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MoltmannEsperar contra toda esperanza. Ante el deceso de Jürgen Moltmann (1926-2024). Nota necrológica.

El teólogo protestante alemán Jürgen Moltmann, nacido el 8 de abril de 1926 en Hamburgo y fallecido en Tubinga, el 3 de junio de 2024, fue autor de una extensa bibliografía cristiana. 

Ya nadie lo cree. Las guerras, pandemias, desastres climáticos, inflaciones económicas, tensiones migratorias o auge de radicalismos…, nos impiden acoger la posibilidad de un futuro mejor.

En un contexto de complejidad similar al nuestro, Moltmann es alistado por el ejército alemán (Febrero, 1943) y participa en la defensa de Hamburgo (frente a los bombardeos aliados, episodio donde llegan a morir más de 40.000 personas). Su puesto de artillería antiaérea resulta alcanzado. El militar que lucha a su lado, pierde la vida. Sin embargo, él sobrevive devastado por el desgarro y las preguntas: «¿por qué sigo yo vivo y no he muerto también? […] Sentí a partir de ahí la culpa de sobrevivir y busqué el sentido de continuar viviendo».[1] Empieza a intentar comprender, subsiste desazonado por estos interrogantes ineludibles e hirientes.

Enviado a un campo de concentración inglés

Al ser posteriormente detenido y enviado a un campo de concentración inglés, lee, por primera vez (pues crece en un hogar secularizado), los Salmos y un Nuevo Testamento, que le entrega el capellán de la prisión. Es ahí donde descubre el abandono de Jesús en la cruz y su grito elevado hacia el Padre: «¿Por qué te has abandonado a ti mismo en esta angustiosa soledad?». El propio Dios-Padre vive en su Hijo la desesperación que, como humanos, experimentamos cuando el mal nos abofetea. Pero no estamos solos. A nuestro lado, Dios mismo grita, se rebela, entrega todo lo que tiene para que dicho mal no tenga la última palabra.[2]

Y, posteriormente, Jesús, recupera la vida. De este modo quiere mostrarnos que no todo está perdido. Que, contra la omnipotente autoridad de la muerte, vale la pena rebelarse y gritar. Aún resulta posible la aparición de algo nuevo en nuestro tiempo histórico. Que el mundo no está, todavía, definitivamente acabado.  Que ni la muerte, ni la injusticia, tienen por qué tener la última y definitiva palabra.

Surge la esperanza

Aquí surge la esperanza. Porque esperar no es resignarse, de forma realista, ante lo existente. El escritor existencialista francés, Albert Camus (1913-1960), le hace decir a su Sísifo, que «pensar con lucidez es no esperar ya nada».[3]  Quien pretende ser muy objetivo al considerar los estados de cosas vigentes, puede acabar asumiendo acomodaticiamente la realidad, sin captar sus posibilidades de transformación.

Porque esperar no es tampoco agotarse transformando el mundo, con nuestras únicas y exclusivas fuerzas. Aunque consiguiéramos erradicar todas las injusticias, siempre seguirían inquietándonos las preguntas por el sentido.[4]

Además, no se trata de huir frente a los problemas, esperando un más allá que nunca parece llegar. Aguardar el final de la historia, no debe conducirnos a la pasividad. Porque se trata de actuar en la dirección de lo esperando: aliviando el dolor, planteando alternativas a la injusticia, luchando contra la incomunicación, promoviendo la paz o preservando el medio ambiente. Sólo así, el futuro puede empezar a realizarse ya en un presente problemático.

