Tener hijos en los tiempos bíblicos era muy importante. Las esposas le suplicaban a Dios (o a su esposo) que les diera un hijo. Dios a veces actuaba en forma milagrosa (recuerda a Ana llorando ante el tabernáculo, o a Raquel pensando en la muerte como una alternativa a la esterilidad). En la actualidad, el tema de tener hijos es complejo y abarca un abanico de aspectos, como la infertilidad, el control de la natalidad, el aborto, la adopción, las familias monoparentales y los métodos de disciplina. Cualquiera sea el peso que soportamos con respecto a los hijos, es imperativo recordar que Dios se preocupa profundamente por la situación de cada familia. Esa es la parte fácil. Extender ese mismo cuidado a ti mismo o a aquellos que crees que están tomando malas decisiones con respecto a sus hijos, esa es la parte difícil.
Criar hijos puede considerarse una forma de hacer discípulos. Aunque la Biblia ofrece perlas para orientar a los padres (2 Cor. 12:14; Efe. 6:4; Col. 3:21), la mayoría de las familias mencionadas en la Biblia darán muchísimos ejemplos de lo que no se debe hacer en la crianza de los hijos (por ejemplo, mostrar favoritismos, descuidar la disciplina, vivir una vida sin Dios). Pero si podemos aprender de los errores de ellos y de los propios, entonces los hijos serán una estrella en la corona celestial de sus padres. Sin embargo, con la esperanza de que sus hijos se salven, algunos han invocado Proverbios 22:6 de una manera que no se integra adecuadamente con el libre albedrío y la metanarrativa del gran conflicto. Un estudio breve sobre este famoso versículo tratará de brindar cierta claridad y otras opciones interpretativas.