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El 13 de agosto, a la edad de 86 años, pasó al descanso el hermano Agustín Vilaseca Xufré, en Badalona. Hermano pionero de nuestra iglesia, con una trayectoria de servicio y compromiso con la adoración y alabanza a Dios a través de su don: la música. Al acto de sepelio, efectuado en el tanatorio de Can Ruti, acudieron, familiares, amigos, hermanos en la fe, pastores, y autoridades de la iglesia adventista, tanto de Badalona como del resto de Cataluña.

«Hay hombres que luchan un día y son buenos. Otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles». (Bertolt Brecht).

Puedes escuchar, en labios de Agustín, uno de sus himnos preferidos:

 

Un poco de historia

Ya desde 1956, Marcelino Vilaseca, padre de Agustín, se convirtió y formo parte junto con su familia de esa semilla que cayó en terreno fértil en Badalona y dio fruto. Agustín, entonces un joven de 18 años, también fue inscrito en el libro de la vida al aceptar a Jesús como su salvador personal.

Se reunían en la Iglesia de Urgell, pero con el paso del tiempo comenzaron a visualizar la misión de abrir obra en Badalona. Este proyecto, dirigido por el Espíritu Santo, fue impulsado, además de por los Vilaseca, por las familias Martínez, Sorribas, Sánchez…

Ya para finales de los 60 se conformaron como grupo de reunión reconocido por la Unión de iglesias Cristianas Adventistas del Séptimo día de España (UICASDE), y al inicio de los 70 se constituyeron como Iglesia Adventista del Séptimo Día de Badalona.

Hombre de carácter manso y fiel testimonio

Agustín Vilaseca fue uno de esos hombres indispensable a la hora de apoyar las iniciativas de la iglesia en su función de predicar el evangelio de Cristo.

Cantante destacado, con estudios musicales en el conservatorio de Badalona, fue un promotor del canto en la iglesia y fundador de coros, organizador de grupos musicales y diversas expresiones con la única finalidad de alabar y glorificar a Dios durante los servicios de adoración.

Donde había un piano, allí estaba Agustín

La música fue su ministerio y razón de vida. Levar el mensaje evangélico a través del canto y ofrecerles a los jóvenes un motivo para acercarse a Dios a través del uso de sus talentos.

El hermano Vilaseca deja un vacío en la iglesia, por su entrega, compromiso, servicio y liderazgo. Un referente de entrega a Cristo.

Sin duda una voz que, por la gracia de Cristo, entonará el cántico de Moisés y del Cordero ante el Director de directores: Jesús.

Desde nuestra iglesia, expresamos nuestro sentimiento de gratitud a Dios por la vida del hermano Agustín y queremos transmitirle a sus seres queridos nuestro amor y afecto por lo vívido juntos durante tantos años de hermandad en el Señor.

¡Agustín!, ¡Nos veremos junto al salmista David y su arpa de 10 cuerdas, para expresar por siempre nuestro amor y gratitud a Emanuel!

Maranatha

Autor: Amenothep Zambrano, responsable de comunicaciones y corresponsal de la Revista Adventista de España, en la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Badalona.

 

NOTA EDITORIAL: A contiuación, dos añadidos de comisionados y amigos, solicitados por la familia Vilaseca. Uno de Francisco Chía y otro del pastor Alberto Martorell.

Añadido de Francisco Chía:

Pasó a descanso un buen hombre que cantó toda su vida para Jesús

El día 13 de agosto falleció Agustin Vilaseca Xufré, de la Iglesia de Badalona (Barcelona), a la edad de 86 años. Su familia agradece las muestras de afecto manifestado durante estos días.

Los que lo conocieron saben de su talante sencillo y amable, siempre con una amplia sonrisa que trasmitía paz y cordialidad.

Buen esposo y padre de 5 hijos, fiel seguidor de Jesús y siempre dispuesto a ser útil a los demás.
Conozco historias que me han contado, que superan las historias más apasionantes de este mundo, algunas de ellas increíbles.

Agustín Vilaseca fue conocido en la iglesia española por sus cantos de alabanza a Dios

Como barítono cantó en muchas iglesias, congresos y asambleas, en España y en Europa.
Sus cantos trasmitían Esperanza, en su vida profesional, en el desempeño de su trabajo por las casas como electricista y fontanero, cantaba himnos mientras cantaba.

En la iglesia de Badalona y en todo el distrito de Barcelona, existen un sinfín de familias que conocieron de Jesús y del adventismo por sus bellos cantos.
Fue director de coro en la iglesia de Badalona durante muchos años, formó cuartetos y cantó solos en multitud de lugares.

