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La naturaleza nos habla de Dios, no solo de lo que ha hecho (Salmos 19:1), sino de cómo es. Según Romanos 1:20, la creación muestra a Dios de forma inequívoca y nos permite observar características, como su eterno poder, que de otro modo nos resultarían invisibles. Mi experiencia como bióloga me confirma lo que leo en estos textos.

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La sofisticación, precisión y eficiencia que muestran los sistemas naturales, desde la célula más diminuta hasta la estructura de la biosfera, solo pueden ser el producto de una inteligencia y un poder supremos. Incluso aquellos que atribuyen esas maravillas de ingeniería a un proceso de ensayo-error en el que la selección natural las ha ido optimizando durante millones de años, reconocen la genialidad de su diseño.

La biomimética es una ciencia en auge que usa la naturaleza como fuente de inspiración de tecnologías innovadoras para resolver problemas humanos con resultados espectaculares (Vincent, y otros 2006): edificios cuya arquitectura regula eficazmente la temperatura imitando la estructura interna de los termiteros, superficies hospitalarias antibacterianas que simulan la piel de los tiburones, un potente pegamento quirúrgico basado en las sustancias adhesivas de los mejillones o un tren bala cuya forma de cabeza de pájaro reduce el ruido y aumenta su eficiencia energética.

El éxito de la biomimética tiene mucho sentido desde una perspectiva bíblico-cristiana: los ingenieros humanos pueden aprender mucho de la naturaleza porque esta fue diseñada por Alguien infinitamente más inteligente y poderoso que ellos. Así pues, no resulta difícil para el creyente encontrar evidencias de la inteligencia y el poder de Dios en la naturaleza, pero según la Biblia Dios no es solo inteligente y poderoso, también es bueno. ¿Nos muestra la naturaleza esa característica? ¿Nos habla el mundo natural de la bondad y el amor de Dios de la misma manera que nos habla de su inteligencia y su poder? Para muchas personas la respuesta a esta pregunta es un “no” rotundo. De hecho, el mal en la naturaleza es uno de los principales argumentos históricos y actuales contra la existencia de Dios. (Sigue leyendo AQUÍ)

Revista Adventista de España