Para el 26 de septiembre de 2020.
Esta lección está basada en 1ª de Samuel 25:1-42 y “Patriarcas y profetas”, capítulo 65.
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Apoya y ayuda a los que te rodean.
- David vivía en una región desértica de Parán junto a sus hombres.
- Los siervos de Nabal cuidaban sus rebaños en esa zona. David los protegía de salteadores y alimañas.
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No temas pedir ayuda en caso de necesidad.
- Llegó un momento en el que David y sus hombres no tenía para comer y envió a 10 jóvenes con una petición muy cortés y respetuosa para Nabal.
- En la petición le deseaba paz a él y a su casa; le explicaba cómo había cuidado de su ganado y de sus pastores; y le pedía que le ayudara con provisiones.
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No pienses en ti mismo. No seas egoísta ni desagradecido.
- Nabal (que significa “necio”) no fue agradecido, no le preocupaba para nada lo que le ocurriera a David y no quería compartir sus riquezas.
- Insultó a David llamándolo fugitivo, le negó lo que era justo y despidió de mala manera a los 10 jóvenes.
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Antes de actuar, analiza la situación y consulta a Dios.
- Cuando recibió la noticia, David se enfadó mucho. Dejó a 200 hombres con el campamento y, tomando a 400 hombres, salió con la intención de aniquilar a Nabal y su casa.
- Decidió tomarse la venganza por su mano y no consultó en ningún momento a Dios.
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Sé agradecido y pacificador.
- Los sirvientes le contaron lo que había sucedido a la esposa de Nabal, Abigail. Ella era hermosa, inteligente y pacificadora. Decidió actuar de inmediato.
- Sin decirle nada a Nabal, tomó 200 panes, 2 odres de vino, 5 ovejas guisadas, 5 sacos de grano tostado, 100 racimos de uvas pasas y 200 tortas de higos secos, y se dirigió al campamento de David para entregárselo.
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Muestra hacia los demás: consideración, respeto, bondad, rectitud, comprensión y justicia.
- David y Abigail se encontraron en el camino.
- Abigail se inclinó hasta el suelo y se echó la culpa de todo. Agradeció a David por cuidar se sus siervos y sus rebaños, y le ofreció los alimentos que traía.
- Le pidió que no actuara vengativamente, porque después lo lamentaría. Convenció a David con estas palabras: “cuando el Señor haga realidad todo lo bueno que ha anunciado respecto a ti, y te nombre jefe de Israel, no tendrás el pesar ni el remordimiento de haber derramado sangre inocente ni de haberte tomado la justicia por tu mano”.
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Deja a Dios la venganza.
- David hizo caso de las palabras de Abigail. Le alabó por su sabiduría y le agradeció que hubiese evitado que se tomase la venganza por su mano.
- Volviéndose a su campamento, David dejó la venganza de su afrenta en manos de Dios.
- A la mañana siguiente, Abigail le informó a Nabal de lo que había ocurrido. Entonces, Nabal sufrió un ataque y a los pocos días murió.
- Un tiempo más tarde, David mandó llamar a Abigail para hacerla su esposa.
Resumen: Dios nos ayuda para que nos tratemos unos a otros con justicia y amor.
Actividades
Historias para reflexionar
YO PAGO
Por C. R. S
Ahora estoy jubilado, pero en mis años mozos trabajé como misionero de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en la promoción de las publicaciones. Tenía que viajar mucho, y solamente pasaba en casa y en la oficina la tercera parte de mi tiempo.
En cierta ocasión viajaba, con mi esposa y mi hija, desde Buenos Aires a Lima. El avión hizo escala en Santiago de Chile. Mientras esperábamos para subir nuevamente al avión, observábamos el movimiento de pasajeros. Cuando faltaban muy pocos minutos para partir, llegó una señorita, agitada y nerviosa.
Al pesar su equipaje descubrieron que tenía exceso de peso.
Por lo tanto, le correspondía pagar alrededor de 60 dólares más. La pobre señorita se quedó como petrificada, porque había gastado hasta el último centavo en regalos para la familia.
Comprendiendo la situación, me acerqué al empleado de la compañía y pagué la suma que hacía falta para que ella pudiera subir a ese avión.
La señorita, que era una persona muy culta, me preguntó cómo podía yo hacer eso sin conocerla. Le contesté que, sencillamente, me había dado cuenta de que estaba en un grave apuro y había tenido el placer de ayudarle.
