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Los SalmosPodríamos decir mucho sobre lo que hace de los Salmos un tesoro extraordinario y precioso. Dios colocó un libro de himnos y oraciones, los Salmos, en el corazón de la Biblia para invitarnos a disfrutar de la comunión con él y ayudarnos a tener una vida de oración plena. No sirven simplemente para informarnos sobre cómo adoraban y oraban los pueblos de la antigüedad.

Sin lugar a duda, los Salmos también han dejado una huella duradera en la cultura, sobre todo judía y cristiana, más allá del contexto del culto y la religión. Algunas de las obras de arte y música más famosas son: Rey David tocando el arpa de Gerrit van Honthorst (1611), El Rey David tocando el arpa de Peter Paul Rubens (circa. 1627-1628), David en oración de Rembrandt (1652), David liberado de muchas aguas de William Blake (circa. 1805), la interpretación musical de Felix Mendelssohn del Salmo 42: Wie der Hirsch schreit [Como el ciervo grita] (1837-1838), y la Sinfonía de los Salmos de Igor Stravinsky (1930).

El profundo impacto de los Salmos en la fe

Después de mi entusiasmo inicial con los Salmos, tardé un tiempo en darme cuenta del profundo impacto que podían tener en la fe de una persona y en su caminar con Dios. Autores de renombre como Elena G. White, Dietrich Bonhoeffer, Walter Brueggemann y James L. Mays (por nombrar solo algunos), que escribieron sobre la oración y los Salmos, me ayudaron a utilizarlos en mi devoción diaria de una manera más significativa y profunda.

Aprendí, y sigo aprendiendo, a apreciar los Salmos por su capacidad única de enseñarnos a orar, dándonos palabras que a menudo no tenemos o no nos atrevemos a decir, al tiempo que nos ayudan a oír la voz de Dios allí mismo mientras oramos.

Bonhoeffer señaló con razón que orar los Salmos determina nuestras oraciones por la riqueza de la palabra de Dios, no por la pobreza de nuestro corazón.[1] Además, la exigencia implacable de los Salmos de que sometamos toda la vida, lo bueno y lo malo, a Dios en oración y alabanza, nos enseña que la comunicación con Dios debe continuar, pase lo que pase.

El modo en que los Salmos conmueven, reconfortan y elevan nuestro ser nos dice que no se originaron en los mortales, sino en Dios (Marcos 12:36; Hechos 4:24, 25). Los Salmos nos reafirman en la bondad amorosa de Dios y en su voluntad de escucharnos cuando lo invocamos.

También son las oraciones de Jesús

Los Salmos son excepcionales porque no solo son las oraciones del pueblo de Dios, sino también las oraciones que Jesús oró como nuestro Señor encarnado, incluso en la cruz (Mateo 27:46; cf. Salmo 22:1; Lucas 23:46; cf. Salmo 31:5). A través de ellas, podemos ver el corazón de Cristo. Jesús es Emmanuel «Dios con nosotros» (Mateo 1:23), el que ora con nosotros y por nosotros.

Los Salmos son ampliamente reconocidos como uno de los libros del Antiguo Testamento más citados en el Nuevo Testamento, si no el que más.[2] Es asombroso lo detalladas que son las ideas de los Salmos sobre el ministerio terrenal de Jesús, su persona, sufrimiento, muerte, resurrección y ministerio como nuestro Sumo Sacerdote en el Santuario celestial.[3] La cristología sin los Salmos habría sido muy diferente, y mucho más pobre de lo que afortunadamente tenemos ahora.

150 poemas, escritos en 1.000 años y un orden determinado

Por último, se cree que el diseño del Libro de los Salmos encierra un profundo significado. Aunque el actual Libro de los Salmos es una colección de 150 poemas, puede que la colección no sea tan aleatoria como parece. El hecho de que los Salmos se escribieran a lo largo de unos 1.000 años, desde Moisés, que escribió el Salmo 90, hasta los escritores de los Salmos postexílicos (por ejemplo, el Salmo 137), nos lleva a reconocer el papel de los editores inspirados por Dios que seleccionaron y dispusieron los Salmos en un orden determinado para componer el Libro de los Salmos que tenemos hoy.