Recuerdos

Recuerdo que fuimos juntos al Congreso de Jóvenes Adventista de Zúrich allá por del año 1969, donde ante 15.000 jóvenes, venidos de toda Europa, cantó un solo con tu elocuente voz, la representativa canción Española «Granada» del compositor Mexicano Agustín Lara. Recuerdo aquel recinto del congreso, con 15.000 jóvenes adventista, tronando con los aplausos.

Hoy nos has dejado a todos sumidos en los recuerdos inolvidables de tu personalidad, sencilla, pero con tu inconfundible sonrisa y tus bellos cantos, que nos acompañarán hasta la venida de nuestro común amigo Jesús.

Ya sumido en el sueño eterno, despertarás cuando Cristo vuelva y nos veremos junto al río. ¡¡Maranatha!!

 

Añadido del pastor Alberto Martorell:

En memoria de Agustín Vilaseca Xufré 

Transcurría el año 1948, yo tenía apenas tres años. Pocos años antes, mis padres, Manuel y Mercedes, se habían trasladado de Barcelona a un barrio de Badalona, muy cerca de la carretera de La Conrería, una casita de planta baja con un recoleto jardín por donde se accedía a la vivienda. Eran tiempos difíciles, la postguerra estaba haciendo estragos en la sociedad española, y mis padres consideraron que alejarse un poco de la gran urbe y vivir en un lugar más tranquilo, podría hacernos la vida más fácil.

Un día mis padres tuvieron la necesidad de contratar los servicios de un «lampista», término por el que se conoce en Cataluña al profesional electricista y fontanero. Una mañana se presentó en casa un hombre de baja estatura, de carácter jovial y amplia sonrisa. Después de las indicaciones de mi madre sobre el problema por el cual se le había llamado, aquel hombre alegre, amable y divertido, se subió a una escalera y se puso a la tarea de reparar unas lámparas de techo.

Transcurridos pocos segundos, aquel operario desconocido todavía para mi familia, se puso a cantar canciones populares de la época. Mi madre, amante de la música, escuchó desde la cocina la voz resonante, timbrada y bien afinada que procedía de la garganta de aquel hombre bajito, dotado con un don especial para el canto. Se acercó a la habitación donde él estaba trabajando subido en aquella escalera de tijera, y escuchar más de cerca aquella voz poco común. A todo eso diré que ese hombre se llamaba Marcelino Vilaseca, lampista de profesión, casado con Anita Xufrè y padre de Quimeta y Agustín, dos niños casi adolescentes, Agustín tendría entonces unos once años y Quimeta algo más.

Un mundo idílico

En la letra de una canción que el señor Marcelino interpretaba, se hablaba de un mundo idílico, que gracias al desarrollo tecnológico y científico, se instauraría, en un futuro no lejano, en nuestro mundo. Mi madre, de profundas convicciones religiosas ancladas en la fe adventista, como toda mi familia, y conocedora de la Biblia y las profecías apocalípticas, muy especialmente las narradas en los Evangelios en palabras del propio Jesucristo, interpeló al señor Marcelino para decirle, de forma amable y cortés, que le había gustado mucho su voz y la forma de interpretar las canciones que estaba escuchando, pero que la letra de una de ellas en la que se plasmaba la idea de un mundo idílico de paz y armonía gracias al desarrollo científico, no era precisamente lo que la Palabra de Dios nos presentaba en los Evangelios, sino todo lo contrario.

Sacó su Biblia, que estaba en la mesita de noche de la habitación, y le leyó varios pasajes de Mateo 24, donde Jesús advierte a sus discípulos de los acontecimientos que tendrían lugar en los tiempos previos al fin del mundo; aunque la ciencia progresara, la maldad de los hombres iría en aumento, provocando guerras, desórdenes sociales, injusticias, hambre y enfermedades, y catástrofes naturales que desestabilizarían la naturaleza generando una situación caótica sin precedentes.

El señor Marcelino ralentizó su trabajo y empezó a prestar atención a lo que mi madre le estaba comentando, al punto que se bajó de aquella escalera donde estaba encaramado y se acercó a mi madre para leer por sí mismo lo que aquel libro, que él sabía de su existencia, pero que nunca había visto, ¡la Biblia! , decía, dos mil años antes. Comenzó entonces un diálogo con preguntas y respuestas que mi madre iba respondiendo con textos bíblicos. La segunda venida de Jesús, la certeza de la resurrección, la restauración de este mundo y la tierra nueva. Él escuchaba atentamente y finalmente irrumpió: “¡Nunca había escuchado nada igual, esto es muy interesante!”. Sin duda, aquellas semillas que mi madre estaba sembrando estaban cayendo en tierra fértil.

El interés del señor Marcelino en su primer estudio bíblico

Fue tanto el interés que el señor Marcelino puso en este primer estudio bíblico improvisado, que preguntó: «¿Podría mi esposa escuchar estas cosas?» Comprenderéis que a mi madre se le llenó el corazón de gozo y le respondió con un rotundo «¡Claro que si, cuando usted quiera!».

