“Si hay un momento en que los hombres sientan necesidad de orar, es cuando la fuerza decae y la vida parece escapárseles. Muchas veces los sanos olvidan los favores maravillosos que reciben pródigamente, día tras día, año tras año, y no tributan alabanzas a Dios por sus beneficios. Pero cuando sobreviene la enfermedad, entonces se acuerdan de Dios. Cuando falta la fuerza humana, el hombre siente necesidad de la ayuda divina. Y nunca se aparta nuestro Dios misericordioso de la persona que con sinceridad le pide auxilio. Él es nuestro refugio en la enfermedad y en la salud.
Dios escucha las oraciones
Cristo es el mismo médico compasivo que cuando desempeñaba su ministerio terrenal. En Él hay bálsamo curativo para toda enfermedad, poder restaurador para toda dolencia. Sus discípulos de hoy deben rogar por los enfermos con tanto empeño como los discípulos de antaño. Y se realizarán curaciones, pues la oración de fe salvará al enfermo. Tarea nuestra es llevar a Dios, en brazos de la fe, a los enfermos y dolientes. Debemos enseñarles a creer en el Gran Médico. (456) El Salvador quiere que alentemos a los enfermos, a los desesperados y a los afligidos para que confíen firmemente en su fuerza. Dios oye la oración, Cristo dijo: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”.
Si vivimos conforme a su Palabra, (la Biblia) se cumplirán en nuestro favor todas sus promesas. Somos indignos de su Gracia; pero cuando nos entregamos a Él, nos recibe.
Obediencia y oración
Solo cuando vivimos obedientes a su Palabra podemos reclamar el cumplimiento de sus Promesas. Dice el Salmista: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oiría” Salmos,66:18. Si sólo le obedecemos parcial y tibiamente, sus Promesas no se cumplirán en nosotros. El acto de elevar la oración es un acto solemnísimo, y no se debe participar en él sin la debida consideración. En muchos casos en que se ora por la curación de algún enfermo, lo que llamamos fe no es más que presunción.
Consecuencias de los excesos
Muchas personas se acarrean la enfermedad por sus excesos. No han vivido conforme a la Ley Natural o a los Principios de estricta Pureza. Otros han despreciado las Leyes de la Salud en su modo de comer y beber, de vestir o de trabajar. Muchas veces uno u otro vicio ha causado debilidad de la mente o del cuerpo. Si las tales personas consiguieran la bendición de la salud, muchas de ellas reanudarían su vida de descuido y transgresión de las Leyes Naturales y Espirituales de Dios, arguyendo que si Dios las sana en respuesta a la oración, pueden con toda libertad seguir sus prácticas malsanas y entregarse sin freno a sus apetitos. Si Dios hiciera un milagro devolviendo la salud a estas personas, daría alas al pecado.
Trabajo perdido es enseñar a la gente a considerar a Dios como sanador de sus enfermedades, si no se le enseña también a desechar las prácticas malsanas. Para recibir las bendiciones de Dios en respuesta a la oración, se debe dejar de hacer el mal y aprender a hacer el bien. Las condiciones en que se vive deben ser saludables, y los hábitos de vida correctos. Se debe vivir en armonía con la Ley Natural y Espiritual de Dios.
Cambiar el estilo de vida
A quienes solicitan que se ore para que le sea devuelta la salud, hay que hacerles ver que la violación de la Ley de Dios, natural o espiritual es pecado, y que para recibir la bendición de Dios deben confesar y aborrecer sus pecados. La Escritura nos dice: “Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos por los otros, para que seáis sanos” Santiago,5:16.
Al que solicita que se ore por él, dígasele más o menos lo siguiente: “No podemos leer en el corazón, ni conocer los secretos de tu vida. Dios solo y tú los conocéis. Si te arrepientes de tus pecados, deber tuyo es confesarlos”. El pecado de carácter privado debe confesarse a Cristo, único Mediador entre Dios y el hombre. Pues “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre Celestial, a Jesucristo el Justo” 1ª de Juan,2:1. Todo pecado es ofensa hecha a Dios, y se lo ha de confesar por medio de Cristo. Todo pecado cometido abiertamente debe confesarse abiertamente. El mal hecho al prójimo debe subsanarse ofreciendo reparación al perjudicado.
El positivismo también cura
Dios conoce a cada cual por nombre y cuida de él como si no hubiera nadie más en el mundo por quien entregara a su Hijo Amado. Siendo el amor de Dios tan grande y tan infalible, se debe alentar al enfermo a que confíe en Dios y tenga ánimo. La congoja acerca de sí mismos los debilita y enferma. Si los enfermos resuelven sobreponerse a la depresión y la melancolía, tendrán perspectivas de sanar.
Confiar en la voluntad de Dios
Al orar por los enfermos debemos recordar que “No sabemos orar como se debe” Romanos, 8:26. No sabemos si el beneficio que deseamos es el que más conviene. Por consiguiente, si esto puede redundar en beneficio de su Gloria y de estos pacientes te pedimos, en nombre de Jesús, que les devuelvas la salud. Si no es Tu voluntad que así sea, te pedimos que tu Gracia los consuele, y que Tu presencia los sostenga en sus padecimientos.
