Desde el momento en que hablamos de los mandatos, normas o instrucciones de Dios, corremos el riesgo (o incluso enfrentamos la tentación) de pensar que de alguna manera lo que hacemos puede contribuir a nuestra salvación o granjearnos el favor de Dios. Pero la Biblia nos dice repetidamente que somos pecadores salvados por la gracia de Dios a través de Jesús y su muerte sustituta por nosotros en la cruz. ¿Cómo podríamos adicionarle algo a esto de alguna manera? O, como escribió Elena de White: “Si ustedes reúnen todo lo bueno, santo, noble y amable en el hombre, y luego lo presentan ante los ángeles de Dios como si desempeñara una parte en la salvación del alma humana o como un mérito, la propuesta sería rechazada como una traición” (FO 22).
De igual modo, incluso nuestras obras de misericordia y compasión hacia los necesitados no deberían considerarse legalistas. Al contrario, a medida que aumenta nuestra comprensión y aprecio por la salvación, el vínculo entre el amor de Dios y su preocupación por los pobres y oprimidos se transmitirá a nosotros, los destinatarios de su amor. Lo que recibimos, lo damos. Cuando vemos cuánto nos amó Dios, también vemos cuánto ama a los demás y también nos llama a amarlos.
Lee Para el Estudio de esta Semana: Romanos 8:20-23; Juan 3:16, 17; Mateo 9:36; Efesios 2:8-10; 1 Juan 3:16, 17; Apocalipsis 14:6, 7.