Los cristianos no convertimos a los inconversos; solo el Espíritu Santo puede hacerlo.
Eres totalmente incapaz de convertir a la gente. Tres décadas de evangelización pública me han enseñado muchas lecciones importantes, pero de lejos esta es la más importante. Cuando empecé, sospechaba que los mejores evangelistas tenían éxito porque utilizaban argumentos convincentes. Solo había que pronunciar las palabras correctas desde el frente, mucha gente terminaría creyendo, y la respuesta al llamado sería asombrosa.
Sabía que otros también pensaban así, por la cantidad de personas que se me acercaban pidiéndome que hablara con sus amigos. «Pastor- me suplicó una mujer un viernes de noche-, mi amigo está en el bar en este momento. ¡Por favor, vaya y hable con él!».
Más doloroso aún: «Mi esposo es incrédulo. ¡Tal vez podría venir y hablar con él esta noche!»
A decir verdad, probablemente estaría interesado en hacerme amigo de ese esposo a largo plazo, porque yo mismo soy un pagano en recuperación; esta es la tribu de la que provengo, y todavía los amo. Pero no existe ningún argumento –salvo que Dios intervenga (y Él interviene)– que pueda hacer que yo gane a alguien para Cristo 45 minutos después de conocerlo.
No hay ningún argumento humano para que la gente se convierta
No funciona así; nunca ha funcionado así. Es muy probable que mandar al pastor a «hostigar» a tus amigos y familiares genere más resentimiento que convicción, y los pastores sabios generalmente se negarán a hacerlo.
Sus seres queridos saben exactamente quién envió al pastor y por qué, y hacer eso es casi una fórmula garantizada para elevar el nivel de resistencia. Piensa en el telemarketing: a menudo las llamadas telefónicas de un vendedor te interrumpen en el día, y el vendedor usa sofismas para que te interese su producto. ¿Te gustan esas llamadas?
A los pastores en formación no les entregan una tarjeta de instrucciones llena de frases ultrasecretas que generan conversiones de manera indefectible. Es cierto que hay formas sabias y también imprudentes de decir las cosas al abordar estas conversaciones, y el lenguaje utilizado al hablar con los interesados es importante (¡incluso crítico!), pero no hay ningún argumento mágico que de repente haga que la gente se interese.
El sincretismo pagano
La historia de la apologética cristiana tiene mucho que enseñarnos. En los primeros años de la iglesia, hubo un esfuerzo considerable para convencer a los romanos de que los cristianos no eran una amenaza para el Imperio Romano, sino que, de hecho, eran ciudadanos valiosos. Justino Mártir, por ejemplo, escribió al emperador para persuadirle de que ignorara los rumores desagradables sobre los creyentes y considerara las evidencias personalmente: «Venimos […] para pedir que ordenéis el juicio de los cristianos con arreglo a un procedimiento de exacto razonamiento y cuidadosa investigación, no […] por un prejuicio, o impulsados por el deseo de agradar a hombres supersticiosos, o por un ímpetu contrario a la razón o por resonar mucho tiempo en el ánimo un mal rumor».[1]
Otros se centraron en el creciente problema del sincretismo pagano: los gnósticos estaban tratando de armonizar las enseñanzas de las escuelas de misterio paganas con las enseñanzas de la Biblia. Sin embargo, con el paso de los primeros siglos, la apologética generalmente siguió dos escuelas de pensamiento: el empirismo y el racionalismo. Los empiristas argumentaban que la existencia de Dios podría demostrarse en forma convincente a partir de la evidencia de los sentidos: si reúnes todos los datos disponibles, encontrarás a Dios.
