Cualquier cristiano conoce el episodio de las tentaciones de Jesús. El propósito satánico era vencer al Cristo, al Santo de Dios anunciado desde antiguo. Cualquier ataque físico contra Jesús hubiera sido repelido por una legión de ángeles; Jesús en condición de siervo era débil respecto al cuerpo, como cualquiera de nosotros, pero gozaba de la protección divina, como cualquiera de nosotros.
El diablo toma una táctica diferente, incita a Jesús contra sí mismo. El planteamiento contra Cristo consiste en suscitar una visión egoísta del problema humano. Me explico. En la primera tentación se plantea la cuestión del hambre: convertir las piedras en panes. Jesús no quiere resolver su problema del hambre, sino el problema del hambre del ser humano, de hecho, posteriormente, no necesitará de piedras para efectuar un milagro multiplicando panes para una gran multitud. Es una gran tentación, en un momento de carencias como el actual, mirar nuestra tragedia y reclamar soluciones particulares, huir de la solidaridad y abandonar la tragedia de todos. La segunda tentación consiste en demostrar quién es él; afirmar su identidad (oculta) delante de todos. Es fácil saber cuando hemos caído en esta tentación, de ahí proceden frases como: “se van a enterar de quién soy yo”, “no saben con quién se las gastan”. Pero Jesús está empeñado en que conozcamos quiénes somos nosotros para él, esa es su misión, pues sólo comprendiendo quiénes somos para Cristo podemos comprender quién es realmente el Mesías prometido. Por último, se presenta la tentación de servirse del poder en vez de servir mediante el poder. Hay que ser muy humilde para no servirse del poder. Jesús de Nazaret no vino a ser servido ni para servirse.
El fin legítimo no elude el sacrificio propio, o lo que es lo mismo: el sacrificio es el medio ineludible del servicio legítimo. Sacrificar la propia identidad, cuando no se ama, es más fácil que sacrificarse para afirmar la identidad cuando se ama. Jesús no cayó porque los principios que regían su planteamiento estaban más allá de la lógica de lo inmediato, de la urgencia en una situación desesperada. Cristo es la calma en la tormenta y la paz en la tribulación (aunque el diablo no se aleje definitivamente), es la vivencia inmediata del Reino a pesar de las dificultades, y también la inminencia del encuentro con el Padre, el cual nos dará junto con nuestro Salvador todas las cosas.
Imagen: (cc) Flickr/Agustín Ruiz. Esquina superior: Antonio López.