– «¿Mesa para cuántos?»
– «Seis. No… cinco».
Me tembló la voz al contestar a la entrada del restaurante, y pasaron segundos que sentimos como horas. El incómodo silencio me permitió escuchar el sonido de la flecha que volaba para atravesar el corazón de mi esposa. ¿Estábamos listos para responder a esa simple pregunta? No. Apenas habían pasado unas semanas desde que habíamos visto reducida nuestra familia, de manera inesperada y trágica, a sólo cinco. Ahora hay una silla vacía en la mesa que nos recuerda que no estamos completos.
La intensidad de las emociones al ver la silla sin él se incrementará en los días festivos que se acercan. ¿Es tu primera Navidad con una silla vacante en la mesa? No sé quién te falta, pero no me cabe duda de que hay muebles que nos gritan. Un silencio ensordecedor por el ser querido que no volverá a estar allí.
Las sillas vacías, símbolos de ausencia
Las sillas vacías pueden atormentarnos, ya que son símbolos de ausencia. Al comenzar mis labores ministeriales me tocó asistir a otros en sus pérdidas. Debo confesar que las tragedias humanas me dejaron magullado y debilitado. Las preguntas tormentosas que venían a mi mente me empujaron al borde del precipicio de la incredulidad. ¿Cómo creer en un Dios que permitía esto? Los momentos más difíciles, eran esos que hacían que mi fe casi se extinguiera frente a los malditos ataúdes pequeños, los que nunca deberían fabricarse. Ya que los padres no deberíamos enterrar a los hijos.
No encontraba suficientes respuestas, no había paz en mi mente, ni en mi corazón. A veces, parecía que me arropaban el cinismo y los pensamientos mordaces que llenaban mi mente. Se me hacía imposible no ser sarcástico y me moví a una disciplina que me alejaría de acompañar a otros en funerales que me desgastaban emocionalmente. En mis estudios doctorales en arqueología de Oriente Próximo aprendí a guiarme por el método científico y cuestionarlo todo.
No se puede escapar del dolor
¿Pude escapar de la tragedia en tierras lejanas? No. Puedo revivir claramente ese caluroso verano cuando excavaba en las ardientes arenas jordanas tratando de enterrar mis preguntas. Mi herramienta fue interrumpida por piedras que formaban una tumba sencilla. Me tocó recuperar cuidadosamente los restos de una madre y con su hijo que habían sido dejados sin pertenencias significativas. ¿Por qué me tenía que encontrar con esa escena? Lloré en silencio y deseé poder abrazar a mi pequeño recién nacido que me esperaba en la distancia. Jamás pasó por mi mente que décadas más tarde, vería a mi hijo inerte y su silla quedaría vacía.
Me equivoqué al pensar que iba a poder alejarme de los interrogantes sobre el dolor y la angustia a muchos kilómetros de distancia. Un océano no logró alejarme de las interrogantes sobre el dolor y la angustia de las sillas vacías. Aunque suene irónico, las tierras «santas» de Oriente son los lugares donde más dramáticamente te puedes cuestionar sobre la justicia y el origen del mal. En cada rincón hay evidencias de dolor, ya sea memoria de la «calamidad» o la «catástrofe». Allí quedan al descubierto las tragedias de la humanidad.
«Duerme, mi bebé, duerme»
¿Qué tal si me escapo de la vorágine de preguntas que me perseguían en casa al llevarme a mi hijo al Oriente? Eso resultó. Ben me llenaba de energía con su hermosa sonrisa y ojos llenos de vida. Me involucré de lleno en labores pastorales y académicas con el deseo de practicar la teoría con mi hijo. Era la forma de, yo mismo, corroborar la validez del Evangelio y su poder transformador.
Aunque Ben era neurodivergente* y tenía sus dificultades, esos desafíos nos fortalecían. Me acompañaba en mis aventuras arqueológicas, escalando todas las paredes o lugares peligrosos y explorando cada caverna a su paso. Él era mi sombra en las asignaciones misioneras que nos llevaron a zonas peligrosas de África, lugares desafiantes en América del Sur y escenarios exóticos de América Central. Comimos en las mesas de otros y nuestra mesa siempre estuvo abierta a los que llegaban.
Ben, era inquieto y vivió al máximo. Sus desafíos no le impidieron completar dos grados universitarios, uno en computación y una licenciatura en aviación. Ben pudo haber aprobado las licencias federales para ser un mecánico de aviación y lanzar «BV Enterprise». Pero entonces, murió. Se suicidó el pasado 2 de septiembre de 2024.
La depresión que padecía succionó su voluntad de manera silenciosa. Al estar sólo con su cuerpo inerte le besé susurrando «niño levántate». Después, casi con timidez, al ver la paz que tenía en su rostro y al no despertar, pude pensar: «Duerme, mi bebé, duerme».
Y ahora, ¿cuestiono a Dios?
Y ahora, ¿qué hará el hombre que llegó a cuestionar a Dios de forma blasfema, ante la muerte de los hijos de otros? ¿Qué voy a decir ahora cuando la silla vacía esté en mi mesa? Yo había decidido creer durante todos estos años pasados y realmente experimenté paz en aquellas situaciones ajenas. Pero ahora me tocaba a mí ¿Resucitarían mis dudas? ¿Se demostraría que soy una farsa?
¿Qué me digo a mí mismo, cuando la depresión pudo con la vida de mi hijo? He sido capaz de ayudar a otros, y he consolado a padres llorosos, pero ahora subía el volumen de los cuestionamientos con los que había desafiado a las comunidades de fe. Anteriormente he escrito, publicado, y presentado de manera vulnerable las pérdidas de los demás. No ha sido un secreto que he tenido una fe tan débil que, de seguro, ahora se derrumbaría. Todo indicaba que iba a haber otro cristiano que se uniría a las filas del agnosticismo.