Quizás el propulsor más famoso de este enfoque haya sido Tomás de Aquino, quien ofreció cinco pruebas de la existencia de Dios, cuatro de ellas plagiadas a Aristóteles. Su argumento clave, conocido como el argumento cosmológico, se basa en la idea de causa y efecto: algo debe haber puesto originalmente este universo en movimiento, y ese algo es Dios.[2]
El racionalismo
Los racionalistas, por otro lado, creían que se podía descubrir a Dios mediante la razón pura. Anselmo de Canterbury nos proporciona un gran modelo de este enfoque con su argumento ontológico. «Imagina un ser del que no puedes concebir uno mayor. Si ese ser existe solo en tu mente, entonces todavía podrías pensar en algo más grande: un Dios que realmente existe». (Este argumento quedó despiadadamente desmontado durante el último milenio).
La Reforma Protestante: Solo la Biblia
Casi todo el cuerpo de la apologética cristiana cae en uno (o ambos) de estos campos,[3] hasta que llegamos a la Reforma Protestante, que retornó al enfoque bíblico. Lutero enseñó: «Por lo tanto indefectiblemente debemos dirigirnos a las Escrituras con los escritos de todos los maestros, y de esa fuente obtener nuestro juicio y veredicto con respecto a ellos; porque solo las Escrituras son el verdadero señor y dueño de toda escritura y enseñanza en la tierra».[4] Las Escrituras, insistían los reformadores, son todo el argumento que necesitas.
Personalmente, estoy agradecido por las obras de los empiristas y los racionalistas, porque me han brindado muchas oportunidades para reflexionar profundamente sobre mi fe. «Pero yo ya soy un creyente que ha sido ganado por la convicción». Este tipo de argumentos han producido relativamente pocos conversos a lo largo de los siglos, en comparación con el enfoque bíblico. ¿Por qué?
Pablo lo deja en claro en su primera carta a los Corintios: «Les decimos estas cosas sin emplear palabras que provienen de la sabiduría humana. En cambio, hablamos con palabras que el Espíritu nos da, usando las palabras del Espíritu para explicar las verdades espirituales; pero los que no son espirituales no pueden recibir esas verdades de parte del Espíritu de Dios. Todo les suena ridículo y no pueden entenderlo, porque solo los que son espirituales pueden entender lo que el Espíritu quiere decir» (1ª de Corintios 2:13, 14, NTV).
Los predicadores no producen conversiones
Pablo entendió algo crucial: los predicadores no producen conversiones. Señala que la «sabiduría humana» nunca producirá resultados; las cosas espirituales requieren un entendimiento espiritual. «Los que no son espirituales», el «hombre natural», no puede llegar a la línea de meta usando solamente la razón. La razón humana ha sido deformada por la Caída, y la mente no regenerada está en discordancia con Dios. Nuestros mejores argumentos son absurdos para quienes no están dispuestos a creer.
Pablo debió de haberlo sabido. Cuando fue detenido en el camino a Damasco, la esencia del llamado de Cristo no se basó en su educación (que era considerable) ni en la lógica. «Dura cosa te es dar coces contra el aguijón» (Hechos 9:5), dijo Jesús. En otras palabras, Saulo estaba luchando contra la convicción. El Espíritu había estado obrando en el corazón de Pablo mucho antes de su dramática conversión.
Las Escrituras, el argumento más convincente
Los apologistas bíblicos dependen del poder de convicción del Espíritu Santo para presentar sus argumentos, porque entienden que uno no puede generar convicción. Las Escrituras constituyen el argumento más convincente para aceptar a Cristo, y por una buena razón: cuando compartes las Escrituras, incluso con quienes nunca han estado expuestos a ellas (como ocurre cada vez más seguido), si han estado escuchando la voz del Espíritu Santo, de repente reconocen esa voz en las palabras de la Biblia.