—Bueno —dijo ella—, en Lima mi padre le devolverá ese dinero, y desde ya quedan invitados a comer con nosotros en casa.
Durante el vuelo conversamos mucho, y cuando llegamos al aeropuerto de Lima conocimos a los padres de la joven. Se sintieron muy agradecidos y expresaron su deseo de retribuir ese favor de alguna manera.
Un tiempo después, cuando la misión adventista que me ocupaba necesitó la construcción de varios edificios, este caballero realizó un excelente trabajo a un precio realmente módico; y, mientras permanecimos cerca, ambas familias mantuvimos una fraternal amistad.
En el caso de este joven misionero, que estaba siempre dispuesto a ayudar con el amor nuestro de cada día, su acción cosechó una hermosa amistad y muchos beneficios para la organización que lo empleaba. ¿Te has puesto a pensar cuánto podrías cosechar tú con acciones semejantes?
ABNEGADO Y SERVICIAL
Por MIRTA O’HARA
Un viajero solitario de nacionalidad hindú, avanzaba trabajosamente por el arduo camino. Se estaba acercando al desfiladero que le permitiría trasponer las montañas que se encuentran entre la India y el Tibet.
Antes de iniciar el ascenso, decidió descansar un poco. Encontró un lugar resguardado y comió el resto del alimento que había traído consigo.
Luego retomó el camino, deseando estar en cualquier otra parte menos junto a esa montaña cubierta de nieve.
Miró hacia atrás para ver cuánto había avanzado y vio la figura alta de un monje budista que se acercaba. Esperó hasta que el hombre lo alcanzase, lo saludó cortésmente y le sugirió que viajasen juntos. El monje pareció alegrarse por el hecho de tener compañía.
El hindú, Jalan Nagga, era muy diferente de su corpulento y vigoro so compañero. Su rostro reflejaba bondad y su contextura era menuda y frágil. Jalan había nacido en una familia rica y distinguida, y al crecer se convirtió en un devoto adorador de los dioses paganos de sus padres. Cierto día, mientras iba al templo, oyó a un hombre que hablaba de alguien llamado Jesús. Se unió a la multitud y oyó una historia que nunca había escuchado antes. Jalan ansiaba conocer más acerca de Dios, de modo que habló con el predicador, averiguó dónde vivía y lo visitó tan a menudo como pudo. Pronto dejó de ir a su templo pagano y comenzó a asistir a la misión cristiana y con el tiempo se convirtió en un seguidor de Jesús.
Airados y avergonzados, sus padres lo expulsaron de la casa y le ordenaron que no regresase jamás.
Le dijeron que desde entonces dejaba de ser su hijo: lo consideraban como si hubiese muerto, como si no existiese una persona llamada Jalan Nagga. De modo que este joven una vez rico y honorable, se convirtió en un pobre paria, sin hogar y despreciado.
Mientras ambos proseguían su viaje, Jalan trató de hablarle al monje en cuanto a su Dios, pero éste defendió enérgicamente a Buda. Poco después notaron que se acercaba una tormenta. Las sombras de la tarde estaban cubriendo el desfiladero; a menos que pudiesen encontrar un refugio antes de que la noche y la tormenta los sobrecogiesen, probablemente morirían de frío y de agotamiento. Trataron de apurarse al máximo, con la esperanza de llegar cuanto antes a un monasterio no muy distante.
Muy pronto, ráfagas de un viento helado y violento comenzaron a castigar a los cansados viajeros y a desgarrar sus ropas. De repente, por encima del ruido del viento, les pareció oír un grito angustioso que pedía auxilio. Se miraron el uno al otro y ambos se acercaron al borde del camino. A la distancia, montaña abajo, vieron el bulto de un hombre caído cuyos gritos seguían resonando. El monje budista dijo: “Ese hombre ha encontrado su destino y morirá allí. Yo no puedo hacer nada para ayudarlo. Debo tratar de salvarme.
Es mejor que por lo menos yo sobreviva y no que muramos ambos, como seguramente ocurriría si bajase a ayudarlo. Debo seguir mi camino”.