Sin embargo, el milagro de Belén tuvo lugar nuevamente en mi corazón. No tengo fe suficiente para dejar de creer. ¿Cómo? Al besar a mi hijo hace cuatro meses, a quien Dios no hizo despertar de manera milagrosa, daba gracias al Cielo por la paz que había en su rostro. Una paz que me inundaba mientras esperaba, mientras recordaba las memorias hermosas que vivimos juntos y, al mismo tiempo se esfumaban los planes que él había compartido con tanto entusiasmo. Si Ben hubiese sabido que causaría tanto dolor, estoy seguro de que no lo hubiese hecho. No estamos mejor sin los que se van, es posible encontrar ayuda.
Sillas vacías como símbolos de promesa y esperanza
¿Disonancia cognitiva? ¿Contradicciones sin sentido? No. La esperanza no es lógica, explicable, comprensible, investigable o estadísticamente sólida. La fe es real, pero se escapa de mi laboratorio. Sólo sé que no tengo la fe suficiente para dejar de creer y esperar. Las sillas vacías que me atormentaban se han convertido en símbolos de promesa y esperanza. He aceptado la invitación bíblica de sentarme a la mesa y acoger en mi mente y corazón a Aquel que llama a la puerta.
En esta época de Navidad debemos recordar que el cristianismo no garantiza la prosperidad o la ausencia de dolor. El mensaje del que nació en un pesebre no era de que todo, inmediatamente, quedaría en paz y buena voluntad. En el cristianismo se bendice a los que lloran. Se nos asegura que tendremos aflicción; se nos recuerda que hay «valles de sombra de muerte». Se nos dice que una cruz vendría después del pesebre. La muerte no es una sorpresa, pero tampoco es la última palabra.
Lo primero que he tenido que aceptar es que algunos hijos mueren por cáncer, otros en accidentes y otros por asesinato. Mi hijo se suicidó. Ben no aceptó la ayuda que se le ofreció frente a su depresión**. Como cualquier joven de veinticinco años que hubiera interrumpido su tratamiento, era vulnerable. Los problemas de salud mental han sido estigmatizados y aunque busquemos especialistas desde que son niños, muchos jóvenes se niegan a continuar una vez alcanzan la mayoría de edad.
Esperanza en medio del sufrimiento
¿Cuántas sillas más quedarán vacías esta Navidad? Debemos recordar que el cristianismo no garantiza la prosperidad ni la ausencia de dolor. El mensaje del niño nacido en un pesebre era que «los que lloran serán bendecidos». Además, la Biblia nos asegura que «en este mundo, tendremos aflicción», y nos recuerda que hay «valles de sombra de muerte». Es cierto, la sombra de una cruz cubría el pesebre. Pero una estrella brillaba en el cielo transmitiendo esperanza eterna. No, la muerte no tiene la última palabra.
La esperanza en medio del caos, y la fe que se sostiene en los momentos más oscuros, están más allá de la explicación o la lógica. ¿Qué preguntas te haces durante estas fiestas? Enterrar a tu hijo te lleva a otro nivel. ¿Te sientes atormentado durante estas celebraciones? Hay Esperanza. Es más que el estoicismo de la «antifragilidad», que algunos proponen. Aunque, en muchos sentidos, nos hemos fortalecido en y a través del dolor. El concepto de resiliencia solo puede convertirse en una realidad a través de un milagro interior. Parece increíble, pero alguien como yo, que estaba tan lleno de amargura y duda en el pasado, está lleno de esperanza hoy.
No me importa que me etiqueten como el «cristiano cuyo hijo se quitó la vida» o se cuestione mi capacidad como padre. En esta temporada navideña puedo tener paz, y también regocijarme con la esperanza de que esa silla vacía me recuerda que, un día, la tumba de mi hijo también estará vacía. No tengo todas las respuestas, ni las necesito.
¿Mesa para cuantos?
Te invito a que mantengas una silla vacía esta temporada, pero tu mesa siempre esté abierta. ¿Mesa para cuántos? ¿7, 12, 15? No sé. ¡Es posible que tengamos que encontrar más mesas esta Navidad! Al invitar a otras personas a llenar las sillas vacías en este momento, recuerda dejar una vacante.
¡Te doy la bienvenida a mi mesa! Una mesa de diálogo en la que tu fe pueda ser frágil o estar ausente, no importa, serás bienvenido. Habrá comida deliciosa. Y siempre tendremos más sillas, y más comida en el horno. ¿Mesa para cuántos?
Autor: Efraín Velázquez, PhD. Presidente del Seminario Teológico Adventista de Interamérica (SETAI/IATS); autor de: De la Amargura a la Esperanza (Miami, FL: IADPA, 2022)
NOTA editorial:
*Neurodivergencia es un término que describe las diferencias naturales en el funcionamiento del cerebro y la forma en que las personas perciben y procesan el mundo. Estas diferencias incluyen condiciones como las altas capacidades (ACI), el espectro autista (TEA), el TDAH, la dislexia, o la dispraxia, entre otras variantes neurológicas. Igual que ocurre con los neurotípicos, hay neurodivergentes con ciertas capacidades físicas o intelectuales disminuídas; otros con una inteligencia dentro de la normalidad; los hay un coeficiente intelectual elevado y también superdotados. Ser neurodivergente es, simplemente, una forma diferente de ser y de experimentar el mundo.
**Las enfermedades mentales, como la depresión mayor, la ansiedad, las fobias, la demencia, etc. son problemas de salud que afectan al estado de una persona. Estas enfermedades de la mente pueden darse en cualquiera, sea normotípico o neurodiverso, y precisan de un tratamiento adecuado.