Aquel que inspiró las Escrituras es quien ha estado susurrando a su conciencia, y ellos escogieron escuchar. Elena de White nos dice: «El Espíritu divino, que había dado testimonio a Natanael en su oración solitaria debajo de la higuera, le habló ahora en las palabras de Jesús».[5]
La fe, escribió ella, «es un asentimiento del entendimiento a las palabras de Dios, el cual ciñe el corazón en voluntaria consagración y servicio a Dios, quien dio el entendimiento, quien enterneció el corazón y quien fue el primero en dirigir la mente para que contemplara a Cristo en la cruz del Calvario».[6]
Antes de que alguien te hablara de Dios, tú ya eras sensible a Su voz
Si piensas en tu propia conversión, lo verás. Mucho antes de que un obrero bíblico, un evangelista o un pastor te invitaran a aceptar a Cristo, tú ya estabas escuchando Su voz. Estabas interesado antes de que otro ser humano se te acercara. Dios nos envía para ayudar a las personas a atar cabos e invitarlos a Su familia, pero la conversión viene de Su relación personal con esa persona, no de nosotros.
Así es como suele funcionar. Haz una lectura rápida del libro de los Hechos y verás si las notables historias de conversión se dieron en personas sin ninguna clase de interés (pista: no fue así). En el día del Pentecostés, la audiencia de Pedro estaba conformada por «judíos devotos de todas las naciones, que vivían en Jerusalén» (Hechos 2:5, NTV).
El interesado de Felipe había estado estudiando Isaías mucho antes de que Dios lo enviara a hacerle una invitación. Ananías fue enviado a Saulo después de su encuentro con Cristo. Cornelio, el primer gentil convertido del que se tenga registro, era «un hombre devoto, temeroso de Dios, igual que todos los de su casa» (Hechos 10:2, NTV). Los discípulos estaban predicando a personas cuyo interés ya había sido despertado; eran personas con inclinación espiritual.
Yo no generé el interés por Dios, ese interés ya estaba ahí
Hace tres décadas que trabajo en el ramo de la evangelización pública, y puedo decir que esto ha sido así con todos los que he visto bautizarse. Y mi análisis de casos involucra a decenas de miles de personas en este momento. Invariablemente, no soy yo quien generó el interés en ellos; el interés ya estaba allí. De hecho, al momento de conocer a muchas de estas personas, ya estaban a mitad de camino de formar parte de la iglesia.
Nuestra tarea es buscar a la gente a la que Dios ya está convirtiendo
¿Qué significa esto para la evangelización? Muy simple: nuestra tarea no es convertir a la gente; nuestra tarea es buscar a la gente que Dios ya está convirtiendo.
Elena White lo describió así: «No pienses que te incumbe la responsabilidad de convencer y convertir a los oyentes. Únicamente el poder de Dios puede enternecer los corazones. Tu tarea consiste en presentar la Palabra de vida a fin de que todos tengan ocasión de recibir la verdad, si así lo desean».[7] Y «ármense de humildad; oren para que los ángeles de Dios puedan acercarse a ustedes para impresionar la mente; porque no son ustedes los que usan el Espíritu Santo, sino que el Espíritu Santo debe usarlos a ustedes. Es el Espíritu Santo quien hace que la verdad deje una impresión».[8]
Algunos podrían creer que esto reduce considerablemente el campo de labor, porque de repente no estamos buscando llegar a todos. Este enfoque sería un error; yo sigo tratando de alcanzar a todos, pero priorizo a quienes están experimentando convicción. ¿Y el resto? Los conservas en tu vida para estar ahí cuando suceda. Para utilizar una ilustración de Elena de White, no recogemos frutas verdes, recogemos aquellas que están maduras. Más tarde, repasamos los mismos matorrales para ver si hay más frutas maduras.[9]
La «técnica del señuelo» no funciona. Si vas a predicar de profecía, anúncialo así
Por eso, la «técnica del señuelo» para publicitar reuniones evangelizadoras no funciona. Si vas a predicar de profecías bíblicas, anuncia la temática de profecías. ¿Por qué? Porque quieres la audiencia adecuada para lo que vas a decir. Es mucho mejor tener una audiencia pequeña e interesada que una audiencia multitudinaria que vino por todas las razones equivocadas.
