los hábitos en nuestro hogar!

Autora: Esther Azón Fernández, teóloga y comunicadora. Redactora y coeditora de revista.adventista.es. Técnica en nutrición y dietética (titulación avalada por el SERVEF).
Imagen: Shutterstock

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