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En nuestra serie de INVESTIGACIÓN BÍBLICA, abordamos preguntas y temas profundos que nos hacen reflexionar sobre nuestra fe y nuestra relación con Dios. En esta ocasión, nos enfocamos en una de las preguntas más comunes que nos hacen: ¿SIRVE DE ALGO ORAR?

Resulta interesante que, independientemente de la fe de cada uno, muchos expertos en psicología y bienestar emocional hablan de los beneficios de tomarse momentos para la reflexión, meditación y silencio. Estos momentos de calma pueden generar serenidad, paz interior y armonía con nuestro entorno. En cierta medida, podría decirse que orar va más allá de una expresión de creencia religiosa, si no que puede contribuir a nuestra salud mental y emocional.

La oración también puede, por ejemplo, en momentos de peligro, ofrecer una sensación de protección y confort, de que hemos hecho nuestra parte al depositar nuestra confianza en Dios. Además, puede ayudar a encontrar la paz y a superar situaciones difíciles.

Pero ¿y si eso solo fueran rezos, deseos piadosos, o pseudo-oraciones? ¿Y si orar de veras fuera otra cosa? ¿Podría haber más detrás de una oración?

Para saber si vale la pena orar debemos empezar por definir qué es orar de veras. Porque orar no es exactamente meditar en el vacío, ni, como muchos creen, repetir ciertas frases.

En nuestro episodio de INVESTIGACIÓN BÍBLICA, exploramos esta pregunta desde una perspectiva bíblica y espiritual. Descubre las respuestas y reflexiona con nosotros sobre el poder y significado de la oración.

¿Sirve de algo orar?

Esta pregunta me la han planteado a menudo, tanto creyentes como no creyentes. Los no creyentes entiende que orar a alguien de cuya existencia dudan, no tiene sentido. Y los creyentes se dicen: si Dios ya conoce nuestros problemas, ¿de qué sirve contarle nada?

Parece lógico ¿no? Y, sin embargo, es difícil encontrar un buen libro de autoayuda o un psicólogo respetado que no nos hablen de los beneficios de reservarse momentos de reflexión, de meditar, de recogerse en silencio, de agradecer a alguien (a la vida, a la naturaleza, a Dios) todas las cosas buenas de las que disfrutamos. Según muchos expertos, esa mera actitud ya es beneficiosa para la salud mental, porque aporta serenidad, paz interior y armonía con nuestro entorno.

Al margen de la fe de cada uno, orar suele infundir respeto. Muchos confiesan que cuando se encuentran en peligro, al orarle a Dios –algo que hacen casi sin darse cuenta– les queda la sensación reconfortante de que al menos han hecho su parte. Y no tienen pruebas para afirmar que esas plegarias no les hayan servido para nada. Para muchos, eso es orar.

Pero ¿y si eso solo fueran rezos, deseos piadosos, o pseudo-oraciones? ¿Y si orar de veras fuera otra cosa?

¿Qué es orar?

Para saber si vale la pena orar debemos empezar por definir qué es orar de veras. Porque orar no es exactamente meditar en el vacío, ni como muchos creen, repetir ciertas frases.

Orar es el centro de la vida espiritual auténtica. El aliento del alma. Es posible decirse creyente sin identificarse con a una confesión religiosa y pertenecer a una religión sin cumplir sus normas. Pero no es posible tener una vida espiritual auténtica sin orar.

Hay muchos creyentes que se dicen no practicantes. Algunas veces incluso asisten a servicios religiosos. Pero ¿cuántos hay que vivan profundamente su fe? La palabra religión significa relación, y la oración es la vivencia que concretiza esa relación. Por eso lo grandes maestros de la espiritualidad, Jesús entre ellos, insisten tanto en la importancia de la oración.

La finalidad principal de la oración es comunicarnos con Dios, o al menos intentarlo. Esto parece muy elemental; pero no lo es. Porque si esa comunicación no se produce, la oración se queda en una mera rutina, en un rezo. Si no nos pone en relación con nadie, se queda en autosugestión o ilusión, en una terapia como cualquier otra. Sigue siendo buena, porque todas las buenas costumbres lo son. Pero se queda en un gesto que, como máximo, nos pone en contacto con nosotros mismos.

Conectando con Dios

En cambio, si la oración es un encuentro, se convierte nada menos que en el modo más directo de conectar con la fuente de energía del universo. Porque orar a Dios es reconocer que no estoy solo en el mundo. Que el centro de mi existencia está ahí, infinitamente por encima de mí, pero, a la vez, tan cerca y tan dentro que puedo entrar en contacto con él en cualquier momento. Que tengo acceso a una ayuda ilimitada, solamente a una oración de distancia de mi humilde realidad personal.

Orar es abrirnos a nuestra dimensión trascendente. Podemos tener una vida intensa, interesante, moralmente intachable, llena de valores, pero le faltará profundidad si excluimos de ella, lo que podría elevarla a su esfera superior.

Porque la oración, más que un texto que se dice, es un encuentro que se vive. Es más comunión que comunicación.

Porque orar es tanto hablar como escuchar. Es tanto pedir como recibir. Es tanto llamar a Dios como responder a su llamado. No intentar manipularlo para que haga nuestra voluntad, sino tomar conciencia de su voluntad, y ofrecernos para cumplirla.

Algunos objetan con cierta ironía que, si Dios lo sabe todo, ¿para qué orar?

Orar no es informar

Porque orar no es informar, sino compartir.

Llevar nuestros problemas a la fuente de todas las soluciones. Conectar nuestra vida con el autor de la vida.

Ese encuentro con Dios, y el examen de conciencia que conlleva, es imprescindible para nuestro crecimiento espiritual; no sólo por el perdón y la paz que nos procura, sino porque al abrirnos sinceramente ante Dios, al reflexionar en su voluntad, vemos más clara nuestra situación real. Entonces él puede inspirarnos y ayudarnos a superar nuestros problemas.

¿Por qué orar? Pues nada menos que para recargar nuestras baterías de paz, de fuerza, de energía, de amor, de sabiduría, para que nuestra vida, conectada a la del Creador, sea cada vez más plena.

Autor: Roberto Badenas es licenciado en Filología Moderna y en Teología. Tiene un máster en Filología Clásica y un doctorado en Teología por la Universidad de Andrews. Ha servido como pastor, profesor de Teología, decano de la Universidad Adventista del Salève, miembro del Biblical Research Committe y director del departamento de Educación y Familia de la División Euroafricana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Revista Adventista de España