Muchos dicen que el pantano de Entrepeñas es un lugar mágico. Muchos deseamos ir para desconectar de la rutina y coger nuevas fuerzas. El lugar es lo de menos, lo que hace tan especial a Entrepeñas son las experiencias que creamos entre su naturaleza, lo que permanece en nuestros recuerdos. Vivimos en la generación de los intangibles. Tiene valor lo que no se puede tocar, las emociones. Una emoción se queda grabada con fuego. Nuestra mente recuerda mejor aquello que acompañamos con un sentimiento, una experiencia. Entrepeñas está llena de emociones porque hay personas que quieren vivirlas allí. Y siempre queremos volver.
El campamento de cadetes 2016 ha sido una bendición y ha estado lleno de personas especiales. Cada una con una vida, con una rutina, problemas, luchas, con fe. Muchas personas confiaban en esos siete días increíbles por la oportunidad de generar muchas emociones que ayuden a que, después de 10 años, una persona recuerde su campamento de verano porque estuvo lleno de personas con las que creó un vínculo emocional con una misma fe. No importa cómo vayamos, si rotos por dentro, rotos por fuera, indiferentes, con dudas, con luchas…: el campamento ha sido una recarga de energías para el resto del año. Encuentros con Dios, amigos, bautismos, promesas… y lo más importante de todo, jóvenes que confían en un campamento con una base en común: Dios. Vivimos emociones, y más emociones repletas de amor, porque somos hijos de un padre rebosante de amor.
Un año más nos sentimos agradecidos por un campamento de éxito porque hay mucha gente que tiene ganas de ser un instrumento en las manos de nuestro padre celestial.
Cumpliendo la promesa…