No pasa desapercibido el silencio, a veces demasiado ruidoso en contraste con el ruido ensordecedor de los extremismos y la sinrazón.
Hoy, millones de personas y muchas instituciones rememoran el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz. Nostalgia, música de violín de compás alargado y lento, como aquellos pies que iban arrastrando el alma en pena hacia un lugar del que nadie salía, salvo el humo negro que subía de día y de noche, sin que se supiera a ciencia cierta qué era eso.
Han pasado 70 años desde que se descubrió un horror que superaba infinitamente las sospechas más exageradas que se podían tener. Hoy hace 70 años que el mundo tendría que recordar, que ante una barbarie, la respuesta no es la violencia. Ante una ofensa, la respuesta es silenciosa, resiliente y duradera, lejos de las barbaries que se cometen en esta época, que parecen silenciar con el ruido de los ataques terroristas el clamor del silencio de los hijos de David.
¿Dónde está el sentido común? No podemos permitir que las generaciones jóvenes dejen de aprender en cabeza ajena lo que ciertos postulados pseudo-religiosos pueden llegar a hacer a la propia humanidad, a nosotros mismos. No se puede tolerar el olvido generacional. 70 años casi dan pie a ello, y me pregunto, ¿qué ocurrirá cuando finalmente desaparezca el último superviviente del holocausto? ¿Qué ocurrirá cuando sea un episodio que deje de ser carne y hueso para ser de papel y tinta nada más?
Toda la humanidad debería hacerse eco de este terrible episodio, vergonzante y vergonzoso, y a la vez ejemplar en la reacción de las víctimas supervivientes durante décadas posteriores. Toda la humanidad debería hablar a sus jóvenes, vacunarlos de ideologías vacuas que no respetan los derechos humanos, que no son capaces de tolerar la diferencia, la diversidad y que pretenden una hegemonía homogénea impuesta, olvidando la riqueza de la heterogeneidad heterodoxa y para nada ortodoxa, aunque bien pensado, la auténtica ortodoxia implica la heterodoxia no complaciente con la coerción ni la violencia. No todo vale.
70 años son mucho, y no son nada. Son demasiado, demasiado tiempo para que aún el mundo siga igual, y demasiado poco para que las nuevas generaciones olviden los frutos de una ideología que de nuevo empieza a circular, aunque con diferentes nombres.
El mejor homenaje que se puede dar a los hermanos judíos, hijos de Abraham, al igual que las otras dos grandes religiones monoteístas, es no permitir que su sacrificio haya sido en vano, mantener viva la espuela de la conciencia todo el año, más aún en un día como el de hoy.
Tengamos la decencia de decir, soy hijo de ese mismo Dios, Allah, ‘Olam, Ha Shem, y por lo tanto, hermano de los que mueren y… tristemente de los que matan. Ojalá la conciencia común pueda ayudar a la conciencia individual, que cada vez parece más silenciosa en este mundo que sigue gris, impregnado del humo de Auschwith, incluso 70 años después.