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En su clásica obra sobre evangelismo personal titulada Cómo regalar su fe, Paul Little define la testificación como «esa convicción profundamente arraigada de que el favor más grande que puede hacer por los demás es presentarles a Jesucristo».1 Los primeros cristianos habrían pronunciado un gran «Amén» ante semejante definición. Doquiera iban, compartían su fe con tal dinamismo y osadía que fascinaba o bien atribulaban a aquellos con quienes entraban en contacto. Nadie quedaba indiferente. No es de asombrar que en poco tiempo la fe se esparció como un incendio descontrolado, y miles eran ganados en un solo día.

¿Qué hizo que los cristianos fueran tan exitosos a la hora de alcanzar a otros? ¿Qué podemos aprender de ellos? Una clave que explica el impacto que producían, es que estaban profundamente convencidos de la veracidad y relevancia del mensaje del evangelio. ¿Por qué? ¡Porque transformaba radicalmente sus propias vidas!

Nadie ilustra mejor este punto que el apóstol Pablo, cuya maravillosa experiencia de conversión y subsiguiente ministerio testifican del poder transformador de Cristo. Después de relatar la experiencia de su conversión, la Biblia declara: «En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que este era el Hijo de Dios. Y todos los que lo oían estaban atónitos, y decían: “¿No es este el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes?” Pero Saulo mucho más se enardecía, y confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo» (Hech. 9:20-22).2

Convicción de lo alto

Una cosa que se destaca en la historia de la conversión de Pablo es que su experiencia en camino a Damasco lo convenció de que Cristo era el Hijo de Dios, el Mesías prometido. Esto es lo que moldeó su nueva identidad como cristiano y sostuvo su obra misionera. En sus propias palabras, fue «asido por Cristo Jesús» (Fil. 3:12) para ser un instrumento escogido y llevar el nombre del Señor a las naciones (Hech. 9:15; 26:15-19; Gál. 1:15, 16).

En el pasado, Pablo había creído que los cristianos eran fanáticos y blasfemos que merecían el peor de los castigos. Por ello, se juró eliminar la influencia de ellos haciendo estragos (Hech. 8:3). Sin embargo, a pesar del celo equivocado y espíritu perseguidor de Pablo, Cristo se le apareció (1 Cor. 15:8) y transformó su vida por completo. Como resultado, comenzó inmediatamente a compartir con valor a Cristo, quien mediante su vida, muerte y resurrección había salvado la brecha entre el cielo y este mundo.

Una convicción cimentada en Cristo

La experiencia de Pablo nos enseña que la fe y la testificación auténticas solo se logran cuando nos encontramos cara a cara con el Cristo resucitado. Por ello, es imperativo que todos pasemos por nuestro camino a Damasco. Acaso no sea una experiencia tan dramática como la de Pablo, pero un encuentro salvífico con Cristo es el prerrequisito básico y la capacitación más importante para compartir el evangelio con los demás. No podemos compartir lo que no conocemos por nosotros mismos. Solo podemos testificar de lo que hemos experimentado personalmente. Sin esa experiencia, nuestra fe cristiana carece de poder y nuestra testificación tiene escaso impacto.

No somos llamados a compartir simplemente una lista de doctrinas con los que aún no han abrazado nuestra fe. Más bien, somos llamados a compartir a Cristo. Elena White tenía bien claro este punto cuando escribió: «Los adventistas del séptimo día debieran destacarse entre todos los que profesan ser cristianos, en cuanto a levantar a Cristo ante el mundo […]. El gran centro de atracción, Cristo Jesús, no debe ser dejado a un lado».3

Eso es lo que hizo Pablo. Apenas experimentó la conversión «predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que este era el Hijo de Dios […]. Y confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo» (Hech. 9:20-22). Más adelante en su ministerio, vemos a Pablo en Atenas, predicando sobre «Jesús y […] la resurrección» (Hech. 17:18).