Asimismo la esperanza no constituye un ejercicio ilusorio de sentimentalismo optimista. Su base resulta ser histórica y se fundamenta en lo hecho y dicho por Jesús de Nazareth. Mediante este ser divino-humano, humillado y rechazado, Dios anticipa un nuevo futuro para toda la humanidad. Estamos, pues, ante ese esperar fundamentado en lo sucedido, efectivamente, a lo largo del tiempo histórico. [5]

Esperar es criticar nuestros falsos dioses

De la misma forma, esperar es criticar nuestros falsos dioses. Vivimos obsesionados por conseguir el éxito, más dinero, más poder, más ‘likes’, más reconocimiento para nuestras identidades nacionales, mejores cuerpos o una sexualidad más gratificante. En el Jesús crucificado no observamos honor, poder o reconocimiento. Tan sólo la impotencia del amor, que nos libera del dios-dinero; del dios-poder; del dios-éxito o del dios-popularidad.[6] «Cuando la fe del crucificado contradice todas las ideas de justicia, belleza y moralidad del hombre, entonces […] contradice también todo lo que los hombres […] se imaginan, desean y quisieran asegurarse…».[7]

Pero esta espera no sólo transforma al individuo humano aislándolo de su realidad.  No propone una simple liberación del alma con respecto al cuerpo. Por el contrario, nos remite a una «nueva creación de todas las cosas» (Apocalipsis 21:5). Los sistemas de vida animal o vegetal deben respetarse, porque reciben su vitalidad de Dios. Es Él quien los ha hecho y mantiene. Cuando el sujeto moderno pretende dominarlos y explotarlos a su antojo, olvida que son ellos mismos quienes le permiten sobrevivir:

«No es la Tierra la que nos ha sido confiada a nosotros, sino que somos nosotros quienes hemos sido confiados a ella. La Tierra puede subsistir sin nosotros […] pero nosotros no podemos vivir sin ella […] ¿Quiénes somos…? Simplemente, ¡polvo de la tierra! (Génesis 2:7). Antes de cuidar de ella y cultivarla, hemos de tener conciencia de que «de [esa] tierra fuiste tomado, y a ella habrás de retornar» […] Por tanto, no es propia de nosotros la locura de creer que tenemos poder sobre todas las cosas […] Nuestra humanidad se revela hoy en la medida en que dejamos de ser dioses orgullosos e infelices (Martin Lutero) y nos convertimos en personas que reconocen su dependencia respecto de las otras criaturas y respecto de la [propia] Tierra». [8]

La importancia del descanso sabático

En este sentido resulta fundamental el descanso sabático, que limita la manipulación humana sobre el medio y anuncia una regeneración final de toda la creación gimiente (Romanos 8 : 22). «El día de descanso no está ideado ante todo para los seres humanos, sino para la naturaleza por ellos cultivada. No tiene sólo un sentido terapeútico para el hombre extenuado, sino también un sentido ecológico para la naturaleza explotada por el hombre. En el día del sábado, [dicha] naturaleza no es para el hombre un campo de trabajo, sino creación de Dios […] se descubre de nuevo la belleza de la realidad creada y se percibe el auténtico valor de todas las cosas, que durante el trabajo sólo se habían estimado en función de su utilidad».[9]

Esta ética que promueve la renovación de la vida, basada en el Sábado, nos recuerda la obligación de limitar nuestros afanes por alcanzar incansablemente productividades más rentables, posibilitando la regeneración de todos los sistemas vitales. Porque la esperanza cristiana también incluye a ese medio ambiente natural agostado o esquilmado, que recibe una promesa de plenitud: «pues he aquí que yo crearé unos cielos nuevos y una  tierra  nueva, y de lo pasado no habrá memoria» (Isaías 65 : 17).

Dios nos llene de alegría y paz

Finalmente, nuestro autor recupera el texto de Romanos 15:13: «que el Dios de la esperanza os llene de alegría y paz». Porque esperar es también experimentar una nueva forma de vivir, donde las promesas sobre un futuro nuevo, en el que todo lo dañado, carcomido o arruinado, pueda ser recompuesto, nos impulsan a gozar de una felicidad y confianza, decisivas. Nuestro autor utiliza la metáfora de la danza como expresión de ese novedoso restablecimiento que recibimos de Dios y trasladamos, solidariamente, a todos los demás.

Concluyendo, Moltmann descubre la esperanza en un contexto guerramundialista desgarrado por violencias abrasivas. Actualmente, también asistimos a la expansión de nuestras peores pesadillas. En ambos casos, la Escritura continúa invitándonos a no resignarnos y a seguir militando, subversivamente, contra toda desolación ciega: «porque Abraham creyó, contra toda esperanza»-Romanos 4:18-.  Estamos, pues, ante un esperar insumiso, frente a todo lo razonablemente esperable, al que la propuesta de Jesús continúa invitándonos insistentemente, todavía ahora.