Creo que fue esa misma tarde, no puedo precisarlo exactamente, cuando mi padre ya estaba de vuelta a casa después de su actividad laboral, la familia Vilaseca acudió puntualmente para seguir escuchando más de la Palabra de Dios. Este fue un primer encuentro entre las dos familias a los que seguirían muchos más para el estudio de la Biblia y el desarrollo de una profunda y sincera amistad que nunca más se rompería.

Como ya he mencionado al principio, la familia Vilaseca tenía dos hijos: Quimeta y Agustí, de edad similar a mis dos hermanos mayores: Manuel y Daniel; esta circunstancia estrechó más, si cabe, una relación de empatía y amistad entre las dos generaciones que cuajó en un profundo sentimiento de mutuo cariño.

Aproximadamente un año más tarde, en 1949, se bautizaban en la Iglesia Adventista de Barcelona, Marcelino, Anita y Quimeta, Agustí se bautizaría un tiempo después. Se podría hablar mucho de esta primera etapa de la familia Vilaseca después de su bautismo, no solo en Badalona, sino también sobre el tiempo pasado en Aitona – El Valle, emulando los pasos de mis padres, pero esto haría demasiado extenso este relato, y no es mi propósito en este momento.

Tristemente los años han pasado, y al paso de los mismos, personas queridas descansan ya en el sepulcro, esperando el día glorioso de la resurrección. Con esta esperanza pasaron al descanso Marcelino, Anita y quienes les dieron a conocer el mensaje Adventista, Manuel y Mercedes, mis padres, también mi hermano Manuel, y hace solo unos días nos dejó Agustí VIlaseca Xufrè. Esta última despedida es la que ha motivado las líneas que hoy escribo.

Agustín, entrega y consagración

Agustí, dejó, como sus padres, una estela de grato olor de compromiso al Maestro a quien un día se entregó; de consagración y fe activa, de afabilidad, de templanza; su amplia sonrisa y buen humor siempre generaron una agradable atmósfera entorno a su persona. Su privilegiada voz, herencia, sin duda, de su padre, cautivó a todos; voz que él cultivó asistiendo a clases de canto en el Liceo de Barcelona, donde conoció a personajes del mundo de la lírica, como Jaume Aragall, reputado tenor catalán.

Era tal el potencial que él tenía para el canto, que le fue propuesto por sus profesores escalar un peldaño más en el difícil mundo del «bel canto», asistiendo a la Scala de Milán. Sin duda era tentadora la propuesta, pero su compromiso con Dios fue más fuerte, ya que la vida consagrada a la lírica, no por la música en sí, sino por todo lo que conlleva, comprometería algunos de los principios de su fe. Por esta razón fundamental, dedicó estos dones musicales, heredados y cultivados, a alabar a aquel a quien tanto debía, y en quien tanto confiaba.

Con mucho placer hemos disfrutado de su voz en la interpretación de himnos, también de canciones populares que exigen un talento especial para interpretarlas, romanzas, napolitanas y fragmentos de ópera, tanto en directo como en grabaciones que han perpetuado su talento, aquel que Dios le dio y que él supo orientar adecuadamente. Participó en corales, como director y como solista; en pequeños grupos, cuartetos, duetos. No puedo olvidar los duetos con su hermana Quimeta, dotada también de una hermosa voz, que como su hermano Agustí, la utilizó para alabar y glorificar a ese Dios al que tanto amaban.

Gratitud

Podría decir mucho más, pero quiero terminar con palabras de gratitud a la familia Vilaseca por haber aportado tanto a la iglesia que les dio a conocer el plan de salvación en Cristo Jesús; por haber sido ejemplo de compromiso y fidelidad, de servicio abnegado a favor de los demás; por haber colaborado con su buen hacer a la felicidad de muchos, porque la música que fluye por las cuerdas vocales y brota del corazón, es bálsamo para el alma.

Gracias, Agustí, por la amistad que me brindaste y por ser como fuiste: un fiel miembro de la comunidad adventista y un amigo sincero. Y mientras espero reencontrarme contigo en la tierra nueva, seguiré escuchando tu voz, que gracias a la técnica ha quedado inmortalizada para siempre.
Espero no fallarte, amigo, y estar ahí con todos nuestros seres queridos cuando Cristo vuelva.

«Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que descansarán de sus trabajos; porque sus obras con ellos siguen» (Apocalipsis 14:13)

Aunque las tinieblas de la noche
Enmudezcan las gargantas,
Y un silencio sepulcral
Se pose en el lúgubre ambiente,
Siempre habrá un ruiseñor
Que rompa el espectral silencio,
Y con sus resonantes trinos,
Denuncie que, a pesar de las tinieblas,
Sigue habiendo un Creador
Que anuncia un nuevo amanecer.

 

Revista Adventista de España