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En las aguas alrededor de Groenlandia hay icebergs de muchos tamaños. A veces, los pequeños témpanos de hielo se mueven en una dirección mientras que sus contrapartes masivas fluyen en otra. Lo que sucede es que los vientos de la superficie conducen a los pequeños, mientras que las enormes masas de hielo son transportadas por profundas corrientes oceánicas. Cuando consideramos el surgimiento y la caída de las naciones a lo largo de la historia, es similar a explicar los vientos superficiales y las corrientes oceánicas. Los vientos representan todo lo cambiante e impredecible, al igual que la voluntad humana. Pero existe otra fuerza que obra simultáneamente con estas ráfagas y vientos que incluso es más poderosa y muy similar a las corrientes oceánicas. Es el movimiento seguro de los propósitos sabios y soberanos de Dios. Como dijo Elena de White: “Pero, como las estrellas en la vasta órbita de su derrotero señalado, los propósitos de Dios no conocen premura ni demora” (DTG 23). Daniel 2 muestra que es el Dios del cielo quien en realidad impulsa la historia humana a su gran final.

PARA MEMORIZAR: “Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría” (Dan. 2:20).

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Daniel 2:1–16; Hechos 17:28; Daniel 2:17–49; Salmo 138; Juan 15:5; Deuteronomio 32:4; 1 Pedro 2:4.

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Revista Adventista de España