APASM o APA Salud Mental (Asociación de Profesionales Adventistas de la Salud Mental) ha liderado un proyecto de apoyo emocional que ha sido clave para acompañar a los damnificados de la DANA en Valencia, ofreciendo contención, resiliencia y comunidad.
Hace ya más de seis meses que nuestras vidas se vieron afectadas —de una u otra forma— por los dramáticos efectos de la DANA en el entorno de Valencia.
Desde el inicio, nuestra asociación de profesionales de la salud mental de la Iglesia Adventista se puso a disposición tanto en la zona cero, como en la atención online a los afectados de la DANA que precisaran apoyo psicológico.
Este duro desastre abrió una gran puerta a la solidaridad, donde muchas personas se involucraron en una ayuda desinteresada, como no lo habíamos visto antes.
Esta misma inspiración surgió también en el departamento de familia de la iglesia de Timoneda. Cristina Fresneda contactó con nosotros para reunir a los damnificados de las iglesias de la zona, con el objetivo de dar apoyo emocional y psicológico al grupo. Para tal fin, el pastor y psicólogo Antonio Martínez y quien suscribe —Toña Arronis como psicóloga— acudimos el último sábado de noviembre. La entrañable y deliciosa comida que nos ofrecieron a todos fue el preámbulo que preparó el ambiente hacia el objetivo que nos convocaba.
La comunidad como apoyo emocional
La primera actividad, llamada «El árbol de la vida», daba lugar a compartir las experiencias vividas, con la comunidad como referencia y como un importante factor de protección frente a los eventos adversos.
Cada uno de los asistentes se prefiguraba como un árbol con sus arraigos, sus fortalezas, sus posibilidades y sus esperanzas. Cada persona —igual que un árbol— da frutos y es capaz de aportar elementos de valor y ayuda a los otros.
Tal como el bosque es al árbol, la comunidad es a nosotros el espacio en el que buscar sombra cuando estamos exhaustos, oxígeno cuando nos falta el aliento y esperanza ante la vulnerabilidad.
Fue realmente emotivo escuchar historias milagro, historias de angustia, pero también de superación. Por momentos, el corazón se nos encogía a la par que dábamos gracias a Dios por salvaguardar lo más preciado que tenemos, la vida de todos esos amigos que —en mayor o menor medida— temieron en algún momento por su existencia.
Supervivencia y resiliencia
Tuvimos tiempo para hablar de cómo nuestro cerebro nos impulsa a la supervivencia, ese cerebro que es emocional, que goza de capacidad de análisis y acude rápido a la toma de decisiones, pero donde el mayor milagro se da en la capacidad de conectar con el Creador y sentir de forma intensa su presencia en cada paso de nuestra vida, tanto en los momentos de paz, como —tal vez más todavía— en las adversidades.
Se estableció un espacio donde profundizar en el concepto de resiliencia, porque con resiliencia no nacemos, sino que nos hacemos si tenemos en cuenta cómo los valores, la fe o algunos rasgos de carácter nos ayudan a orientarnos hacia un propósito lleno de gratitud, de servicio y de fortaleza.
El día fue intenso, pero se nos quedó un suspiro en el corazón tanto a Antonio como a mí. Percibimos que un día no había sido suficiente para fortalecer lazos y recursos. Así fue como —pasadas unas semanas— volvimos a encontrarnos y pudimos retomar algunas actividades inacabadas.
En esta ocasión, pudimos tener un espacio particular con los niños, que habían sufrido con angustia aquel fatídico día. Puedo asegurar que su valentía y serenidad nos causó admiración.
Los recursos y la fuerza del cariño
El proyecto continuó con tres reuniones mensuales más, ya online. En ellas, pudimos reflexionar a partir de actividades colaborativas, donde se resaltaron aquellos elementos que restan o dividen, frente a los que suman y multiplican las fortalezas y la capacidad de superación.
Hemos hablado de emociones rotas, de decepciones y frustraciones, pero también de ayuda mutua, de crecimiento, de valentía y, sobre todo, de posibilidades, en un espacio seguro y lleno de cariño.
Fue enriquecedor ver cómo, unos a otros, se daban apoyo y fortaleza, porque sin duda alguna, juntos somos como un bosque cuyos árboles se abrazan y se sostienen unidos dando vida.
Hemos constatado que el amor expresado en forma de ayuda, junto con la gratitud, son la mayor salvaguarda que poseemos y el más grande testimonio que nos ha dejado nuestro buen Jesús. Solo tenemos que ponerlo en acción.
Autora: Toña Arronis, psicóloga y miembro del equipo de APA Salud Mental
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