Mientras el monje se envolvía con su manto y se disponía a proseguir, Jalan Nagga dijo: “Ese hombre es mi hermano y debo hacer por él todo lo que pueda”. De modo que saliendo del camino, Jalan comenzó a descender la escarpada ladera de la montaña. Tanteando, resbalándose y aferrándose a los arbustos y a las rocas a fin de no rodar hasta el pie de la garganta, el valiente hindú llegó finalmente hasta donde estaba el hombre en desgracia. Tras orar pidiendo el auxilio divino y después de un largo y desesperado esfuerzo, lo arrastró cuesta arriba hasta el ca mino. En medio de la oscuridad, lo cargó sobre sus espaldas. Casi inmediatamente la tormenta se desató con toda su furia. La carga era tan pesada y tan débiles sus fuerzas que Jalan Nagga apenas podía avanzar contra el viento rugiente, la lluvia y el granizo. Ansiaba ver se libre del peso a fin de recostarse un poco y descansar, pero sabía que eso significaría la muerte de ambos. Debía continuar. Estaba tan extenuado y aturdido por el esfuerzo que no podía pensar correctamente, pero de algún modo se las arregló para avanzar un paso tras otro.
A la distancia vio una luz que desde el monasterio brillaba en las ti nieblas; esto lo llenó de esperanza y valor. Con renovado empeño, prosiguió. Poco después tropezó y cayó sobre un objeto que estaba en el suelo. El golpe lo hizo reaccionar.
Descubrió que había caído sobre el cuerpo del monje budista que, evidentemente, no había podido continuar su marcha debido al intenso frío. Allí estaba, helado y muerto.
Jalan comprendió, entonces, que el tremendo esfuerzo que había realizado para ayudar al hombre caído, lo había salvado del congelamiento; aunque se hallaba completamente exhausto, todavía vivía, mientras que el egoísta monje yacía muerto. Con un esfuerzo sobrehumano, Jalan Nagga se levantó, aun llevando sobre sus hombros al hombre inconsciente, y pudo llegar finalmente a las puertas del monasterio, donde ambos encontraron refugio.
Días más tarde, al pensar en la experiencia de esa terrible noche, Jalan recordó las palabras de Jesús:
“Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del Evangelio, la salvará” (S. Marcos 8: 35). Si él hubiese pensado sólo en salvarse a sí mismo y hubiese continuado su viaje con el monje budista, probablemente habría muerto con él. Entonces agradeció una vez más a Dios por haber podido conocer su amor y por haberle enseñado a vivir en forma abnegada y servicial.
ESA JOVENCITA…
Por Mary Luz Lorenzo Barragués
… Que, al despuntar el alba, se levanta con la energía y el vigor necesarios para comenzar con alegría un nuevo día.
… Que, de la oración y la meditación espiritual, hace su primer ejercicio en la mañana.
… Que realiza sus actividades con un canto en los labios y un poema en el corazón.
… Cuyo trajinar es semejante al vuelo de las golondrinas, sin sentir el cansancio de la jornada.
… Que no se oculta artificiosamente bajo una máscara de maquillaje que revela vacío interior.
… En cuyo rostro no se perciben las huellas de una vida desordenada, sino que ofrece la lozanía de una vida sana templada y bien organizada.
… Cuya mirada transparente y cristalina, franca y sincera, no demuestra los morbosos deseos de una mente enferma y apegada a los placeres mundanos.
…Que, terminadas las tareas caseras, se dedica con empeño al cultivo de sus nobles ideales, contribuyendo a la recta formación de su carácter.
… Que con paso firme y resuelto sale a conquistar la vida sin amedrentarse por las duras pruebas y dificultades, sino que con resignación y valentía acepta todas las adversidades.
… Que, ataviada con aseo y recato, camina por la acera sonriendo al mundo con el aliento fresco, libre de tabaco y de alcohol y otras sustancias.
… Que sin temor al futuro ni al pasado, se hace dueña del presente.
… Que, con sabiduría y humildad, se coloca sumisa en los brazos de su Hacedor.
… Que, con fe y esperanza, confía en él, segura de obtener la victoria.
… Que, aborreciendo el pecado, ha comprendido el verdadero y profundo significado del amor…
¡Hoy, tú debes ser esa jovencita, para mañana ser UNA GRAN MUJER!
Autora: Eunice Laveda, miembro de la Iglesia Adventista del 7º Día en Castellón. Responsable, junto con su esposo Sergio Fustero, de la web de recursos para la E.S. Fustero.es
Imagen: Photo by Josh Hild on Unsplash