Autor: José Álvaro Martín, profesor de filosofía en el Campus Adventista de Sagunto.

Referencias: 

[1] Moltmann, J., Esperanza para un mundo inacabado. Conversación con Eckart Löhr, Trad., de Juan José Sánchez, Trotta, Madrid, 2017, p. 13.
[2] El Dios de la Biblia acompaña a su pueblo cuando peregrina en el desierto y los profetas denuncian continuamente toda injusticia o violencia, practicada por los israelitas. No estamos, pues, ante el Dios impasible de Aristóteles que se dedica a pensar, únicamente, en su propia perfección. El Yahvéh bíblico comparte los quebrantos humanos, sufre a causa de ellos, porque le importamos y nos ama. Un Dios incapaz de sentir, sería también incapaz de amarnos y resultaría totalmente superfluo (vid., Id., p. 17; en la misma línea: El Dios crucificado. La cruz como base y crítica de toda la teología cristiana, trad. S. Talavero, Sígueme, Salamanca, 20103, pp. 282,313-318). Además, sólo un Dios trinitario, que asume nuestros renglones más torcidos, puede hacer frente adecuadamente a la inabarcable devastación del mal: “la doctrina trinitaria no es ya…una especulación excesiva e inútil sobre Dios, sino que representa sencillamente el resumen de la pasión de Cristo [por lo humano]” (id., p., 283).
[3] Moltmann, J., Teología de la esperanza, trad. A. Sánchez Pascual, Sígueme, Salamanca, 19895, p.30.
[4] Citando a Ernst Bloch (1855-1977), pensador judeo-marxista, Moltmann subraya que si desaparecieran las desigualdades sociales, permanecerían de forma “tanto más perceptible las indignidades de la existencia, desde la mandíbula de la muerte hasta los reflujos vitales del aburrimiento y del hastío.” (vid., Moltmann, Teología de la esperanza, p. 450).
[5] Toda concepción escatológica de la historia, contiene un acontecimiento ocurrido en el presente, que anticipa lo que va a traernos el futuro. Moltmann lo ejemplifica con la predicación del Reino de Dios realizada por Jesús, que se inicia en el presente, pero cuyo cumplimiento total se alcanzará en el futuro (Vid., Moltmann, J., L’utopie, trad. Jean Marc Tétaz, Labor et fides, Ginebra, 2023, p. 35). Desde una perspectiva similar, Oscar Cullmann (1902-1999) compara esa concepción con una guerra, donde la batalla decisiva ya ha sido ganada, pero falta el día de la victoria final: “la futura venida de Cristo recibe su luz de la muerte y resurrección del Cristo histórico.” (vid., Cullmann, Oscar, Cristo y el tiempo, trad., Dionisio Mínguez, Cristiandad, Madrid, 2008, pp.,115,182).
[6] Moltmann, El Dios crucificado, trad., S. Talavero, Sígueme, Salamanca, 20093, pp. 60-62.
[7] Id., p. 61.
[8] Moltmann, J., ¿Hay esperanza para la creación amenazada?, trad., Jesús García-Abril, Sal Terrae, Santander,, 2015, pp. 58,59.
[9] Moltmann, J., La justicia crea futuro. Política de paz y ética de la creación en un mundo amenazado, trad. Jesús García-Abril, Sal Terrae, Santander, 1992, pp.116-117. Además el sábado constituye la fiesta de la Igualdad. Todos tienen derecho al descanso, incluyendo a sirvientes, extranjeros o animales. No cabe celebrarlo explotando o sometiendo a otros y al medio ambiente (vid., id., p. 116). Finalmente, los años sabáticos donde la tierra deja de cultivarse, permiten su regeneración y renuevan su fecundidad (vid., ¿Hay esperanza para la creación amenzada?, p., 65).
Revista Adventista de España