El pasado 16 de abril, la Iglesia Adventista en Fuerteventura fue testigo de otro milagro del poder de Dios y de la obra del Espíritu Santo, pues cuatro personas decidieron entregar sus vidas a Cristo por medio del bautismo bíblico. Si bien las cuatro personas han vivido experiencias extraordinarias, me gustaría compartir el testimonio de María Pilar Sierra Acín, o mejor dicho, de Mapi, tal y como la llamamos sus amigos:
“Durante mi niñez siempre destaqué en casa por el comentario perpetuo de mi madre: “Esta niña, nunca rompe los zapatos, es que se le quedan pequeños y nuevos.” Era una cantinela continúa, hasta hace poco tiempo que graciosamente se me empezaron a romper todos los zapatos que no rompí en mi niñez; y para el colmo, también comenzaron a romperse los zapatos de mis hijos. Claro, puesto que había muchos zapatos nuevos rotos, tuve que buscar un zapatero, y al final lo encontré en Omar, un miembro enamorado de la Iglesia Adventista.
Desde el primer día que entré en su zapatería, Omar me habló con tacto y cariño del amor de Dios, de la vida y sacrificio de Cristo, de su pronta segunda venida y de la preparación individual para ese evento único. Aunque me gustaba mucho escuchar y hablar con Omar acerca de Dios y la Biblia, el trabajo y las responsabilidades de madre y esposa me quitaban todo el tiempo. Sin embargo, por más que me decía a mí misma que no tengo tiempo para ir otra vez a la zapatería, no me quedaba otra porque los zapatos no paraban de romperse hasta que yendo una y otra vez me enamoré yo también del Dios de la Biblia y de las creencias adventistas, hasta tal punto que ahora forman parte de mi estilo de vida.
Estudiando la Palabra de Dios, entendí que por amor a mí, Cristo se encarnó, vivió, murió y resucitó con el fin de ofrecerme la vida eterna. Por tanto, decidí entregar mi vida a Cristo por medio del bautismo bíblico, deseando que con la ayuda del Espíritu Santo sea una mejor persona, una mejor madre y una mejor esposa. Lo “gracioso” es que desde aquel momento no se me han vuelto a romper más los zapatos”.
Personalmente, al ser testigo de esta extraordinaria experiencia, me viene a la mente el texto bíblico de Eclesiastés 4:4-5, donde el sabio Salomón dice que: “El que mira al viento, no siembra, y el que mira a las nubes, no cosecha. Así como no sabes por dónde va el viento, ni cómo se forma el niño en el vientre de la madre, tampoco sabes nada de lo que hace Dios, Creador de todas las cosas” (DHH). ¿Quién pensaba, sino solo Dios, que desde una simple y humilde zapatería se puede llegar a conocer el Evangelio del Señor Jesucristo?
Desde estas líneas pido a los que formamos parte de la iglesia a dejar que el viento y las nubes hagan su trabajo, y nosotros hagamos el nuestro: el de predicar el Evangelio Eterno a toda nación, tribu, lengua y pueblo en cualquier lugar dondequiera que estemos.