La tradición judía atribuye a Esdras la compilación del Salterio actual. Lo interesante de conocer el trasfondo histórico y abordar los Salmos como un libro unificado es que podemos apreciarlos no solo en su contexto individual, sino también en el contexto de todo el libro. Muchos estudiosos de los Salmos se han dado cuenta de que los Salmos estaban ordenados de tal manera que promovían la esperanza en el Mesías, el Santuario celestial y el reino escatológico de Dios, temas de importancia crucial para el pueblo de Dios que, tras ser llevado al cautiverio, se quedó sin su rey humano, sin el templo terrenal y sin su tierra (2ª de Reyes 25; Jeremías 52).[4]

Un itinerario espiritual

Los Salmos dan testimonio de un itinerario espiritual común para muchos hijos de Dios. El viaje comienza con una fe firmemente establecida y asegurada por el gobierno soberano de Dios. Algunos Salmos (por ejemplo los Salmos 1, 2, 8, 15, 19, 23 y 25) abordan los temas fundamentales de nuestra fe: el Señor reina como Creador soberano, Rey, Juez, Salvador del pacto, Legislador; el Señor escucha y libera y es nuestro Sustentador, Refugio, Defensor, Libertador y Ayuda.

A medida que avanzamos en el Libro de los Salmos, vemos lo que sucede cuando el mundo bien ordenado de la fe se ve desafiado y amenazado por el mal. ¿Sigue reinando Dios? ¿Sigue siendo verdad todo lo que aprendimos sobre Dios y experimentamos con él? ¿Cómo cantamos el cántico del Señor en tierra extraña? Los Salmos reflexionan sobre estas cuestiones (p. ej., los Salmos 73, 74, 79, 89 y 137) y comparten la respuesta de Dios al problema del mal y el pecado: su juicio, perdón, gracia y salvación, que culminan en el Mesías prometido, nuestro Salvador, Sacerdote y Rey (p. ej., Salmos 93-99, 106, 110, 118).

La renovada comprensión de la gracia y la sabiduría de Dios lleva a la gente a dedicarse de nuevo a Dios en fe y obediencia, alabando su salvación y juicio, y expresando su anhelo de Sion y la adoración que nunca termina (p. ej., Salmos 122, 125, 134 y 146-150).

Orientación-desorientación-reorientación

Walter Brueggemann describió muy bien el camino de la fe en el Libro de los Salmos en la secuencia de orientación-desorientación-reorientación correspondiente a las estaciones de la vida humana.[5]

Orientación

La estación de la orientación refleja la vida sin tensiones y la fe bien orientada en un estado de ánimo de equilibrio expresado en:

  • Cantos de creación (Salmos 8, 33, 104, 145)
  • Cantos de la Torá (Salmos 1, 15, 24, 119)
  • Salmos de sabiduría (Salmos 14 y 37)
  • Salmos de ocasiones de bienestar (Salmos 131 y 133).

Desorientación

La estación de la desorientación representa esos pasajes de la vida en los que esta atraviesa la oscuridad del mal y el sufrimiento.

Las diversas experiencias de desorientación se recogen en:

  • Los lamentos personales (Salmos 13, 35 y 86)
  • Lamentos comunitarios (Salmos 74, 79 y 137)

Reorientación

La época de la reorientación o nueva orientación se refiere a los periodos de la vida en los que la gracia de Dios transforma la fe de los salmistas y da nueva vida, como se ve en los cantos de acción de gracias (Salmos 28, 100, 106, 107, 118, 136, 138).[6]

Aunque las respuestas del pueblo de gratitud, adoración y anhelo por su Dios están repartidas a lo largo de todo el libro de los Salmos, dominan adecuadamente el último y quinto libro del Salterio (Salmos 107-150), terminando así el libro de los Salmos con un crescendo de alabanza y un claro mensaje de la victoria de Dios sobre el mal.  

¿Y ahora qué?

¿No sería estupendo poder transportarnos ahora mismo al glorioso mundo del Salmo 150, donde la alabanza y la adoración nunca terminan? Aunque ese día llegará sin duda, nuestro viaje en esta Tierra continúa, pues vivimos en la esperanza de la venida de Jesús, cuando nuestro anhelo de Dios encontrará su cumplimiento definitivo. Si hay una palabra final que podamos extraer de los Salmos, debería ser «esperad en el Señor».

Esperar

¿Sabías que las referencias a esperar o aguardar aparecen unas 120 veces en la Biblia?[7] De ellas, 30 o más veces se encuentran en los Salmos (por ejemplo, Salmos 27:14; 37:7, 9, 34; 39:7; 52:9; 59:9)[8].

