Recuerdo en mi infancia y juventud unos anuncios televisivos de un producto que reparaba los arañazos y desperfectos de los muebles.
Antes los muebles eran de madera, se compraban pensando en durar toda la vida. Incluso hay muebles que han pasado de una generación a otra. Eran caros, costosos, pesados, de calidad, incluso algunos se hacían a medida. Era la época en la que los carpinteros aún reparaban muebles. Una mesa, una silla, era objeto de reparación, re-tapizado, y se cuidaban.
El anuncio es de 1989, en España. Apenas han pasado 25 años y el concepto ha cambiado totalmente. Ahora estamos acostumbrados a muebles que se sirven en tablas, desmontados, de serrín aglomerado, baratos y económicos (ambas cosas no son lo mismo). Son de menos calidad, duran menos, se estropean antes, y por no ser de madera, no se pueden reparar. Se hinchan con la humedad con más facilidad, y con mayor facilidad aún se sustituyen por otros nuevos, porque son económicos, o simplemente, porque queremos renovar la sala de estar o la habitación.
Aún recuerdo aquellas casas en las que el salón era un sitio cuasi sagrado, donde no se entraba nada más que para recibir a visitas o para celebrar comidas especiales. Tampoco se trataba de eso, eso no lo compartía entonces ni lo comparto ahora, pero, sí que añoro el concepto de que algo se compra para que dure “para siempre”, y si se estropea, merezca la pena repararlo.
Ahora estamos en la sociedad del consumismo, y eso devalúa aún más los objetos y las cosas en sí. “Renueva tu casa”, si tienes un desamor, cambia los muebles, si estás aburrido, cambia la sala, si tienes un desazón o quieres salir de la “rutina” pon cortinas nuevas sillas o mesas… Ya no se repara nada (salvo las pantallas de los teléfonos móviles, que aún son caros… pero por dos años).
Esto nos propone un esquema mental, de vida y prioridades que afecta a nuestro diario vivir. ¿El marido no me gusta, está fofo o calvo? Me compro otro nuevo… ¿Se estropeó esta amistad? A por otra…
Echo de menos el famoso “Reparador de O’Cedar” en la sociedad actual, donde el esfuerzo por preservar las cosas, las relaciones y las personas es cada vez más inexistente y más consumista. Ya nada dura para siempre, o casi.
Menos mal, que aún tenemos una referencia anclada 2.000 años atrás, que a algunos les sonará y olerá a “viejo”, como los muebles de la abuela, como el alcanfor del armario del trastero, pero nos sigue trayendo esa sensación de seguridad, pertenencia e historia familiar que tanto necesitamos en un mundo cada vez más volátil, como las colonias que huelen fuerte, pero duran poco.
Me refiero a Jesús, ese amigo que sobre un “mueble” en forma de cruz, hizo una reparación que dura para siempre, capaz de arreglar lo más estropeado y roto y dejarlo como nuevo, “de modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas“. 2 Corintios 5:17.
Dios no nos desecha ante el primer golpe, raya, desperfecto, incluso aunque estemos destrozados por completo, recordemos que su oficio en esta tierra fue carpintero, y sabe perfectamente cómo reparar el mueble de tu vida, dejarlo impecable, y que dure para siempre. Echo de menos la época en la que los muebles eran de… madera y no serrín, pero tengo el consuelo de que en medio de este caos, el carpintero que me creó, aún está dispuesto a restaurarme las veces que haga falta.