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La solidaridad se promueve en los hijos, con el ejemplo de los padres y con su enseñanza cotidiana, para que aprendan a ponerla en práctica. Educar hijos solidarios, es educar hijos inteligentes. Los padres preocupados por enseñar la virtud de la solidaridad, que inculcan a sus hijos el valor de tolerancia, esforzándose a que aprendan a discutir y negociar, de forma positiva sus conflictos, por muy pequeños que sean, están enseñando a sus hijos, a contemplar el mundo desde una perspectiva de justicia, igualdad y respeto. También los hijos tienen que aprender, por si solo, a practicar la solidaridad a través de sus experiencias personales o colectivas, incluso con los formidables libros que hay sobre el tema.

La solidaridad no es un sentimiento privado, sino que implica justicia, verdad, coherencia y testimonio. Conlleva la valentía de demostrarla ante los demás, poniendo nuestra inteligencia y medios, a disposición de los necesitados de ella. No podemos desentendernos de los problemas, ni inquietudes de los demás, mirando para otro sitio o mirándonos egoístamente a nosotros mismos. Uno solo puede hacer algo por los demás, pero si a ese esfuerzo solidario se le añade con el ejemplo otros, poco a poco se va incrementando y multiplicando el poder solidario, ante una causa. “Las manos poderosas deben ser manos generosas”

La solidaridad no puede confundirse con la ayuda a la pobreza extrema, pues va mucho más allá de los bienes físicos. También hay que ser solidario con las ideas, situaciones y objetivos. También se desarrolla al intentar solucionar las carencias espirituales de los demás, expresada en la sociabilidad al cooperar y sentirse unido a los demás.

La solidaridad es un acto de la inteligencia, de la voluntad y del conocimiento. Cuando ésta se produce, es debido a que previamente se ha utilizado unas operaciones mentales y sentimentales muy específicas: la observación, la identificación, las posibilidades, las alternativas,  la comparación, la diferenciación, las prioridades, las estrategias, etc. Lo que produce el fomento del criterio, la reflexión y el aprendizaje de la toma de decisiones. La persona solidaria es una persona que tiene sentimientos positivos.

La solidaridad hay que aprender a practicarla, primero en cosas sencillas, hasta que se llega a disfrutar de la sensación de plenitud y satisfacción, que resulta de ayudar a otros, aun asumiendo los problemas y dificultades, que conlleve hacerlo. Los hijos, en función de su edad física y mental, tienen que aprender a disfrutar pensando en los demás y en la forma de ejercer la solidaridad.

Una persona solidaria es una persona básicamente generosa en actitudes, pensamientos, ideas, etc. El egoísmo personal es incompatible con la solidaridad. Es incongruente realizar actos solidarios puntuales, pero sin ser solidario.

La solidaridad empieza con la familia, sintiendo y demostrándose ayuda, compromiso y respeto entre todos los miembros. Ofreciendo el tiempo, circunstancias, talentos y lo que cada uno pueda compartir, empezando por los padres entre si y continuando con los hermanos y demás familiares. Si se consigue introducir la solidaridad en la familia será mucho más fácil practicarla en el exterior.

Para cambiar la vida, ordenarla, sentirse útiles y valorados por los demás, no haya nada que de mejores y mayores frutos que ejercer  la solidaridad en trabajos voluntarios, a favor de alguna buena causa, incluso cuando se ejercita la empatía, acompañando a otros para ayudarles, o simplemente, aliviándoles el dolor al darles consuelo.

La solidaridad con el prójimo es la primera y más valiosa acción, que hay que desarrollar diariamente en la familia y en la sociedad, sabiendo que al final la persona solidaria es la más beneficiada, incluso al sentirse a gusto consigo mismo, principalmente si no se cierra en círculos elitistas, o burbujas que le aíslen de su entorno, y sobre todo si aprecia la recompensa satisfactoria, de la estabilidad emocional propia, al hacer el bien sin esperar nada a cambio.

La empatía con el prójimo es la mejor herramienta para sensibilizarnos y actuar solidariamente con ayudas materiales, consejos o apoyo emocional, aunque no nos lo hayan solicitado o no hayamos buscado las necesidades.

La solidaridad es una actitud personal o colectiva y una forma de conducta, cuando se materializa en acciones hacia los demás, principalmente cuando más lo necesitan y tomándolas, como si fueran propias, incluso sacrificando nuestras propias apetencias.

Los padres tienen la obligación de ser solidarios con los maestros,  educando dentro de la familia, para que cuando los hijos lleguen a la escuela tengan muy asentadas las virtudes y valores humanos que les ayudarán a estudiar más y mejor. Las asociaciones de padres, con la aportación de sus tiempos, talentos y dinero, son las que pueden ayudar a lograr los objetivos escolares propuestos y a suplir, las carencias materiales y humanas, dentro del ámbito escolar completo.

La solidaridad es la determinación de una obligación moral de todos para todos, para procurar el bienestar de los demás, ayudándoles fraternal y desinteresadamente, por el simple hecho de ser personas, como si fueran otro yo. Todos somos responsables de todos. De la misma forma, que también tenemos todos el derecho a recibirla, en casos de necesidades importantes. La persona solidaria, reconoce la importancia de formar parte de una comunidad. Las cosas que nos interesa que cambien no lo hacen por si solas.

Revista Adventista de España