Además de la palabra esperar, hay otras palabras que transmiten enfáticamente la idea de «esperar» en los Salmos. Por ejemplo, en el Salmo 84:2 (RVA-2015),[9] «Mi alma anhela y aun desea ardientemente los atrios del SEÑOR» (la cursiva es nuestra). En el Salmo 17:12, la palabra hebrea kāsap̄ ‘anhelar [por]’ describe la espera decidida y el afán de un león por abalanzarse sobre su presa y apoderarse de ella. La otra palabra hebrea, kālâ ‘desfallecer’, describe el deseo y el anhelo de una persona. Por ejemplo, en Job 19:27, esta palabra describe la anhelante espera de Job por la llegada de su Redentor.

¿Por qué debemos esperar? Dietrich Bonhoeffer, uno de los teólogos más conocidos y queridos del siglo xx, ofrece una valiosa perspectiva sobre esta cuestión:

Esperar es un arte

«Esperar es un arte que nuestra época impaciente ha olvidado. Quiere abrir el fruto maduro cuando apenas ha terminado de plantar el retoño. Pero con demasiada frecuencia los ojos ávidos solo se engañan; el fruto que parecía tan precioso está todavía verde por dentro, y las manos irrespetuosas tiran sin gratitud a un lado lo que tanto les ha defraudado. Quien no conoce la austera bienaventuranza de esperar – es decir, de la espera sin hacer – nunca experimentará la plena bendición de la plenitud».[10]

¿Esperas algo con gran expectación? A menudo entendemos que esperar significa perder el tiempo o no hacernos cargo de una situación. Bíblicamente, esperar es una vocación espiritual, una disciplina espiritual que debemos practicar con gratitud. Es el tiempo que Dios nos da para madurar en la fe, discernir su voluntad y cumplir fielmente el deber inmediato que nos ha encomendado.

El mandamiento de nuestro Señor de esperar en él es imposible a menos que él haya hecho su obra en nosotros a través del Espíritu Santo. Ningún humano entusiasmado podrá soportar la tensión que la espera impondrá a nuestro frágil ser. Solo una cosa soportará la tensión, y es permanecer en Jesucristo. Para ilustrar este punto crucial, compartiré un episodio de mi vida que arrojó nueva y valiosa luz sobre la experiencia de la espera para mí.

Mi experiencia personal con la espera

Era una fría tarde de finales de noviembre. Mi reunión de trabajo había durado más de lo previsto y yo tenía que recoger a mi hija del entrenamiento de vóleibol. «Si todo va bien», me dije, «debería llegar al colegio justo a tiempo». Sin embargo, me encontré con mucho tráfico e inmediatamente supe que llegaría tarde. Llamé a mi hija y le dejé un mensaje en el teléfono diciéndole que llegaría entre cinco y diez minutos tarde. Esperaba ganar algo de tiempo en algún punto del trayecto. Para mi consternación, el tráfico siguió ralentizándose hasta casi detenerse. Había un accidente en la carretera y mi GPS calculaba un retraso de 20 minutos.

El entrenador de mi hija tenía una estricta política de recogida y dejó claro que no esperaría a los padres que llegaran tarde. Cuando mi hija por fin contestó al teléfono, supe que su entrenador y sus compañeros de equipo ya se habían marchado y que ella estaba sola enfrente del colegio. No se me ocurrió llamar a nadie que pudiera llegar al colegio antes que yo, así que oré con mi hija por teléfono, pidiéndole a Dios que le diera valor y paz mientras me esperaba. Mantuvimos la línea abierta y hablamos todo el tiempo.

Seguí animando a mi hija mientras me describía los momentos álgidos de su día. Incluso nos reímos varias veces. De vez en cuando, mencionaba un lugar conocido por el que había pasado para ayudarla a imaginarse dónde estaba. Nuestra emoción crecía a medida que me acercaba más y más. «Acabo de pasar por enfrente de del supermercado», exclamé. «Está abierto hasta las 10 de la noche. A la vuelta pasaremos a comprar algunas golosinas». Y eso es precisamente lo que felizmente hicimos varios minutos después.

Salmos que nos mantienen conectados a Dios

En casa, mi hija contó al resto de la familia que no se había dado cuenta de que estaba oscuro y hacía frío. No tenía miedo ni se sentía sola porque había hablado conmigo y sabía que yo estaba de camino.

