Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él. (2 Corintios 5:20-21)
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AYER VI A JESÚS…
En un pueblo del norte de Portugal había una joven que decía tener visiones de Jesús. El pastor de su iglesia, escéptico, le pidió a la joven que la próxima vez que tuviese una visión, le preguntase a Jesús cuál había sido el último pecado por el que el pastor se había arrepentido. Días más tarde, la joven volvió y le dijo al pastor:
― Ayer vi a Jesús.
― Ah, ¿sí? –le respondió desconfiadamente el pastor.
― Le pregunté sobre el pecado por el que te habías arrepentido, tal y como me pediste.
― Oh, interesante, ¿y qué te dijo? –le inquirió con una sonrisa medio irónica, medio nerviosa.
― Cuando le pregunté sobre el último pecado por el que te habías arrepentido, Jesús me dijo: … [esta historia continúa más adelante]
DESARROLLO
1. NECESITADOS
Desde Génesis 3 estamos rotos. El pecado entró en el ecosistema de nuestro planeta y corazón y, a partir de entonces, vivimos una fraternidad en un contexto de conflicto interpersonal y cósmico. El pecado nos fragmenta, nos separa de Dios y nos distancia del prójimo, hace que nuestra convivencia sea un reto constante. Todos estamos contagiados y necesitamos perdón. Como está escrito:
- “No hay justo, ni aun uno. […] Todos se desviaron; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:10-12).
- En palabras del propio Jesús: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8:7).
Todos cargamos con una lista de pecados, decepciones, fracasos, tensiones y caídas que nos aleja de Dios y nos impide ser la persona que Dios quiere que seamos. Sin embargo, no hay pecado tan grande que Dios no pueda perdonar. Sea lo que sea que cargues en tu vida, Dios puede con ello.
Sea tu lista de un folio o de 500, Dios la quiere porque su voluntad es hacer de ti una persona nueva: “Venid, pongamos las cosas en claro —dice el Señor—. ¿Son vuestros pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Isaías 1:18).
Esta es la buena noticia, Dios quiere que le entreguemos cada uno de nuestros pecados. ¡Cristo vino para eso! Él nos dice:
- “No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos” (Mateo 9:12).
- “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores para que se arrepientan” (Lucas 5:32).
Cuanto más te relacionas con Jesús, menos ganas tienes de creerte “el mejor”. Cuanto más te acercas al Maestro, adquieres mayor conciencia de tu necesidad. Cuando reconocemos nuestro pecado, entonces, no nos consideramos a nosotros mismos como superiores a los demás. La cruz, que actúa como espejo donde ver nuestra maldad e insuficiencia, pone a cada ser humano al mismo nivel: todos hemos pecado, todos necesitamos perdón. Este es el primer paso para vivir una fraternidad “como Dios manda”. Es un efecto (sobre)natural: saberse no merecedor del perdón te hace más compasivo y menos crítico con quienes te rodean.
Si recordamos siempre las acciones egoístas e injustas de otros, encontraremos que es imposible amarlos como Cristo nos amó; pero si nuestros pensamientos se espacian de continuo en el maravilloso amor y compasión de Cristo hacia nosotros, manifestaremos el mismo espíritu para con los demás. Debemos amarnos y respetarnos mutuamente, a pesar de las faltas e imperfecciones que no podemos dejar de observar. Debemos cultivar la humildad y la desconfianza para con nosotros mismos, y una paciencia llena de ternura hacia las faltas ajenas. Esto destruirá todo estrecho egoísmo y nos dará un corazón grande y generoso. (Ellen G. White, El camino a Cristo, 110)
2. REFUGIO
A veces, sin embargo, nuestras iglesias no son ese refugio que el pecador necesita. En ocasiones nuestros templos no son ese hospital en el que recibimos el cuidado de nuestros prójimos.
Esto no es nuevo, Pablo ya advierte esta situación en las primeras iglesias cristianas: “En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Pero, si seguís mordiéndoos y devorándoos, tened cuidado, no sea que acabéis por destruiros unos a otros” (Gálatas 5:14-16). Sin embargo, es nuestro privilegio recibir el amor de Dios y ser canales de su misericordia. Este es el segundo paso para que la fraternidad sea restaurada en nuestras vidas, hogares e iglesias. Dios nos regala la condición de colaboradores, embajadores, representantes de su reino, misión y visión del (nuevo) mundo. No para empachar nuestro corazón, sino para que mimemos el de los demás, aquí y ahora.
Los hijos de Dios son aquellos que participan de su naturaleza. No es la posición mundanal, ni el nacimiento, ni la nacionalidad, ni los privilegios religiosos, lo que prueba que somos miembros de la familia de Dios; es el amor, un amor que abarca a toda la humanidad. Aun los pecadores cuyos corazones no estén herméticamente cerrados al Espíritu de Dios responden a la bondad. Así como pueden responder al odio con el odio, también corresponderán al amor con el amor. Solamente el Espíritu de Dios devuelve el amor por odio. El ser bondadoso con los ingratos y los malos, el hacer lo bueno sin esperar recompensa, es la insignia de la realeza del cielo, la señal segura mediante la cual los hijos del Altísimo revelan su elevada vocación. (Ellen G. White, El Discurso Maestro de Jesucristo, 65)
…JESÚS ME DIJO
[continúa la historia del comienzo]― Oh, interesante, ¿y qué te dijo?
― Cuando le pregunté sobre el último pecado por el que te habías arrepentido, Jesús me dijo: “no lo recuerdo”.
Querida hermana y hermano, ten esto en cuenta:
¡Dios se olvida de tu pecado!
Créelo. Has sido perdonado. Jesús no se acuerda. Tu transgresión es borrada y disipada. Está en el pasado. Sepultada y arrojada a lo más hondo del mar. Has sido redimido.
- “Yo soy el que por amor a mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más de tus pecados” (Isaías 43:25).
- “Olvidad las cosas de antaño; ya no viváis en el pasado” (Isaías 43:18).
- “Él volverá a compadecerse de nosotros, sepultará nuestras maldades y arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19).
- “Yo les perdonaré su iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados” (Jeremías 31:34).
- “He disipado tus transgresiones como el rocío, y tus pecados como la bruma de la mañana. Vuelve a mí, que te he redimido” (Isaías 44:22).
¿No te parece suficiente?
CAMBIO DE PARADIGMA
Si Dios se olvida del pecado por el que te has arrepentido con sinceridad, ¿por qué te acuerdas tú? Acepta el perdón radical de Dios en tu vida. Cristo ya ha removido la losa del pecado, ha vencido para que tú obtengas también la victoria.
Si Dios no recuerda la falta de tu hermana/o por la que ella/él ya ha pedido perdón, ¿por qué te acuerdas tú? Perdona a los demás como Dios nos perdona, así como tú quieres ser perdonado (Mateo 6:12).
Sólo así, aceptando el perdón y extendiendo el perdón, podremos vivir una fraternidad sana, constructiva y en Cristo.
ORACIÓN
1. AGRADECIMIENTO
- Agradezco por tu perdón y misericordia infinita. Porque te hiciste pecado para que todos los que aceptamos el regalo de la gracia podamos amarnos incondicionalmente y tengamos una eternidad juntos por delante.
2. PETICIÓN
- Oramos por la unción del Espíritu Santo, que nos ayude a poder terminar la obra en esta generación, siendo reconocidos por el amor que nos tenemos los unos por los otros (Juan 13:35).
Autor: Samuel Gil, departamental de Comunicaciones de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España y director de HopeMedia