Hace algunos años, un miembro de la iglesia me contó con entusiasmo sobre sus planes de atraer una audiencia a la iglesia. «Vamos a contratar a un artista de globos y a un mago cristiano», dijo. «Eso atraerá a la gente». Sí, quizá sea así. Pero ¿será el público adecuado? La gente no es tonta. Si prometes un espectáculo y luego pasas a temas bíblicos, es posible que encuentres algunos interesados; eso te lo acepto. Pero esas personas habrían venido a tus exposiciones de la Biblia si hubieras anunciado eso… y también habrían venido otras personas más.
Ningún otro concepto me ha dado más alivio en mi tarea de testificación. Antes pensaba que si hacía un llamado y no era lo suficientemente convincente, sería un fracaso. No quería ser ese predicador triste y solitario que está suplicando resignadamente al frente durante veinte minutos: «¿Hay aunque sea una sola persona lista para tomar una decisión?»
Finalmente, me di cuenta: no soy yo el que está convenciendo a la audiencia; yo estoy llamando a aquellos a quienes el Espíritu Santo está convenciendo, ¡a los que Él ya ha llamado! Una vez que comprendí ese concepto, la respuesta a los llamados mejoró inmediatamente.
Es imposible «quemar territorio»
Esto hace que sea imposible «quemar territorio». Escucho que algunos miembros de iglesia se quejan de que han realizado demasiados esfuerzos evangelizadores y que, como resultado, el territorio ya no responde. Eso puede suceder particularmente cuando nos obsesionamos con el número de decisiones que informamos.
Algunos evangelistas, sintiéndose forzados por su desempeño, comienzan a presionar con demasiada insistencia a gente que no está interesada. Y, por supuesto, ningún argumento los convencerá… y así los perdemos.
Pero si te centras en trabajar con quienes sí están interesados (la fruta madura), es imposible quemar territorio. Puedes volver cada pocos meses y encontrar más para cosechar. Por cierto, nunca te quedarás sin interesados. Busca el lugar donde Dios está obrando, y únete a él allí. Ese método es infalible.
«Predica la Palabra», le dijo Pablo a Timoteo; «persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno» (2ª de Timoteo 4:2, NVI). Incluso si la audiencia no es particularmente receptiva, cambiar de material no va a hacerlos más receptivos.
Argumentar es la obra de Dios, no la nuestra… y recuerda: ni siquiera el más grande de los apologistas superó a Dios en cuanto a producir convicción.
Te asombrarás al descubrir cuánto interés continúa generando el Espíritu. Necesitamos orar para poder ver con los ojos del Cielo, para que podamos ver a la gente como Dios la ve. «Alcen sus ojos y miren los campos», exhortó Jesús. «Ya están blancos para la siega» (Juan 4:35).
Autor: pastor Shawn Boonstra, orador y director del ministerio La Voz de la Esperanza, donde ha servido desde 2013. Sus transmisiones y libros han sido una fuente de inspiración en todo el mundo y, a lo largo de los años, sus eventos en vivo se han presentado en todos los continentes, excepto en la Antártida.
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Referencias:
[1] Justino Mártir, Apología i, 1.2.
[2] Encontrarás este enfoque en el capítulo inicial de Romanos (1:20), donde Pablo argumenta que los pecadores no tienen excusa, porque hay suficientes evidencias en la Creación para demostrar la realidad de Dios. Sin embargo, debe señalarse que en este caso Pablo está escribiendo a creyentes.
[3] Esta es una generalización muy amplia; hay variaciones sobre estos temas.
[4] Martin Luther, Luther’s Works: Career of the Reformer II, George W. Forell, ed. (Filadelfia, Pensilvania: Fortress Press, 1958), t. 32, pp. 11, 12.
[5] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Florida, Buenos Aires: ACES, 2008), p. 114.
[6] Elena de White, Fe y obras (Florida, Buenos Aires: ACES, 2012), p. 24.
[7] Elena de White, Testimonios para la iglesia (Miami, Florida: APIA, 1998), t. 7, p. 37.
[8] Ibíd., t. 6, p. 64.
[9] Léelo en esta publicación relacionada: Cómo cosechar la fruta – EGW
Publicación original: Efecto señuelo