Es interesante que en Hechos 9 y 17 vemos que Pablo tenía un patrón para compartir el evangelio. Esos textos nos enseñan al menos tres cosas sobre cómo cumplir la misión con convicción:

1. Pablo aprovechaba toda oportunidad para compartir a Cristo. Para Pablo, el evangelismo no era un programa ocasional de la iglesia, sino su pasión. Buscaba cualquier momento favorable para compartir su fe. De manera similar, compartir a Cristo no es una opción para nosotros, los adventistas, sino un imperativo. Una vez que conocemos al Cristo resucitado, no podemos quedarnos quietos. De allí que es nuestro deber cristiano participar de algún tipo de evangelismo, ya sea testificando a nuestros vecinos y colegas, distribuyendo impresos, ayudando a los necesitados o dando estudios bíblicos. Hay muchas maneras de compartir a Cristo. ¿Por qué no escoger las que mejor se adaptan a nuestro temperamento y dones?

2. Una vez que Pablo hallaba una audiencia, adaptaba el mensaje a sus oyentes. Ya sea con los judíos celosos en la sinagoga, transeúntes en el mercado, o filósofos paganos en el Areópago, Pablo llegaba a las personas en sus lugares y entornos. ¿Qué significa esto para nosotros? No podemos alcanzar el mundo para Cristo a menos que nos involucremos en nuestras comunidades. Significa mezclarnos libremente con las personas, buscándolas donde se encuentran, y haciendo lo mejor posible para comprenderlas, y lograr alcanzarlas. Elena White lo expresa así: «Vuestro éxito no dependerá tanto de vuestro saber y talento, como de vuestra capacidad para conquistar corazones».4 Esa era la estrategia de Pablo. Doquiera iba, hacía todo esfuerzo posible de comprender a la gente –su religión y cultura– hasta el punto de citar a sus poetas (Hech. 17:28). Lo que se aplicó a Pablo también se aplica a nosotros cuando abrazamos nuestra misión.

3. Pablo razonaba con las personas, procurando probar la validez y significación del evangelio. Hay para nosotros hoy una aplicación particular de esto. En primer lugar, no tenemos que dejar de pensar cuando compartimos nuestra fe. ¡Todo lo contrario! La fe cristiana es razonable. Está abierta al más intenso escrutinio. En segundo lugar, es fundamental que comprendamos nuestras creencias para comunicarlas con efectividad. Esto implica que tenemos que analizarlas con detenimiento.

Tenemos que conocer las doctrinas fundamentales de nuestra fe antes de explicarlas y defenderlas. Y sin embargo, compartir nuestra fe no puede ser tan solo una ocupación intelectual. La testificación no puede ser reducida a ganar un debate. Por el contrario, nuestro objetivo es ganar a las personas para Cristo.

De allí que la Biblia nos amonesta diciéndonos: «Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1 Ped. 3:15). Como alguien dijo en cierta ocasión: «A la gente no le interesa cuánto sabemos hasta que no saben cuánto nos interesamos en ellos». Cumplir con la misión requiere compartir informaciones pero también solícita compasión.

Manténgase firme

Como resultado de su fe inamovible en Cristo, Pablo estuvo dispuesto a experimentar burlas, azotes, encarcelamiento, naufragios y finalmente el martirio. Quince siglos después, el reformador alemán Martín Lutero conoció al mismo Cristo. Lutero se convenció tanto del señorío de Cristo que cuando sus perseguidores lo confrontaron en la Dieta de Worms, les dijo enfáticamente: «Heme aquí; no me es dable hacerlo de otro modo. ¡Que Dios me ayude!». Al igual que Pablo, Lutero no solo estuvo dispuesto a vivir su fe sino también, de ser necesario, a morir por ella. La misión con convicción implica ese nivel de compromiso.

Referencias:

1 Paul Little, How to Give Away Your Faith (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 2008), p. 41.
2 Los textos bíblicos pertenecen a la versión Reina-Valera 95® © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Usada con autorización. Todos los derechos reservados.
3 Elena White, Obreros evangélicos, p. 164.
4 Ibíd., p. 201.

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Preguntas para reflexionar y analizar:

1. Si tuviera que identificar la diferencia más significativa que Cristo ha hecho en su vida, ¿cuál sería? ¿Cómo podría compartirla con los demás?
2. En su comunidad, ¿dónde podría ir a intercambiar perspectivas con otros sobre la religión o las creencias?
3. ¿Está usted de acuerdo con la declaración: «Compartir nuestra fe no puede ser tan solo una ocupación intelectual»? ¿Por qué sí, o por qué no?

Revista Adventista de España