Dos grupos de cautivos regresaron a Judá en cumplimiento al menos parcial de las promesas de Dios a la nación hebrea. Pero había un grupo más de exiliados que Dios estaba preparando. El último grupo de cautivos se encargó de solucionar un problema.
Aunque los dos primeros grupos regresaron para reconstruir Jerusalén y completar parte de ese proyecto al terminar el Templo, el resto de la construcción quedó abandonada cuando surgió oposición de las naciones vecinas. Los pueblos de los alrededores no querían que los israelitas construyeran la ciudad y sus muros porque temían que los israelitas pudieran convertirse en una nación poderosa, como lo habían sido antes (Esd. 4:6–24). Por lo tanto, el regreso de los israelitas parecía ser una amenaza, que estaban empeñados en detener. Pero Dios no llamó a su pueblo para abandonarlo en el proceso de hacer lo que él lo había llamado a hacer.
Por lo tanto, estaba preparando a otro hombre para llevar a cabo su voluntad y para cumplir sus propósitos. Su nombre era Nehemías, y en él y en su obra para el Señor nos centraremos.
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Nehemías 1–2; Deuteronomio 7:9; Salmo 23:1–6; Números 23:19.