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Osama Abdul Mohsen, uno de los refugiados sirios que fue zancadilleado por la periodista húngara Petra László cuando escapaba de un cordón policial con su hijo para introducirse en Hungría el pasado 8 de septiembre, llegó a la estación de Atocha, en Madrid, en la medianoche del miércoles 20 de septiembre.

El Centro Nacional de Formación de Entrenadores (Cenafe) decidió que tenía que ayudarlo cuando su presidente, Miguel Ángel Galán, se enteró de que Abdul Mohsen había sido entrenador de un equipo en la primera división de su país.

“Somos un centro de entrenadores y nos gusta ayudar a todos los que trabajan en esto”, cuenta el director de Cenafe, Conrado Galán.

Mohsen llegó a Munich con su hijo Zaid, de siete años, después de escapar de la guerra que asuela Siria desde 2011. En su país fue torturado por el régimen de Bachar el Asad y decidió huir cuando el Estado Islámico se acercaba cada vez más a su pueblo. “Escapé de Siria por la guerra: las tropas de Bachar el Asad nos pegaban y el Estado Islámico era una amenaza”, relata Mohsen. En la capital de Baviera se encontró con otro de sus niños, Mohammed Al Ghadabe, de 18 años, que emigró antes que Mohsen y su hermano. A primera hora de la mañana del miércoles los tres partieron con un alumno de Cenafe, Mohammed Labrouzi, en tren desde la Estación Central de la capital de Baviera.

La esposa de Mohsen y dos de sus hijos todavía están en Turquía, en Mersin, una ciudad del sur pegada al Mediterráneo, muy cerca de Siria. “Llevan allí dos semanas, pero espero que pronto puedan venir con nosotros. Miguel Ángel [director de Cenafe] me ha dicho que vamos a estar todos juntos. Estamos felices, pero preocupados por mi mujer y mis niños porque no quiero que se queden allí”, dice Mohsen.

Mohsen y sus dos hijos han llegado con Labrouzi a Getafe (173.000 habitantes) tras hacer escala en París y Barcelona. En el municipio madrieño les esperaron representantes del Ayuntamiento, gobernado por el PSOE, y decenas de vecinos que se movilizaron para darles la bienvenida. Después pasaron la primera noche en su nuevo hogar: un piso en la calle de Madrid que esperan compartir con el resto de su familia la semana que viene.

Una historia de miedo y angustia que termina felizmente cuando los cuidadanos ponen de su parte.

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Revista Adventista de España