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El pasado 18 de febrero, adultos y jóvenes de la Iglesia Adventista de Las Fuentes (Zaragoza) salimos a hacer una actividad llamada «La moneda eres tú». Una actividad que consiste en atender a personas que viven en la calle, o salen a la calle a buscar sustento para el día y para sus familias. Es decir, mendigos. El fin de la actividad no es darles una manta, ropa de abrigo o comida, aunque eso también se les ofrece. La finalidad es pasar tiempo con esa persona, escucharla, hacerla sentirse visible y querida y si es posible, mantener una relación prolongada en el tiempo.

No es la primera vez que hacemos la actividad, pero hasta ahora participaban solo los jóvenes. En esta ocasión se hizo en conjunto con los adultos.

En Mateo 25 dice que todo lo que hicimos a uno de estos sus pequeños, a Dios se lo hicimos. Pero también advierte que todo lo que NO hicimos a uno de estos sus pequeños, a Él no se lo hicimos.

Ese mismo sábado, en la escuela sabática, precisamente estudiamos una lección llamada «A uno de estos mis hermanos pequeños», ¿Casualidad? Solo Dios lo sabe.

A las 17:00 h iniciamos la actividad con una oración juntos y poniendo todo en manos de Dios, le pedimos que nos guiara hacia las personas que él tenía reservadas para nosotros. Era día de Carnaval y nos costó encontrar a personas en la calle, pero las que encontramos no tenemos duda de que fueron escogidas por Dios.

De invisible a visible, acompañada y feliz

La primera estaba frente a una parroquia, una mujer gitana de avanzada edad que abrazaba su cuerpo para mantener el calor. Iniciamos conversación con ella y nos empezó a contar de su vida. ¡Qué rápido pasó el tiempo! Estuvimos con ella alrededor de dos horas. Las personas nos miraban extrañadas, ya que no acostumbran a ver un grupo de jóvenes riendo con una persona a la que veían todos los días en la calle; tantos días, que se había vuelto invisible antes sus ojos.

Nos habló de su familia y sobre su nieta de 15 años, que sufre de una enfermedad crónica. Nos habló de la venida de Jesús y nos manifestó las ganas que tenía de un mundo mejor y de estar por fin con Él. Antes de marcharnos hicimos una oración juntos y quedamos en orar por su familia. Nos dijo que estaba agradecida por ese ratito que habíamos pasado con ella porque al contrario que otros días, en los que se siente sola e incluso llora en ocasiones por ver la vida y las horas pasar por delante, esa tarde se había sentido acompañada y feliz.

Personas de la calle, con nuestro mismo Padre

También nos encontramos con dos mujeres, una joven de 18 años y su suegra. Les invitamos a tomar algo en una terraza de Zaragoza. En la conversación la joven nos empezó a contar de su «Dio» (Dios) al que se dirige todos los días. Resultó tener un tío que guarda los sábados de puesta a puesta de sol y que no come cerdo. Tras hablarnos de sus experiencias decidimos darles nuestro contacto y como no sabían leer ni escribir, nos guardaron en su teléfono con dos corazones para saber que éramos nosotros. Les invitamos a no perder esa buena costumbre de ir a la iglesia y quedamos en recogerlas para que vinieran con nosotros el siguiente sábado.

Estas son dos de las personas con las que tuvimos el privilegio de compartir un par de horas y las que por un momento pasaron de ser personas invisibles para miles, a personas visibles para nosotros. Una experiencia enriquecedora para ellos, y para nosotros. Una forma de sentir al Señor más cerca.

Dios nos llama a cuidar de los mendigos, viudas, huérfanos, hambrientos, sedientos, las personas que están en la cárcel y muchos más. ¿Estamos listos para aceptarlo como nuestra esta misión?

Autora: Ania López, de la iglesia de Zaragoza – Las Fuentes.

Revista Adventista de España