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¡Qué difícil es resumir una vida! Mucho más si es de mi madre. Nos dejó el 12 de enero de 2017

Lolita Sierra Mateos tenía demasiada prisa por nacer, llegando al mundo en Madrid el 25 de noviembre de 1922, época en la que a duras penas se conseguía sobrevivir, y siendo la pequeña de 6 hermanos, porque las tres que llegaron tras ella no pudieron superar la dureza de la vida. Época de luchadores, empezó ganando batallas ya durante sus primeros años, porque contra todo pronóstico médico, fue creciendo, dejando atrás una rara enfermedad, que nadie sabía muy bien ni cómo ni quién la había hecho desaparecer, y había conseguido que, de la noche a la mañana, pudiese llevar una vida como la de los demás. Nadie, excepto los que creemos que las oraciones llegan muy alto.

Los planes de Dios son los que son, y ella estuvo siempre convencida de que el resto de su existencia fue un regalo del cielo, y vivir bajo esa convicción la llevó a aceptar con agradecimiento cualquier situación que la vida le propuso.

Conoció al que sería su compañero de ruta durante 70 años, el pastor Efraim Saguar, cuando ambos estudiaban la Biblia, y trató de formarse para ser la compañera idónea, la maestra incansable, la madre excelente. Empeñada en enseñarnos la importancia de una buena formación, de mantenernos firmes en los principios sólidos y eternos, de apoyarnos siempre en la Divinidad y de fundar nuestros cimientos sobre la Roca. Invirtió sus esfuerzos en mostrarnos con su ejemplo lo que significaban palabras como respeto por uno mismo y por los demás, generosidad, bondad, servicio abnegado, recordándonos siempre el incalculable valor que teníamos a los ojos de nuestros padres y sobre todo a los ojos de Dios.

Su mayor satisfacción, cuando más felicidad sentía, era cuando podía ser útil ayudando a los demás y compartiendo a Jesús, ya fuera en su iglesia, al hacer las compras, en conversación con los vecinos, asistiendo a dar estudios bíblicos o apoyando a mi padre. Vivía enfocada en aliviar a los heridos del alma o del cuerpo, y llevarlos a los pies del que alivia todo dolor.

Una de sus últimas noches, cuando la agitación le impedía el descanso, pasamos horas cantando “A Dios el Padre celestial”, porque era de esa manera como se encontraba sosegada, tranquila y en los brazos de quien desde sus inicios la había cuidado; porque ella sabía en quién había creído y esperaba el día en que el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y ella le oirá y se levantará a recibirlo.

Hace muchos años me dijo “Deseo que todos estemos allí”.

Yo quisiera ser como ella fue. Quisiera mostrar a Jesús como ella lo hizo y quiero estar allí, con toda mi familia, ese día! ¡Mamá, nos vemos pronto!

Desde estas líneas, mi padre, mis hermanas, demás familia y yo, queremos agradecer sinceramente las cientos de llamadas, mensajes, visitas, compañía y cariño que hemos estado recibiendo. Habéis sido parte del abrazo de Jesús que nos sostiene. Es muy alentador sentir el cálido afecto de tantas y tantas personas que, viniendo desde distintos lugares, nos habéis acompañado en la despedida de mamá. ¡Gracias a todos!

Revista Adventista de España