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Alberto TitoEl pasado 17 de febrero, en la Iglesia Adventista de Murcia, fallecía Alberto Sánchez Martínez, «Tito», para muchos. Padre, hermano y amigo, descansa en Jesús a los 56 años.

Estando en el cementerio de Orihuela, recuerdo un epitafio que había frente a la tumba de mi suegra Remedios. Era de un muchacho joven, de unos 35 años. Y decía lo siguiente: «Amarte fue fácil, olvidarte será imposible». Alberto era de esos.

No estábamos preparados para la despedida

Se podían leer, en el grupo de WhatsApp de los jóvenes de la iglesia, frases como: «Se nos ha ido una de las sonrisas más bonitas de la iglesia, a todos nos sacaba una en la entrada de la iglesia»; «Esto es un asco, se nos enseña a tener esperanza, pero para esto no está uno preparado…». Y es verdad.

Y aunque todos sabemos que en esta vida la muerte puede llamar a nuestra puerta cuando menos lo esperamos, nunca estamos lo suficientemente preparados. Alberto, como cada uno de nosotros, sabía que ese momento llegaría, pero no cuándo ni cómo. Y mucho menos de la manera en la que sucedió. Pero Dios sabe por qué lo permitió, y confiamos en Él. Algún día nos lo explicará.

Vinieron hasta Murcia amigos de toda España para despedirle. Tito era muy querido. Amigos unidos no solamente por el dolor, sino también por la perplejidad que sufrimos ante el misterio de la muerte y, sobre todo, por la esperanza de volver a abrazar a Alberto cuando Cristo vuelva.

La muerte no tiene sentido, pero hay esperanza

La muerte es contraria a la naturaleza del Dios Creador y Dador de la vida. Pero es un enemigo que ha invadido nuestro planeta y que solamente deja desolación y sufrimiento. Sin embargo, sabemos que tiene fecha de caducidad.

Ya antes que nosotros, otros mortales se plantearon las mismas preguntas que nos hacemos: «Si el hombre muere, ¿volverá a vivir?» (Job 14:14).

Job encuentra la respuesta por medio de su fe, cuando dice: «Yo creo que mi Redentor vive. Y al fin se levantará sobre el polvo. Y después de desecha mi piel, aún he de ver en mi carne a Dios. Al cual yo tengo que ver por mí, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mis riñones se consuman dentro de mí» (Job 19:25-27).

Llorar es legítimo

Tenemos esperanza, pero es legítimo llorar. Job lloró por su situación. Y Jesús también lo hizo, por Lázaro.

«Y lloró Jesús» (Juan. 11:35). Es uno de los textos más cortos de toda la Biblia, pero es uno de los de más profundo significado. Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, al igual que lo hacemos nosotros por Alberto. Esas lágrimas del Hijo de Dios son la prueba de la solidaridad de Dios con el dolor de este mundo. Dios no es impasible ante el sufrimiento de los hombres. Jesús vino a este mundo, y corrió la misma suerte que corremos los seres humanos. Sufrió la muerte, y muerte de cruz. Pero resucitó, venció a la muerte, y resucitará a todo el que crea en Él.

Hoy también, con su esposa Alicia, y sus hijos Mario y Jairo, y con los familiares y amigos, Jesús llora, y quiere reconfortarnos y darnos consuelo a través de su promesa de vida eterna.

Él sabe que resucitará a Alberto (al igual que lo hizo con Lázaro) y con todos aquellos que mueren en la esperanza. Porque el Maestro no dejó lugar a la duda con respecto a la resurrección de los muertos que creen en él. Sus palabras son una de las promesas más contundentes de todas las Escrituras: «Yo Soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» (Juan. 11:25). Y Tito lo creía. Esa es la gran respuesta al problema de la muerte.

Alberto duerme, pero no será para siempre

«Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos, primicia de los que durmieron es hecho…» (1ª de Corintios 15:16-20).

La última respuesta al problema de la muerte y el dolor la da Dios cuando dice: «De la mano del sepulcro los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh sepulcro…» (Oseas 13:14).

«Limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron». (Apocalipsis 21:4).

Alicia, Mario, Jairo, familia y amigos… Alberto duerme. Pero esto no es un adiós, tan solo un «hasta pronto». Cristo viene y volveremos a abrazarle. Tenemos la promesa de Dios. Promesa de misericordia y gracia. Palabras de consuelo, de solidaridad en el dolor, llenas de poder espiritual para consolar la tristeza, mitigar el sufrimiento, despertar la confianza.

Juntos, de nuevo

Pronto Dios restaurará nuestras familias y nos dará la vida eterna, juntos de nuevo.

Que Dios nos reconforte y nos fortalezca en estos momentos de tristeza y dolor. Que Él nos llene de esperanza.

Mientras tanto, recordaremos con cariño a Tito. Pensaremos en su sonrisa abierta y sincera, en su positividad, en su simpatía para con todo el que se cruzaba en su camino. Alberto nos mostró algo hermoso con su manera de ser: nos enseñó a reflejar el amor de Jesús. 

¡Hasta pronto, Tito! ¡Duerme en paz! ¡Nos vemos pronto! (1ª de Tesalonicenses 4:13-18).

Autor: Manuel Murcia, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Murcia, y Esther Azón. 

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