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Nuestra hermana Ángela Mir Mitjans, de 85 años, pasó al descanso el 23 de noviembre de 2024. Se nos marcha otra referente de las de toda la vida, por lo menos de mis años de vida. Una de las pioneras de la iglesia de Reus, que con su presencia y colaboración ha mantenido la llama encendida en cualquiera de las actividades en las que ha participado, como hormiguita silenciosa, pero incansable.

El apóstol Pablo define la vida aquí como una carrera (2ª Timoteo 4:7-8), y no cabe duda de que lo es. Para algunos ha supuesto un salto constante de obstáculos, para otros ha sido un recorrido plano, pero de fondo, y para otros la velocidad ha imperado en todo el recorrido, aunque sea cual sea el terreno o el estilo donde debamos correrla, se nos presenta llena de dificultades que hay que superar con esfuerzo, sacrificio y muchas dosis de esperanza y fe.

Estas son cualidades que acompañaron a Ángela Mir Mitjans durante los 85 años que duro su recorrido hasta este 23 de noviembre del 2024 en que llegó a la meta: el descanso tras el cual, en un abrir y cerrar de ojos, verá a Jesús.

Su vida

Ángela nació un 5 de enero de 1939 por la noche. Su padre, batallando en el frente de la guerra, se escabulló entre las filas para poder ir a ver a su recién nacida hijita, como si fuera el mejor regalo de Reyes que pudiera haber recibido. La postguerra la obligó a crecer en un ambiente endurecido por los destrozos materiales y emocionales de una contienda bélica que rompió corazones, familias y amistades. Ese fue el ambiente social que le obligó a dejar la escuela a los 12 años para empujar con su esfuerzo a la familia, en tiempos muy difíciles.

Nunca destacó por su espectacularidad social, más bien su labor fue como la de una hormiguita que va trabajando sin ruido, pero con efectividad. Mientras iba avanzando en el recorrido de su carrera, tuvo tiempo para casarse y educar dos hijas. También para ver como sus nietos crecían, no sin encajar sinsabores, que le produjeron una tristeza que trató de superar con el mismo tesón con el que estaba acostumbrada a afrontar el recorrido anterior.

Siempre amable

La forma de ser de Ángela le hacía relacionarse con las personas de forma que conseguía llevarse bien con todos. Nadie podía decir nada desagradable de ella. A todos les caía bien.

Hasta el último momento mantuvo un rostro tranquilo y de aceptación ante lo que se le presentaba. La última vez que estuve con ella le pregunté si quería que nos despidiéramos con una oración. Asintió con la cabeza, pues su voz era imperceptible. Oramos. La besé y cogiéndole la mano, le dije: «¿Nos vemos en la tierra nueva?». Al asentir con la cabeza, sus ojos se iluminaron, sus labios marcaron la mejor sonrisa que su musculatura facial le permitía y su mano intentó apretar la mía.

¡Volveremos a vernos, querida Ángela!

Autor: Jordi Abad, corresponsal de la Revista Adventista en la iglesia de Reus

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