De esta experiencia he aprendido que la espera en el Señor no tiene por qué ser solitaria y desesperada. Al contrario, puede estar llena de paz y alegría si seguimos hablando con nuestro Señor, que nunca cierra su línea de oración. Del mismo modo, los Salmos nos enseñan a hablar con Dios en todas las circunstancias de la vida, en las épocas buenas y en las difíciles, en la salud y en la enfermedad, y cuando somos fuertes en la fe y nos sentimos espiritualmente débiles.

No estamos solos. Los Salmos son el regalo de Dios para fortalecernos en el camino de la vida; y a través de ellos, llegamos a encontrarnos con Dios cada día, de corazón a corazón, hasta el día en que veamos a Jesucristo cara a cara.

Autora: Dragoslava Santrac (PhD, North-West University, Sudáfrica) es editora en jefe de la Enciclopedia de los Adventistas del Séptimo Día (encyclopedia.adventist.org), en la Oficina de Archivos, Estadísticas e Investigación de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día en Silver Spring, Maryland, EE. UU. Su correo electrónico es santracd@gc.adventist.org.

Notas y referencias

[1] Dietrich Bonhoeffer, Psalms: The Prayer Book of the Bible (Minneapolis, Minn.: Augsburg, 1970), 15.
[2] Las opiniones difieren sobre si el libro de los Salmos o el de Isaías es el libro del Antiguo Testamento más citado en el Nuevo Testamento. Sin embargo, se puede afirmar que los Salmos, Isaías y el Deuteronomio son los tres libros del Antiguo Testamento más citados en el Nuevo Testamento.
[3] Estos son algunos de los muchos ejemplos: La deidad de Cristo (Salmo 45:6, 7; Hebreos 1:8, 9), filiación (Salmo 2:7; Mateo 3:17; Hebreos 1:5–9); obediencia (Salmo 40:6−8; Hebreos 10:5−7), celo por el templo de Dios (Salmo 69:9a; Juan 2:17), traición (Salmo 41:9; Lucas 22:48), el traidor de Cristo será reemplazado (Salmo 109:8; Hechos 1:20), sufrimiento (Salmo 69:4; Juan 15:25), ni uno solo de los huesos de Cristo se romperá (Salmo 34:20; Juan 19:36), muerte (Salmo 22:1−21; Mateo 27), resurrección (Salmo 16:10; Hechos 2:25−28; 13:33−35), ascensión (Salmo 68:18; Efesios 4:8), sacerdocio (Salmo 110:4; Hebreos 5:6), y realeza (Salmo 2:6; 89:18, 19; Hechos 5:31).
[4] Para saber más sobre los estudios de la conformación del Libro de los Salmos, consulta O. Palmer Robertson, The Flow of the Psalms: Discovering Their Structure and Theology (Phillipsburg, N.Y.: P & R Publishing, 2015).
[5] Walter Brueggemann, The Message of the Psalms: A Theological Commentary (Minneapolis, Minn.: Augsburg Publishing Press, 1984), 19–23.
[6] Ibid., 25–167.
[7] Ver, por ejemplo, The New Strong’s Expanded Exhaustive Concordance of the Bible (Nashville, Tenn.: Thomas Nelson Publishing, 2010), página 937. Los motores de búsqueda bíblica en línea proporcionan datos para las múltiples versiones en inglés (p. ej. blueletterbible.org).
[8] Tenga en cuenta que la Biblia hebrea utiliza varias palabras para expresar la noción de esperar (p.ej., ḥûl, Salmo 37:7; qāvâ, Salmo 25:5; śāḇar, Salmo 104:27; dāmam, Salmo 62:5; šāmar, Salmo 59:9). Estas palabras hebreas se traducen a veces de forma diferente en las distintas versiones de la Biblia, porque transmiten los múltiples aspectos de la espera.
[9] Cita bíblica tomada de la versión Reina Valera Actualizada (RVA-2015). Versión Reina Valera Actualizada, Copyright © 2015 by Editorial Mundo Hispano.
[10] Dietrich Bonhoeffer, God Is in the Manger: Reflections on Advent and Christmas, compiled and edited by Jana Riess, translated by O. C. Dean, Jr. (Louisville, Ky.: Westminster John Knox Press, 2010), 4.

Publicación original: Los Salmos, donde Dios y el pueblo se encuentran de corazón a corazón

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