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Se ha dado en llamar al orgullo el verdadero pecado original. Primero se manifiesta en Lucifer, un ángel en los atrios celestiales. Así dice Dios por medio de Ezequiel: “Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti” (Eze. 28:17). El orgullo condujo a la caída de Lucifer, por lo que ahora lo usa para guiar a innumerables personas por el camino de la destrucción. Todos somos seres humanos caídos, que dependemos de Dios para nuestra propia existencia.

Todos los dones que tenemos, cualquier cosa que logremos con esos dones, vienen solo de Dios. Por lo tanto, ¿cómo nos atrevemos a ser orgullosos, jactanciosos o arrogantes? La humildad debe dominar todo lo que hacemos. A Nabucodonosor le llevó mucho tiempo comprender la importancia de la humildad. Incluso la aparición del cuarto hombre en el horno de fuego (ver lección Nº 4) no cambia el curso de su vida. Solo después de que Dios le quita su reino y lo envía a vivir con las bestias del campo, el rey reconoce su verdadero estado.

PARA MEMORIZAR: “¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación” (Dan. 4:3).

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Daniel 4:1–33; Proverbios 14:31; 2 Reyes 20:2–5; Jonás 3:10; Daniel 4:34–37; Filipenses 2:1–11.

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Revista Adventista de España