Dios conoce el fin desde el principio. Conoce el corazón de cada uno. Lee todo secreto del alma. Sabe si aquellos por quienes se hace oración podrían o no soportar las pruebas que les acometerían si hubieran de sobrevivir. Sabe si sus vidas serían bendición o maldición para sí mismos y para el mundo. Esto es una razón para que, al presentarle encarecidamente a Dios nuestras peticiones, debamos decirle: “Empero no se haga mi voluntad, sino la Tuya” Lucas,22:42. Sabemos que Dios nos oye si le pedimos conforme a su voluntad. Pero el importunarle sin espíritu de sumisión no está bien; nuestras oraciones no han de revestir forma de mandato, sino de intercesión.
No todos los enfermos que tienen fe, se curan
Hay casos que Dios obra con toda decisión con su poder divino en la restauración de la salud. Pero no todos los enfermos curan. A muchos se les deja dormir (morir) en Jesús. De esto se desprende que aunque haya quienes no recobren la salud no hay que considerarlos faltos de fe.
Todos deseamos respuestas inmediatas y directas a nuestras oraciones, y estamos dispuestos a desalentarnos cuando la contestación tarda, o cuando llega en forma que no esperamos. Pero Dios es demasiado sabio y bueno para contestar siempre a nuestras oraciones en el plazo exacto y en la forma precisa que deseamos. Él quiere hacer en nuestro favor algo más y mejor que el cumplimiento de todos nuestros deseos. Y por el hecho de que podemos confiar en su sabiduría y amor, no debemos pedirle que ceda a nuestra voluntad, sino procurar comprender SU propósito y realizarlo. Nuestros deseos e intereses deben perderse en su voluntad.
Los sucesos que prueban nuestra fe son para nuestro bien, pues denotan si nuestra fe es verdadera y sincera, y si descansa en la Palabra de Dios sola, o si, dependiente de las circunstancias, es incierta y variable. La fe se fortalece por el ejercicio. No todos entienden estos principios.
Muchos de los que buscan la salutífera gracia del Señor piensan que debieran recibir directa e inmediata respuesta a sus oraciones, o sino, que su fe es defectuosa. Por esta razón, conviene aconsejar a los que se sienten debilitados por la enfermedad, que obren con toda discreción.
Oración y uso de los remedios
No deben desatender sus deberes para con sus amigos que les sobrevivan, ni descuidar el uso de los Agentes Naturales para la restauración de la Salud. A menudo hay peligro de errar en esto. Creyendo que serán sanados en respuesta a la oración, algunos temen hacer algo que parezca indicar falta de fe. Los que buscan la salud por medio de la oración no deben dejar de hacer uso de los remedios puestos a su alcance. Hacer uso de los agentes curativos que Dios ha suministrado para aliviar el dolor y para ayudar a la Naturaleza en su obra restauradora no es negar nuestra fe.
Dios nos ha facultado para que conozcamos las Leyes de la Vida. Este conocimiento ha sido puesto a nuestro alcance para que lo usemos, sacando todas las ventajas posibles y trabajando en armonía con las Leyes Naturales. Cuando hemos orado por la curación del enfermo, podemos trabajar con energía tanto mayor, dando gracias a Dios por el privilegio de cooperar con Él y pidiéndole que bendiga los medios de curación que Él mismo dispuso. Tenemos la aprobación de la Palabra de Dios para el uso de los Agentes Curativos.
La Biblia apoya el uso de remedios
Ezequias, rey de Israel, cayó enfermo, y un profeta de Dios le trajo el mensaje de que iba a morir. El rey clamó al Señor, y este oyó a su siervo y le comunicó que se le añadirían quince años de vida. Ahora bien; el rey Ezequías hubiera podido sanar al instante con una sola palabra de Dios; pero se le dieron recetas especiales: “Tomen masa de higos, y pónganla en la llaga y sanará. Isaías,38:21. En una ocasión Cristo untó los ojos de un ciego con barro y le dijo: “Ve, lávate en el estanque de Siloé… y fue entonces y se lavó, y volvió viendo” Juan 9:7. La curación hubiera podido realizarse mediante el solo poder del Gran Médico sin embargo, Cristo hizo uso de simples agentes naturales.
Oremos y confiemos en Dios
Cuando hayamos orado por el restablecimiento del enfermo, no perdamos la fe en Dios, cualquiera que sea el desenlace del caso. Si tenemos que presenciar el fallecimiento, apuremos el amargo cáliz, recordando que la mano de un Padre nos lo acerca a los labios. Pero si el enfermo recobra la salud, no debe olvidar que al ser objeto de la Gracia Curativa contrajo nueva obligación para con el Creador. Cuando los diez leprosos fueron limpiados, solo uno volvió a dar gracias a Jesús y glorificar su nombre. No seamos nosotros como los nueve irreflexivos, cuyos corazones fueron insensibles a la misericordia de Dios” (El Ministerio de Curación, de Elena G. White. Páginas de la 171 a la 178)
“Hay muchas maneras de de practicar el arte de sanar; pero hay una sola que el cielo aprueba. Los Remedios de Dios son los simples Agentes de la Naturaleza, que no recargarán ni debilitarán el organismo por la fuerza de sus propiedades. Estos son los Verdaderos Remedios por cuya falta millares están muriendo. Todos debieran conocer los Agentes que la Naturaleza provee como Remedios y saber aplicarlos”. (Consejos sobre el Régimen Alimenticio” de E. G. de White. Página 355)
Textos de los libros El Ministerio de Curación, de Elena G. White (páginas de la 171 a la 178) y Consejos sobre el Régimen Alimenticio (página 355). Cortesía del hermano Joan Amigó.
Foto: Christin Hume on Unsplash